Lonzo Hernández por fin aceptó mi propuesta de matrimonio. Me pidió que me arreglara preciosa porque, según él, tenía una sorpresa preparada. Cuando llegué, radiante, a la ceremonia… no había novio. Lonzo se volvió hacia mi hermanastra, Amarissa Jiménez, y le sonrió: —Dices que las bodas son tediosas. Hoy voy a mostrarte una que sí es divertida, ¿va? El maestro de ceremonias ―mi hermano Macerio Jiménez― alzó la voz: —¡La boda queda pausada! Mi amigo de la infancia, Guillermo Mendoza, soltó el globo de agua que tenía listo sobre mi cabeza y me empapó de pies a cabeza. Lonzo arqueó las cejas, burlón: —Alfreda, solo era una broma. ¿De veras creíste que me casaría contigo? Aquella “boda” no era más que una farsa para animar a la deprimida Amarissa. Yo callé; él insistió con una risita: —Si traes tantas ganas de casarte, elige a cualquiera de los invitados y cásate con él. Cuando aparecí del brazo de un verdadero novio… se les borró la sonrisa.
Lihat lebih banyakAl final, que Amarissa tuviera o no depresión dejó de importar.Macerio caminaba detrás de mí en silencio.Recordé mis primeros días de vuelta en la casa Jiménez: era miedosa, le temía a la oscuridad. Él se plantaba en la puerta de mi cuarto con un pequeño oso de peluche y solo se iba cuando me oía respirar profundo.—Te protegeré toda la vida —juraba.Y, aun así, terminó involucrado en cada humillación hacia mí.—Nena, lo siento… —murmuró cabizbajo—. Creí que, con la depresión de Amarissa, ella necesitaba más cuidado que tú. Nunca pensé herirte tanto.Pero yo no podía olvidar cómo se reía cuando, en el cumpleaños de Amarissa, incendiaron intencionalmente el globo con gas a mi lado: explotó y mis diez años de cabello largo quedaron quemados a parches; tuve que cortarlo al ras de las orejas.Él se lamentó: “Si hubiera sabido que era tan peligroso no lo habría hecho; y si Amarissa se hubiese lastimado, habría sido horrible.”Llorando, pregunté: “¿Y yo qué?”—Solo tengo una hermana: Amari
—Después de eso no volví a verte —dijo Carlos con un dejo de tristeza.Mamá enfermó y, tras su muerte, papá me llevó de vuelta a la ciudad; desde entonces perdimos contacto.—¿Sabes cuánto tiempo te busqué? —añadió, dándome un golpecito cariñoso en la frente—. ¡Y tú, desalmada, me olvidaste!Sentí un nudo en la garganta.—Carlos… perdóname.Él me sostuvo la mirada, muy serio:—¿Carlos? Hoy nos casamos. ¿Cómo deberías llamarme?Me puse roja como jitomate. Al susurrar “esposo”, él soltó una carcajada y me rodeó con el brazo.Desde que vivimos juntos descubrí lo que es un amor sano: Carlos no manipula mis emociones ni me hace dudar de mí.El último intento de LonzoCreí que la boda lo había dejado todo claro, pero Lonzo me interceptó camino al trabajo. En apenas unos días se veía irreconocible: ojeras marcadas, barba descuidada y el traje arrugado. Llevaba un ramo de rosas rojas.—Nena, ya lo sé todo. Sí, te casaste con Carlos, pero fue una boda exprés. No lo amas; solo lo hiciste para la
—Lo que me alegra es que al fin me caso… pero no contigo.Pronuncié cada sílaba sin parpadear.Lonzo frunció el ceño, como si le hubieran dado un golpe.Se tambaleó y murmuró, incrédulo:—No puede ser… ¿Cómo vas a casarte con otro…?Me apresó la mano con desesperación:—¡Alfreda, tú misma dijiste que querías casarte conmigo! ¡Que solo me querías a mí!—¡Dime que todo esto es mentira, que me estás engañando!Carlos apareció y apartó de un manotazo la mano de Lonzo.—Alfreda es mi esposa. Te agradecería que dejaras de tocarla.No pude evitar una mueca irónica.¿Aquello qué era? Cuando le supliqué casarnos, dijo que era una “chicharra” pegada a su oreja y que yo ni a una uña de Amarissa llegaba. Ahora fingía un dolor digno de telenovela.Con voz entrecortada, Lonzo se aferró de nuevo a mi mano:—Nena, dame otra oportunidad… por favor…Me solté y enlacé mis dedos con los de Carlos. No quería volver a estar unida a ninguno de ellos.De regreso en casa de CarlosSolo entonces asimilé que me
