Desde el fallecimiento del abuelo, Enzo prácticamente se mudó a la oficina. Rara vez volvía a la residencia familiar. Cada vez que pisaba ese lugar, los recuerdos dolorosos lo asaltaban. No se permitía un momento de descanso, porque en cuanto detenía el trabajo, la añoranza lo sumía en un abismo interminable. En un poco tiempo, Enzo llevó a la empresa de los García a nuevas alturas. Pero el costo lo pagó con su salud. En solo seis meses, estaba demacrado, irreconocible. Una mañana, justo después de una reunión directiva, se desplomó en la sala de juntas.Cuando despertó, habían pasado dos días. En la cama de hospital, Enzo tuvo un sueño larguísimo. Soñó con Diana el día de su decimoctavo cumpleaños, confesándole sus sentimientos.En el sueño, él aceptó sin dudar. Ella saltó de alegría, girando en círculos, hasta caer en sus brazos. Él la abrazó con fuerza, besándola. Pero de repente, un rostro apareció, separándolos a la fuerza. ¡Era Isabel! Enzo se despertó sobresaltado.
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