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Capítulo 02

Author: María José Martínez López
Al final, mis padres se quedaron para hablar conmigo.

—¿Por qué no te vienes con nosotros de vuelta a Ciudad Encina?

No era la primera vez que intentaban convencerme de regresar. Sin embargo, yo no respondí de inmediato, sino que me senté sin fuerzas en un rincón. Al levantar la vista, sus ojos estaban llenos de esperanza.

Ellos fundaron el bufete de abogados más importante de Ciudad Encina. Fue por su influencia que terminé estudiando Derecho.

Su plan siempre fue que, cuando terminara mis estudios, me uniera al bufete familiar. Pero, durante la maestría, conocí a Leandro Fuentes y por él me mudé a Santa Lucía del Valle.

Él provenía de un entorno humilde, y solía detestar que la gente hablara de su origen o del mío. Por eso, en estos cinco años, nunca le conté quiénes eran mis padres. A sus ojos, yo también era «de campo».

Cinco años han pasado desde entonces. En este tiempo me convertí en una abogada respetada. Leandro y yo incluso ganamos el bono anual del bufete tres años seguidos. Todos nos llamaban la «pareja estrella». Nuestra vida iba cada vez mejor, y pensé que ya no le importaría. Pero nunca encontré el momento para decírselo.

Suspiré.

Ahora ya no tendría que hacerlo nunca.

—Está bien… Acepto.

Los ojos de mis padres se iluminaron y me tomaron de las manos con fuerza.

—¡Eso! Te vamos a sacar de aquí. No volverás a sufrir.

Después de dejarlos instalados, volví a casa.

El departamento seguía tan frío y silencioso como siempre.

Preparé un plato de pasta y, mientras comía, abrí Facebook. En lo más alto, me apareció la nueva publicación que había hecho Clarisa.

En la foto aparecía con Leandro, los dos con ropa deportiva, abrazados y sonriendo como si fueran pareja.

«Engañé a mi maestro para que saliera a jugar tenis justo antes de su boda, se molestó un poquito. Je, je, pero cuando le dije que después íbamos a comer a mi casa, se le pasó.»

Sentí arcadas de inmediato.

Sabía que esa noche él no volvería. Igual que tantas otras veces.

Por suerte, nunca llegamos a firmar el acta de matrimonio. Al menos, no tendría que seguir tolerando esta humillación.

A la mañana siguiente, con mi maleta lista, fui al bufete a presentar mi renuncia.

Mi jefe, al ver mi historial impecable, intentó retenerme. Estábamos hablando cuando Leandro entró con unos documentos. Le lancé una mirada rápida. Tenía marcas en el cuello y olía fuertemente a perfume dulce.

No era difícil imaginar cómo había pasado su noche.

Antes solía quejarse si intentaba dejarle algún rasguño. Decía que eso afectaba su imagen profesional. Por eso yo me contenía… a veces hasta me aferraba a las sábanas con tal de no tocarlo.

¡Mentira! No es que no le gustaran las marcas, es que no le gustaban que yo se las hiciera.

—Justo a tiempo —dijo el jefe—. Habla con tu novia. Quiere renunciar. ¿Se pelearon?

—No tiene nada que ver con él —respondí al instante.

—¿Vas a renunciar? —preguntaron ambos al mismo tiempo.

Sentí la mirada de Leandro clavarse en mí.

—Claro… estás molesta por lo de ayer, ¿cierto? Cancelé la boda de último minuto otra vez.

El jefe se fue, dejándonos solos. Apenas cerró la puerta, Leandro dio dos pasos y me reclamó:

—Te dije que lo de Clarisa era urgente. ¿Cómo puedes ser tan rencorosa?

Respiré hondo y mantuve la calma.

—No estoy molesta. Solo estoy cansada. Quiero tomarme un descanso, tal vez irme de viaje.

Él cruzó los brazos, frunciendo el ceño.

—¿Un viaje? Podrías tomar vacaciones. Si renuncias así, la gente pensará que odias a Clarisa. ¿Cómo va a seguir trabajando ella con ese ambiente?

Se le olvidaba que yo había gastado todos mis días libres… en cada boda que él canceló. Pero lo único que le preocupaba era cómo quedaría Clarisa en el bufete.

Miré de nuevo su cuello, sin responder. Él notó mi mirada y se tocó la zona con nerviosismo.

—Fue un mosquito… No pienses cosas raras.

Me sorprendió que intentara darme una explicación. Antes, solo habría gritado. Pero su excusa fue tan torpe que me dio pena.

Asentí sin decir nada.

Él suspiró aliviado, creyendo que ya me había calmado. Se acercó y me rodeó con un brazo.

—Así me gusta. Una buena abogada sabe ser razonable. No renuncies, ¿sí? Esta noche te llevo a cenar a Moonlight, tu restaurante favorito. Considera esto una disculpa.

Yo seguí en silencio y él asumió que eso era un «sí».

Había pensado despedirme bien, incluso contarle que me volvería a Ciudad Encina. Pero me arrepentí.

—¡Leandro!

La puerta se abrió de golpe sin que nadie tocara, y Clarisa entró con una sonrisa culpable. Leandro, sobresaltado, soltó mi hombro de inmediato.

—Perdón por interrumpir su cita —dijo ella, mirándome de reojo—, pero no entiendo un punto del caso que me asignaron…

Sin siquiera mirarme, Leandro fue hacia ella, tomó los papeles y se inclinó para explicarle todo con paciencia. Ella se le acercó mucho, demasiado. Hablaban en susurros, como si yo no estuviera.

Luego, sin vergüenza, Clarisa se colgó de su brazo y salieron juntos. Justo antes de cerrar la puerta, ella me lanzó una mirada y una sonrisa provocadora.

¡Pum!

La sala quedó en silencio. Solo se escuchaba mi respiración.

Entonces, mi pulsera se deslizó de mi muñeca y se estrelló contra el suelo, sin razón aparente.

La había recibido justo en nuestro primer aniversario. Leandro me la regaló diciendo que quería que nuestra relación fuera como esa pulsera: fuerte, redonda, para toda la vida.

Me quedé ahí, en silencio.

Aun cuando los pedazos me cortaban las manos, los recogí uno por uno.

Con ellos, recogí también lo último que quedaba de ese amor, y lo tiré todo al basurero.
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