En el instante en que el papel se deslizó al suelo, Diana, por reflejo, lo recogió rápidamente y lo guardó. Pero la aguda vista de Enzo ya había atrapado las palabras de cirugía. Su corazón latía con fuerza, hasta el punto de que sentía el eco en sus oídos. Titubeó un momento, buscando una excusa creíble, antes de balbucear: —No es nada, solo un pequeño problema con una muela. Necesito una cirugía menor. El doctor dijo que es mejor resolverlo al inicio del embarazo, para evitar complicaciones después. Diana mencionó el embarazo a propósito. Como esperaba, el rostro de Enzo se ensombreció al instante y no hizo más preguntas. Su ceño se suavizó ligeramente, pero su expresión seguía fría y distante cuando dijo: —Vamos, te llevo al hospital para una revisión. —¡Ah, no, no hace falta! Tío Enzo, tú ocúpate de tus cosas, yo… Diana agitó las manos, visiblemente nerviosa. —He dicho que vayas al hospital. ¿No me oíste? Al notar el tono más severo, Diana, intimidada, bajó la cabeza y
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