Semua Bab El Reencuentro Inevitable: Bab 61 - Bab 70

—Tío, vamos a ver las flores con ellas, quieres —pidió Oliver. Octavio miró a la mujer que se alejaba casi como si estuviera escapando. Tuvo que usar toda la paciencia que le quedaba, aunque la verdad no era mucha. —No. —Pero yo quiero ir. —Insistió con dulzura Oliver. Octavio le puso la mano en el hombro y lo hizo girar. —¿No querías ir al Pabellón 2 a comprar dulces? Ahí todo es comida. Oliver se lamió los labios y, al final, le ganó más la ansiedad. —Está bien, vamos. Octavio pensó que, si ella quería dejar claro que no tenían nada que ver, no había motivo alguno para seguirla. Al final, solo era un médico y una paciente que se habían encontrado solo un par de veces. Era cierto que al principio ella le llamó la atención: había algo familiar en ella, su delicada cara le parecía bonita… pero tenía esposo e hija, y siempre había sido distante. ¿Para qué seguir acercándose? ¿No eran “desconocidos”? Pues sí. *** Llegaron al Pabellón 2. Era un paraíso de golosinas, con ciento

La mirada de Octavio se detuvo justo en el conejo con alas y le pareció extrañamente familiar. Con seriedad y distraído, dijo: —Apenas la conoces desde hace unos días y ya quieres darle un regalo. Ten cuidado, no vaya a ser que te rompan el corazón en mil pedazos. —Para conquistar a una chica hay que hacerlo así —respondió Oliver con cara de “tú no entiendes eso”. Pero como Olaya le había quitado todo su dinero, se agarró del brazo de Octavio y le pidió: —Tío, por favor, tú eres el mejor del mundo. La señora Rosales nunca me engañaría. Oliver añadió: —El que se dejó engañar por una mujer fuiste tú. Intrigado, Octavio miró de reojo el conejo bailarín y le pasó la mano por la cabeza. Con un tono seco y sarcástico, comentó: —¿Quién inventó esto? Un conejo con alas de abeja… La vendedora sonrió. —Es el diseño más vendido del año, es muy bonito. Es el producto estrella y a los jóvenes les encanta. Octavio sonrió y le dijo: —A mí me parece feo. Hacía siete años que existía ese mo

Oliver escuchó la voz de Aitana y, dando un salto, trató de quitarle el teléfono a Octavio. Octavio sonrió. En sus ojos negros se notaba que se estaba divirtiendo, mientras decía: —Oli, ¿ya te limpiaste bien? A ver, que el tío revise. Oliver apretó con fuerza los puños. —¡Tío! Si hubiera que describir el color de la cara de Oliver con una fruta, sería un tomate. Todo mientras el responsable de su fatal vergüenza seguía sonriendo. Enrojecido, el niño se metió bajo las sábanas y se abrazó a sí mismo. Detestaba a su tío. Desde pequeño, su abuela le repetía una y mil veces que debía crecer para ser tan guapo como él, pero ahora su tío lo había dejado en ridículo frente a la chica que le gustaba. Sintió que había perdido su dignidad como hombre y decidió no hablarle en todo el día. Octavio lo miró rodar furioso de un lado a otro en la cama, se acarició la frente y luego bajó la mirada al teléfono. Sus miradas se cruzaron en el aire, como si todo pasara en cámara lenta. El tic-tac

En Alamida diciembre comenzó con una llovizna constante que duró toda una semana. Cuando Aitana salió del trabajo pensaba tomar un taxi, pero, recordando lo que pasó la última vez, decidió mejor ir en metro. Desde su edificio hasta la entrada de la estación del metro por lo general caminaba cinco minutos, pero con la lluvia ahora serían unos siete o tal vez ocho. Con un paraguas y un abrigo gris claro, no podía evitar que la humedad del clima se le metiera en el cuerpo. La mirada se le nublaba, y la parte baja del abrigo ya estaba empapada. El agua caía incesante de lado y Aitana caminó más rápido. De repente, escuchó un grito a sus espaldas. Por un instante pensó que era su imaginación, como si alguien la llamara. El fuerte viento, mezclado con la lluvia, le pegaba en la cara con una humedad helada que hacía temblar el paraguas De pronto, el teléfono empezó a vibrar en su bolso. Mientras lo buscaba, sintió un fastidio por el clima. Apenas lo sacó, vio que era Oliver quien la e

Octavio y varios amigos de toda la vida organizaron hace poco una reunión previa a la boda de Ramiro, que sería el sábado. El miércoles se vieron, era un grupo de amigos algo pequeño, solo los más cercanos. Junto a sus amigos de la infancia, Julián, Pablo y Ramiro, se permitió relajarse por una vez y tomó unas copas de más. Ahora ya no había ningún tipo de formalidades. —Uy, llegó Paloma —avisó alguien. Ramiro le dio una palmada en el hombro a Octavio, y los demás le guiñaron el ojo. Él dejó escapar una carcajada. Sentado en el sofá, con las piernas cruzadas, quizá por el efecto del alcohol se veía más serio. Sin querer levantó la cabeza lentamente para mirar a la mujer que se acercaba. Paloma era muy atractiva y llevaba un maquillaje impecable. Con las mejillas un poco rojas, bajó la mirada con timidez y se sentó junto a él. —Octavio, creo que has tomado mucho, no vaya a ser que te duela el estómago —dijo. La novia de Ramiro, Selena, sonrió. —Ay, como te preocupas por él, míra