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Capítulo 02

Author: Dulce Gelatina
Resulta que todo aquello no era más que otra estafa.

Ya que él podía actuar, ¿por qué yo no podría?

Parpadeé suavemente, y mis labios se alzaron en una sonrisa tenue.

—No es nada, nada más estoy un poco cansada. —Mi voz sonaba suave, con un aire de cansancio, sin rastro de nada raro.

Él suspiró aliviado, y me consoló con voz suave:

—Está bien, descansa.

«Perfecto, entonces te acompaño en esta actuación por tres días más», pensé.

Dentro de tres días, esa obra debía llegar a su fin.

A la mañana siguiente, temprano, Ramón me acompañó al control prenatal.

Durante todo el proceso preguntó atento por todo, el doctor sonrió y comentó:

—Tu esposo te trata muy bien, ya no hay muchos hombres con tanta responsabilidad.

Ramón me tomó de la mano, y, con ojos tiernos, dije:

—Este es un niño muy esperado, claro que debo cuidarla bien.

Al salir del consultorio, nos topamos justo con Lana. Llevaba un vestido holgado, y, cuando nos vio, sus ojos brillaron con cierta satisfacción.

La miré, con esa panza que tenía tan grande, y me reí por dentro.

Con razón antes decía qué casualidad, quedar embarazada al mismo tiempo que yo. Resulta que solo estaba esperando que diera a luz.

Se acercó, con ojos sonrientes, y, con tono alegre, dijo:

—Hermana, ¿cuándo es tu fecha de parto?

Mientras hablaba, su mano se dirigía hacia mi panza.

La miré fría y alcé la mano para quitar la suya.

—¿Qué haces? —La cara de Lana se arrugó al instante y sus ojos brillaron con molestia.

Justo cuando iba a hablar, bajé la cabeza, puse la mano en mi panza, y, con voz débil, respondí:

—La panza... me duele un poquito...

Sus palabras se trabaron, la satisfacción en su cara se congeló al instante.

Ramón inmediatamente me sostuvo, y, con voz tensa, preguntó:

—¿Fue porque el chequeo duró mucho? ¿Quieres que regresemos a descansar?

Su voz estaba llena de preocupación, pero yo veía claramente que su mirada seguía en Lana, en un consuelo silencioso.

—Voy al baño —dije en voz baja, bajando las pestañas.

Frunció el ceño, quiso seguirme, pero yo agité la mano, diciendo:

—No hace falta, espérame.

Dudó un momento, pero finalmente asintió.

—Ten cuidado.

Me di la vuelta y entré al baño, pero, apenas cerré la puerta, lo vi irse apurado.

Como era de esperarse, fue a consolar a Lana.

Los seguí silenciosamente, me paré a cierta distancia, y lo vi consolándola en voz baja, con tono paciente y tierno.

Lana frunció el ceño, y, con voz caprichosa, dijo:

—¿Ya tienes sentimientos por ella? Hace rato, no me defendiste cuando ella no me respetó, al final, ¿ya no puedes dejarla?

Ramón suspiró con impotencia y la consoló en voz baja:

—Es por el bebé, después de todo ella ahora...

No terminó la frase, metió la mano al bolsillo y sacó una caja de una joyería elegante, la abrió y sacó una pulsera nueva, la cual colocó en su muñeca con suavidad.

—Mira —dijo con voz suave—. Te compré, el nuevo modelo de pulsera que querías la otra vez.

La expresión de Lana se suavizó un poco, curvó los labios, y, con voz mimosa y satisfecha, dijo:

—¿Recuerdas esa acción que me recomendaste la vez pasada? Gané un montón. Recomiéndame algunas más, ¿sí?

Me quedé ahí parada, viendo esta escena, y de repente sentí que era ridículo. Ramón usaba todo lo mío para complacerla.

Después de irme, saqué mi teléfono e hice una llamada:

—Hola, quiero confirmar la hora de la cirugía. Perfecto. Estaré lista para mañana.

Detrás de mí, unos pasos conocidos se detuvieron de repente.

—¿Mañana? —La voz de Ramón tenía un aire de confusión—: ¿Adónde vas?

Me di la vuelta y, al encontrarme con su mirada, mostré una tenue sonrisa.

—Tengo cita para fotos de embarazo, quiero tomar un retrato familiar para el recuerdo.
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