Santiago, con su presencia, ya demostraba su sinceridad.En cuanto bajaron del auto y caminaron unos pasos, fue él mismo quien salió a recibirlas.—Señora Jiménez, señorita Mendoza —saludó rápido—. Qué bueno que por fin llegaron, por aquí, por favor.El magnate estaba desbordando entusiasmo.Nada que ver con la primera vez que se habían visto en el circuito de carreras. Entonces, la actitud de Santiago era completamente distinta.Carmen asintió un poco, y cuando Sofía también le dio una señal con la cabeza, el hombre se relajó.Aquella noche, aunque la disculpa era principalmente para Carmen, Sofía era la secretaria que Alejandro llevaba consigo incluso en los viajes, por lo que él no podía mostrar la más mínima descortesía.Además, la presencia tranquila, pero contundente de Sofía, con esa seriedad que imponía, intimidaba por sí sola. Aunque hablara poco, su sola forma de estar hacía que cualquiera dudara en acercarse demasiado. En comparación, parecía que era ella quien llevaba las r
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