Jamás me habían dicho algo tan bonito. Sentí los ojos humedecerse mientras contemplaba la ternura y la sinceridad que desbordaban de la mirada de Carlos.Apenas lo conocí hace unos días, pero tengo la extraña sensación de que llevamos mucho tiempo juntos. De todos modos, asumí que aquellas palabras eran más para callarles la boca a los otros que para mí… así que procuré no tomarlas demasiado en serio.El cambio de actitud de mi padre fue inmediato: se aferró a la mano de Carlos y le sonrió con una calidez exagerada.Carlos, sin alterarse, soltó su mano con elegancia y me condujo hasta la abuela.Ella nos tomó a ambos con sus dedos temblorosos y se iluminó de felicidad.—Nena, sé muy feliz —murmuró.Carlos se arrodilló junto a su silla, soportando con paciencia cada una de sus bendiciones.Alrededor, los invitados comenzaron a lanzar elogios:—¡Qué pareja tan linda! —decía uno.—¿Ven? El que pidió “novio al instante” hace un rato quedó como payaso —se burlaba otro.Los rostros de Lonzo,
Una voz masculina, grave y cálida, sonó pegadita a mi oído.Al voltear, vi a Carlos vestido con un traje blanco idéntico al mío; llevaba una flor prendida en la solapa.Carlos me sostuvo con firmeza y dio palmaditas suaves en mi hombro para tranquilizarme.—¿Por qué andas toda empapada? Ve a ponerte otro vestido —dijo—. Creo que el corte sirena que probaste ayer te queda mejor.Luego susurró en mi oído:—No tengas miedo; aquí estoy.Su presencia me fijó el pulso.Lonzo se quedó pasmado unos segundos y, cuando reaccionó, bufó con sorna:—Vaya, Alfreda, eres tan “buena” que hasta convenciste al señor Gómez de hacerla de actor.Carlos se colocó frente a mí, interponiéndose entre Lonzo y yo:—¿Son amigos de Alfreda? Si gustan, quédense a ser testigos de nuestra felicidad.Recogí mi acta de matrimonio —se me había caído en el alboroto; ahora lucía unas manchitas.Carlos la tomó, le sopló el polvo y me guiñó:—Alfredita, mejor la guardo yo; no vaya a ser que pierdas hasta nuestro acta.La do
Lonzo hizo un gesto de falsa compasión:—Alfreda, por ese triste orgullo tuyo eres capaz de todo…—Si traes tantas ganas de boda, ¿por qué no eliges a cualquier hombre de aquí?Acto seguido tomó el micrófono y voceó, regodeándose:—¡La señorita Alfreda Jiménez busca marido en este preciso instante!—Requisitos: ser hombre y presentarse ya mismo; la ceremonia se arma en un dos por tres.—¿Alguien se anima? La señorita es súper fiel y lleva años detrás de mí, ¡nadie más dedicada!Las conversaciones estallaron; varios sacaron el celular para grabar.Sentí el rostro arder de vergüenza. Sí, lo había perseguido demasiado tiempo… y él siempre recogió mis atenciones, dándome respuestas ambiguas mientras pisoteaba mis sentimientos.El viento frío me caló hasta los huesos.Y, para colmo, sí apareció un voluntario.Lonzo subió al estrado con un tipo de cuarenta y tantos, quizá cincuenta; más viejo que mi propio padre. Sonrió con dientes amarillentos y un dejo lascivo:—Señorita Alfreda, qué piel
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