Ese día, Alejandro vestía casual, aunque un poco formal, y mantenía su porte distinguido. En el trabajo, cuando necesitaba algo, Sofía siempre lo apoyaba, cuidando hasta los detalles más pequeños. Por eso, oírlo decir “¿sí?” le pareció extraño.—Señor Montoya, si necesitas algo, dímelo directamente —respondió ella.—No estamos en el trabajo, no tengo por qué darte órdenes —dijo él.Sofía lo entendió de inmediato y, curiosa, preguntó:—¿Entonces puedo negarme?Alejandro, sorprendido, contestó:—Claro que sí. —La miró con calma.—¿Vas a negarte?Ella solo bromeaba. Servir un vaso de agua no era gran cosa. No respondió, simplemente se dirigió a la elegante barra de bebidas, llenó dos vasos con agua de limón y, cuando volvió, le entregó uno.Alejandro lo tomó, bebió un sorbo y añadió:—Yo beberé algo de alcohol, tú no. Quiero que conduzcas de regreso.Sofía no encontró razón para rechazarlo.Muy cerca, Gabriel observaba cada gesto entre ellos. Sus ojos, que solían tener un brillo coqueto,
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