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Capítulo 8

Author: Natalia Eugenia
María sentía todo su cuerpo helado. Había recibido el mensaje una hora antes, cuando aún estaba inconsciente.

Sin pensar en lo que podría pasar, se levantó y corrió hacia la puerta, pero antes de que pudiera alcanzarla, la puerta se abrió de golpe.

El grupo de matones entró tambaleándose, y entre ellos, estaba Nahia.

María abrió los ojos, sorprendida, no podía creer lo que veía. ¿Por qué Nahia hacía aquello?

¿Era por Robert? Pero, si ya le había prometido irse, ¿por qué Nahia seguía haciéndole tantas maldades?

Nahia tenía una expresión oscura:

—Hazlo. Quiero verlo.

El hombre rubio levantó la mano y, en ese instante, los demás la empujaron hacia una silla. Acto seguido, el líder, con una cámara de video en las manos, se colocó frente a María.

—No nos culpes por hacer nuestro trabajo, coopera y así será más fácil para todos. Por cierto, tienes un rostro muy bonito.

María estaba aterrada. Miró a Nahia, gritando sin emitir sonido, y haciendo gestos con las manos para pedir clemencia. En ese momento, todo lo que quería era ir al hospital a ver a su hermana.

Nahia no entendió sus gestos y tampoco tenía intención de dejarla ir. Solo al eliminar a María, podría estar tranquila junto a Robert, disfrutando de todo lo que significaba ser su esposa.

Los matones comenzaron a rodear a María, tocándola y haciéndole todo tipo de cosas.

La desesperación y el miedo la invadieron por completo. Las lágrimas caían sin cesar mientras luchaba por apartar sus manos, sin embargo, alguien le retorció el brazo con tanta fuerza que le dislocó el hombro.

María lloraba en silencio, y en su mente solo podía pensar en Robert.

Pero ¿cómo podría Robert aparecer en ese momento? Desesperada, comenzó a pensar que morir era mejor que seguir siendo ultrajada y humillada.

Con sus últimas fuerzas, recogió un trozo de metal del suelo y se lo clavó en el estómago.

Todos se quedaron paralizados.

La sangre espesa y roja cayó sobre el suelo, y el hombre rubio, al frente, quedó paralizado:

—¡Maldita sea, no vayas a morir ahora!

Nahia tampoco había anticipado que María se comportaría de esa manera.

En ese momento, el sonido de un motor de automóvil comenzó a oírse, acercándose a toda velocidad.

Nahia abrió la ventana, miró hacia afuera y su rostro palideció al instante.

—¿Por qué rayos Robert está aquí? ¡Todos agarren sus cosas y lárguense por la puerta de atrás! ¡Les pagaré después!

El grupo de matones, repentinamente aterrados, se apresuró a escapar.

María, con la ropa rasgada, se encontraba en el suelo, cubriéndose con una mano la herida que no dejaba de sangrar. La cara de Nahia pasó de pálida a furiosa, pero, en ese momento, la puerta se abrió de la nada y Robert entró con varios de sus guardaespaldas.

Al ver el panorama en la habitación, los ojos de Robert se abrieron de par en par.

—Robert… ¡Al fin llegaste! ¡Me asustaste mucho! —Nahia fue la primera en hablar, llorando y arrojándose sobre Robert—. María me pidió que la buscara. Pero, cuando entré, ella empezó a lastimarse sola, antes de intentar atacarme. ¡No sé qué quería hacer!

Con esas palabras, insinuaba que María había intentado incriminarla sin ningún reparo.

Robert miró la cara pálida de María, y se tensó un poco.

Estaba a punto de decir algo cuando vio que María intentaba levantarse, caía, se levantaba de nuevo, y volvía a caer…, cubriéndose de polvo, mientras la sangre comenzó a brotar a chorros.

Robert no pudo soportarlo más y se acercó para ayudarla, pero, al ver que María, se arrodillaba y abrazaba sus piernas, pidiendo que la llevara al hospital, él no entendió lo que intentaba decir.

María, creyendo que él no quería ayudarla, empezó a golpear su cabeza contra el suelo, llorando a todo pulmón, las lágrimas y la sangre se mezclaban bajo ella, incluso manchando los zapatos de Robert.

De repente, el celular de María sonó, paralizándola. Rápidamente lo sacó, y abrió el último mensaje:

—Señora Valero, lamento informar que su hermana ha fallecido, por favor, venga a hacer los arreglos funerarios lo antes posible.

El brillo en los ojos de María desapareció por completo.

Las imágenes de los últimos diez años, viviendo juntas, siendo uña y mugre, pasaron a toda prisa por su mente. Ella había creído, ingenuamente, que, si trabajaba lo suficiente, su hermana algún día mejoraría. Nunca pensó que perdería a su única familia.

Robert no se dio cuenta de lo que sucedía, y, confundido, la interrogó:

—¿Por qué engañaste a Nahia para traerla a este sitio tan horrible?

María levantó la mirada, su rostro pálido estaba marcado por sangre y las lágrimas. Era como si estuviera muerta por dentro, completamente en silencio.

No tenía explicación alguna, solo pensaba en ir al hospital, aunque fuera para ver a su hermanita una última vez.

Con esfuerzo, se levantó del suelo, se apoyó en la pared, y, cojeando, comenzó a caminar hacia la puerta.

Robert se tensó y trató de detenerla, pero María lo empujó con fuerza, dejándolo paralizado, sorprendido ante su actitud. Siempre lo había obedecido, pero ahora se resistía.

María siguió caminando, sin detenerse.

Llegó a la morgue del hospital y vio el cuerpo de su hermana. Aunque su corazón estaba vacío, ni una lágrima salió de sus ojos.

Luego, se fue al hospital para tratarse su herida, antes de regresar a la mansión de Robert, en busca de la maleta que ya había empacado.

Rechazó la oferta de Jeison de ayudarla a mudarse al extranjero, y decidió irse sola.

Su hermana ya no estaba. ¿Qué sentido tenía?

María ni siquiera quiso mirar atrás. Ya no le importaba lo que pasara en esa mansión ni todo lo que había vivido allí.

Por lo que, con pasos lentos, se perdió en la oscuridad de la noche.

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