—Y, dime, Julieta, ¿a quién miraba tan feo esa mujer? ¡Se veía fatal!Julieta sonrió, sin mirar a Emilia, pero esa sola mirada le dejó una sensación fea en el pecho.Intentó no hacerle caso y le respondió a Elizabeth, con una sonrisa:—Elizabeth, ya no importa. Esos dos son unos desgraciados. Hacen buena pareja, están hechos el uno para el otro. Ya verás, lo bueno apenas acaba de empezar. Van a caer. No voy a dejar que Tomás vuelva a jugar conmigo otros cinco años.A Elizabeth le dolía verla así. Todos esos años, Julieta había estado tan ocupada, pero, lejos de patanes como Tomás, pudo alcanzar el éxito. Se las arregló sola, y hasta se hizo millonaria por su propio mérito.El ciego era Tomás. Elizabeth quería ver el día en que él se diera cuenta y se arrepintiera.—Julieta, no fue tu culpa. Tenías mil cosas en la cabeza: los negocios, el trabajo, Tomás… Era demasiado, y el que mucho abarca, poco aprieta. Pero nunca es tarde para darte cuenta.Julieta sonrió, pero se notaba la tristeza
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