Diego Pinto organizó sesenta y seis viajes solo para pedirme matrimonio. Y fue recién en el intento número sesenta y siete que logró de verdad tocarme el corazón. El día después de la boda, le preparé sesenta y seis tarjetas de perdón. Teníamos un trato: cada vez que me hiciera enojar, podía usar una para ganarse mi perdón sin discusiones. Durante seis años de matrimonio, cada vez que me enojaba por su amiga de toda la vida, él venía y me pedía que le quitara una tarjeta. Pero cuando usó la tarjeta número 64, Diego se dio cuenta de que algo en mí ya había cambiado.
View MoreUna vez que tomé la decisión, ya no hubo marcha atrás.Durante un tiempo, Diego se aparecía todos los días afuera del laboratorio. Se quedaba ahí, ignorando miradas, comentarios, todo solo repetía que no quería el divorcio.Pero ya era demasiado tarde para discursos.Él eligió traicionar, y quien traiciona, también debe hacerse cargo de las consecuencias.Le di más oportunidades de las que merecía. No pienso perdonarlo.Pasó un mes entero persiguiéndome, siguiéndome los pasos, rogando que lo escuchara.Gracias a eso, medio campus terminó sabiendo quién era.Lucas se dio cuenta enseguida. Imprimió decenas de copias del acuerdo de divorcio. Cada vez que alguien se cruzaba con Diego, le entregaban una.Se convirtió en una presencia incómoda, en una molestia constante.El profesor, viendo cómo eso afectaba el ambiente de trabajo, decidió que nos mudaríamos a otro laboratorio, más cerca de la universidad.El primer día en el nuevo espacio, Diego no apareció. Tampoco mandó mensajes. Aunque s
Diego jamás solía descuidar el trabajo. Incluso cuando tuve la cirugía por el embarazo ectópico, fui sola. Él ni siquiera se tomó una hora para acompañarme.Justo en ese momento, Bruno lo llamó.—La negociación está en un punto delicado. ¿A dónde vas?Diego ya estaba en el estacionamiento del aeropuerto, con la mirada tensa y las llaves en la mano.—Clara se fue del país.—¿Por trabajo? —preguntó Bruno, aunque ya intuía la verdad.Diego dudó, luego bajó la voz, aceptando por fin lo que hasta ahora se había negado a ver.—¿Todo eso que me dijeron... era por Elsa? ¿Por cómo me comportaba con ella? ¿Por no saber ponerle límites?Bruno solo murmuró un sí. No hacía falta decir más. El mensaje estaba claro. Todos lo sabían. Solo Diego se había negado a verlo.—Todo esto es culpa mía —susurró él, con la voz quebrada—. Desde que Elsa volvió, no supe cómo manejarlo. Siempre me veía como cuando éramos niños... esperando que yo la protegiera, que resolviera todo por ella. Me necesitaba. Y yo... m
Elsa frunció los labios con frustración.—Lo hice yo... anoche, sin dormir.Diego abrió la boca, como si quisiera decir algo, pero las palabras no le salían. Al fin y al cabo, había sido él quien le consiguió esa pasantía, creyendo que le serviría de experiencia para cuando quisiera cambiar de trabajo.Elsa bajó la mirada, con los ojos húmedos.—Voy a corregirlo...—Solo me apuré porque Clara dijo que era urgente. La verdad, ni siquiera sé si debí aceptar trabajar contigo.Se giró con el informe en brazos, lista para irse. Diego levantó la mano con intención de detenerla, pero en su cabeza apareció otra imagen: Clara.Clara nunca se victimizaba. Caminaba con la cabeza en alto, siempre.No importaba cuán difícil fuera el problema, ella se sentaba, analizaba y lo enfrentaba con argumentos.No lloraba por cualquier cosa. Y si algo no le parecía, lo decía, clara y directa.Incluso cuando él insistió en que Elsa entrara a la empresa, Clara le explicó con calma por qué no era buena idea.Y a
No quise contestar. Puse el celular en silencio y lo dejé a un lado, con la pantalla parpadeando sin parar.Nuestra historia, lo sabía, ya había llegado a su final.En casa de Elsa, cuando Diego leyó mi mensaje, se puso nervioso de inmediato. Empezó a llamarme una y otra vez, a escribirme como desesperado."¿Qué estás diciendo? ¿No tenías como sesenta tarjetas? ¡No te pongas dramática!""¿Es por no haber estado contigo? Ya te dije que vuelvo en un rato.""¿Por qué no contestas? Clara, aunque estés molesta, no puedes hacer esto.""¡Contesta, por favor!"No podía creer que realmente lo estuviera ignorando. Seguía mandando mensajes, insistiendo con llamadas.Y después de no sé cuántos intentos fallidos, empezó a sentir ese nudo en el pecho.—¿Cómo pasó esto? Si me dijiste que no te ibas a enojar... ¿por qué no contestas?Empezó a repasar una por una todas las veces que yo mencioné las tarjetas de perdón. Recordó cómo, en cada discusión, parecía que ya nada me afectaba.Cosas que habrían h
Dejé la ropa en la entrada, pensando en llevarla a la tintorería al día siguiente. Luego subí a la habitación.Apenas me vio entrar, Diego sonrió, entusiasmado.—¡Así me gusta! Ni tardaste nada. Ese vestido a Elsa le encanta... a ver si puedes dejarlo como nuevo.Asentí en silencio y empecé a prepararme una mascarilla facial.Me recosté en la cama, agarré el iPad de la mesita de noche y puse una serie cualquiera.Diego también tomó su celular. Estaba concentrado, con los dedos moviéndose rápido, como si le estuviera escribiendo a alguien.De pronto, llegó una notificación al iPad. Tenía su sesión de WhatsApp abierta por error."Diego, de verdad, ¡qué buen gusto tienes! Hacía mucho que no comía pastelitos tan ricos.""Gracias por hacer la fila tanto tiempo. Te agradezco un montón."Lo miré de reojo. Seguía escribiendo rápido."Si te gustan, la próxima vez te llevo más. ¡Para eso estamos, hermanita!"Elsa contestó de inmediato:"¿Y mis sábanas? Tienen sangre de mi regla. ¿Está bien que C
Apenas terminé de hablar, Elsa se acercó y se le colgó del brazo.—Diego, me duele el pie... ¿podemos irnos ya?Llevaba su saco encima, recostada en él, como si apenas pudiera mantenerse en pie.Diego ni siquiera me miró, aunque yo apenas podía sostenerme del dolor y el color se me había ido del rostro.Sin decir una palabra, la levantó en brazos con cuidado y la acomodó en el asiento del copiloto.—Quédate quieta, no te vayas a hacer más daño.Cuando ya estaba por encender el motor, me vio ahí, parada al costado.—Crecimos juntos... la veo como una hermana. Anda, tú vuelve primero.Le dediqué una sonrisa apenas visible.—Sí. Hermana.Temiendo que pensara que estaba enojada, añadí:—Ya usaste una tarjeta de perdón. No pasa nada.Diego dudó por un instante, como si fuera a decir algo.Pero Elsa soltó un quejido suave y él de inmediato volvió la mirada hacia ella.—Nos vemos luego —dijo, y arrancó.Me quedé sola en la entrada del hotel. Me subí el abrigo hasta el cuello y me abracé los b
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