Ella no sabía cómo se veía Adrián cuando perdía el control de esa manera. Desde que lo conoció, había sido un hombre siempre serio, como la bruma que envuelve la montaña o el musgo sobre la piedra: sutil, evasivo. Siempre había una capa, un velo entre él y el mundo, imposible de descifrar o de tocar.Incluso después de casarse con él, esa barrera persistía. Pero, en ese momento, su furia era genuinamente rara. Sintió pánico al quedarse mirando la camisa desabrochada y los músculos definidos que se asomaban bajo la tela rasgada.—¿Qué estás haciendo?Se envolvió firmemente en la cobija.—¿Qué crees que estoy haciendo? Eres mi esposa, vives de mí, y ¿conspiraste con otros para joderme? ¿Qué esperas que haga?—Yo no...Al principio, pensó que no valía la pena siquiera explicarse, pero la forma en que él la miraba indicaba que, usando esto como pretexto, iba a hacer algo descontrolado. Observando cómo Adrián se desabrochaba el cinturón, Olivia, todavía envuelta en la cobija, trató de salta
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