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Capítulo 3

Author: Pangluotou
Ella se quedó un instante perpleja, luego le sacó la lengua a Santiago con un gesto infantil y encantador.

—¡Perdón, Santiago, se me olvidó tocar otra vez!

Él sonrió con ternura y le dio una palmada en la cabeza.

—No importa. ¿Y ahora qué necesitas?

—Ya es hora de almorzar, escuché que hay un restaurante japonés buenísimo. ¿Me llevas, por favor? —respondió Claudia

Santiago aceptó sin dudarlo. Se olvidó por completo de lo que yo aún no había alcanzado a decirle.

Justo antes de salir, Santiago volvió la cabeza.

—Lucía, ya es mediodía. ¿Quieres venir a comer con nosotros?

Me quedé sorprendida, un poco perdida.

«¿Cuándo fue la última vez que almorzamos juntos?», pensé.

Desde la llegada de Claudia Jiménez, parecía que en su mundo solo quedaba espacio para ella.

Recobré la calma y, con una sonrisa, rechacé:

—No, vayan ustedes.

Había cosas que quizá ya no tenían remedio.

Al salir de la empresa, caminé directamente hacia el estacionamiento.

En el coche, al sacar el teléfono, descubrí que estaba llorando sin darme cuenta.

Me limpié las lágrimas apresuradamente, respiré hondo y marqué el número de mi madre.

—Hija, qué sorpresa que me llames hoy —respondió con alegría.

Contuve el nudo en la garganta.

—Mamá, acepto la propuesta de la familia. Estoy dispuesta a casarme en cualquier momento.

—¿De verdad? —su voz sonó emocionada, aunque enseguida suspiró para aconsejarme—. Sé que tienes un novio desde hace siete años, pero si después de tanto tiempo no quiere casarse contigo… Nosotras no podemos esperar siete años. Cuando la juventud se va, los hombres se vuelven aún menos dispuestos a casarse. De todas formas, hija, espero que no actúes por impulso. El matrimonio es una decisión seria, no lo tomes a la ligera.

En ese momento, ya no pude contener el llanto.

—Lo sé, mamá. No es un arrebato. Esta vez haré lo que tú digas…

Colgué la llamada y tardé un buen rato en recuperar la compostura. Me retoqué el maquillaje y me dirigí al lugar acordado.

Al llegar al restaurante, fruncí el ceño.

No esperaba que la dirección fuera precisamente un local de comida japonesa.

«Ojalá no me encuentre aquí con la persona que menos quiero ver», pensé.

Apenas crucé el vestíbulo, escuché la voz de Claudia Jiménez a mi espalda.

Me miraba con aire triunfante, sonriendo con descaro.

—Lucía, ¿también tú aquí? Hace un momento Santiago te invitó y dijiste que no. ¿Ahora nos seguiste a escondidas? Seguro que lo hiciste a propósito, solo para ponerlo en ridículo.

No respondí, sin intención de discutir con ella.

Cuando estaba a punto de fruncir el ceño, mi móvil vibró.

Era el número de la sala privada: justo al lado de la que ocupaban Santiago y Claudia.

—¡Lucía! —me llamó Claudia, corriendo para bloquearme el paso.

—Estos días la empresa está trabajando a toda prisa para salir a bolsa. Santiago ya está demasiado ocupado, ¿no puedes dejarlo en paz para que respire un poco?

Además, ya debes rondar los treinta, ¿no? A tu edad, la mayoría ya están casadas y con hijos. En vez de gastar tu energía molestando a Santiago, deberías pensar mejor cómo vivirás el resto de tu vida.

Aunque sus palabras eran veneno disfrazado de consejo, incluso yo entendí que estaba provocándome.

Me detuve, la miré con calma, aunque con cierta superioridad, y respondí:

—¿Ese es el tono con el que le hablas a un directivo? Aunque ya no ocupe un cargo en la empresa, sigo siendo accionista. ¿Quién te dio derecho a dirigirte a un socio de esta forma?

Y, además, esto es entre Santiago y yo. ¿Desde cuándo te corresponde a ti meterte?
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