Sofía rozó la esquina de la boca de Alejandro con la yema de los dedos y, cuando se acercó, no lo besó en la boca, sino en la mejilla. Luego le tomó la mano.—No necesitas hacer nada. Con que estés a mi lado, mi “enfermedad” se cura.Eso lo conmovió. Su mirada se encendió más que de costumbre, más intensa y atractiva. Sofía casi no se atrevió a sostenerle los ojos; miró a otro lado, hacia su mano, jugueteó con sus dedos y, entonces sí, volvió a mirarlo con una sonrisa.—Tú eres mi doctor.En serio, cada vez le gustaba más Alejandro. Y eso, para ella, era una señal un poco aterradora; cuanto más amaba, más se entregaba. “¿Y si un día Alejandro deja de quererme y se va con otra?” No sabía si podría soportarlo. Quería abrir el corazón, pero las cicatrices dolían, y le tenía miedo al dolor que ese hombre, justo él, podía causarle. Al principio creyó que iba a resistir; cuando cayó, entendió que ya no tenía control. Lo mejor era ir con calma…Como afuera había gente, Sofía se acurrucó con
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