Al día siguiente, cuando desperté, ya era tarde.Había tenido fiebre toda la noche. La cabeza me latía y la garganta me ardía al punto que apenas podía hablar. Al revisar el celular, vi decenas de mensajes sin leer."¡Lucía, feliz cumpleaños! Te compré un yate. ¡Iremos a pasear pronto!" "Querida Lucía, tu papá insiste en volar para celebrar contigo. ¡No hay manera de razonar con él!" "¡Felices 25 años, Lucía! ¡Te amo siempre!"Todos eran buenos deseos para mi cumpleaños. Mis padres desde el extranjero, mi hermano, amigos, compañeros, todos me escribieron. Solo mi novio, el que dormía a mi lado cada noche, no envió ni una palabra.Suspiré. Entre la bruma del malestar, recordé que hacia la medianoche le pedí a Santiago que me trajera agua. Pero él estaba en el balcón, hablando por celular. Al colgar, se fue apresurado. Y no volvió.Me arrastré fuera de la cama, tan débil por la fiebre que las piernas me flaqueaban. En eso, la puerta se abrió. Santiago había regresado
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