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Capítulo 2

Author: Galletita Dulce
Ese mes, Lorena tenía muy claro lo que quería: divertirse un buen rato a costa de los Silva.

Guardó su celular con una sonrisa gélida y se dirigió hacia la mansión.

Cuando llegó, tocó el timbre y, después de un buen rato, Rita, la sirvienta, le abrió la puerta. Al verla, se quedó atónita.

—¿Señora Lorena? ¿No andaba de viaje? ¿Por qué regresó así, de la nada?

Lorena no le respondió, la esquivó y entró en la casa.

—¡Señora, señora! ¡Lorena ya regresó! —gritó Rita, corriendo para avisar a los de adentro, sin lograr detenerla.

Lorena subió las escaleras en silencio. De camino, se cruzó con Carmen, que venía corriendo desde la cocina con un tazón de sopa en mano.

—¿Y tú cómo...?

—¿Paulo está arriba, verdad?

—No, no está en casa...

—Voy a buscarlo.

Sin escuchar lo que Carmen intentaba decir, siguió subiendo directo al segundo piso.

—¡Lorena, Lorena! ¡No vayas allá! —gritaba Carmen, corriendo tras ella.

Lorena subió a toda velocidad, sin detenerse, y llegó directo a su habitación. Necesitaba ver con qué excusa iban a salir. ¡No iba a permitir que la vieran la cara de estúpida!

Al abrir la puerta de golpe, vio a Paulo saliendo del vestidor.

Apenas la vio, su cara se descompuso del miedo, y dio un paso atrás, como si intentara ocultar algo.

—Lorena, tú...

—¿Te sorprende verme tan de repente? —dijo Lorena, acercándose sin titubear, con el ceño fruncido—. ¿Por qué me sales con eso? ¿No se supone que deberías estar feliz porque ya regresé?

Paulo apretó los labios, incómodo.

—Deberías haberme llamado antes.

Lorena sonrió de forma sarcástica.

—Quería darte una sorpresa. ¿Parece que no te causa ni pizca de gracia?

Paulo soltó un suspiro profundo.

—No, claro que sí, te he extrañado mucho.

Dicho esto, intentó abrazarla, pero ella lo evadió con rapidez y caminó directo hacia el vestidor.

—¡Lorena!

Paulo, alarmado, intentó detenerla, pero ella ya había entrado.

Aunque no vio a nadie, notó una falda atrapada en la puerta del armario.

¡Selena estaba escondida allí!

Vaya caradura que tenía. Para engañarla, no tenían límites.

Qué ironía. Durante tres años, ella había vivido en la ceguera. Y ahora, por fin, veía las cosas tal y como eran.

Se acercó al armario y agarró el tirador con fuerza.

—¡Lorena! —Paulo la sujetó de la mano con desesperación—. Yo... Selena me dijo que estabas preparando nuestro aniversario de bodas, ¿es cierto?

Lorena giró lentamente hacia él.

¿De verdad? ¿Cómo se atrevían a jugar con sus sentimientos de esa manera? Seguro se sentían súper orgullosos de haberla tenido tan engañada.

Pero ahora, Paulo parecía realmente nervioso.

Miraba sus manos aferradas al tirador del armario, con la respiración acelerada y el sudor comenzando a gotear por su frente.

Toda la familia Silva le temía a que ella descubriera la verdad.

Lorena fingió que estaba a punto de abrir la puerta, y claro, Paulo se puso aún más nervioso.

Era realmente fascinante ver cómo esos mentirosos se quedaban paralizados de la ansiedad y el nerviosismo.

Finalmente, soltó el tirador, fingiendo estar enojada.

—¡Eso era un secreto! ¿Cómo se atrevió a contártelo?

—Ella lo dijo sin querer, pero... a mí no me gusta ese restaurante.

¡Claro, no le iba a gustar, porque si ella iba, se daría cuenta de que su matrimonio era una completa farsa!

—Entonces cambiamos de sitio, pero esto es una sorpresa, así que no preguntes más.

—Está bien —Paulo suspiró aliviado.

—Ah, y por cierto, ¿y mi abrigo marrón? Lo empaqué para el viaje, pero no lo encontré en la maleta. A lo mejor lo dejé en la casa.

Lorena hizo el amago de abrir el armario de nuevo.

—¿Qué abrigo? —Paulo, asustado, la detuvo rápidamente.

—El que me compró mamá, me encanta. ¡No puedo perderlo!

—No está en el armario, tal vez lo dejaste en mi oficina.

—¿De verdad?

—Sí, estoy seguro, lo vi allí.

Paulo la sacó a rastras del vestidor justo cuando Carmen entraba apresurada.

—¿Y tú qué...?

—Mamá, Lorena está buscando el abrigo que le compraste. ¿Lo has visto?

Carmen parpadeó varias veces, se quedó de piedra y le costó un momento volver en sí.

—Ah, ¿el abrigo?

—¿Mamá, lo has visto? —Lorena le preguntó con calma.

—No, no lo he visto. Es solo un abrigo, si lo pierdes, te compro uno nuevo.

Lorena esbozó una sonrisa exageradamente melosa, casi angelical.

—Qué linda eres conmigo, mamá.

Carmen, visiblemente incómoda, no sabía qué decir.

—¿Esto es la sopa que me preparaste, verdad? ¡Gracias, mamá!

Lorena se acercó y le arrebató el tazón de las manos a Carmen.

—¿Qué...?

—¿Acaso no era para mí?

Carmen abrió la boca varias veces, hasta que finalmente solo pudo asentir con la cabeza.

Lorena, sin perder la sonrisa, empezó a beber la sopa frente a ellos.

—¡Está deliciosa! —dijo, y le dedicó una sonrisa de oreja a oreja a Carmen.

Una vez que terminó de comer, no se fue. Dijo que estaba agotada, echó a Paulo de la habitación y se dejó caer en la cama.

Miró el armario. Selena seguía allí, agachada y atrapada, sin poder moverse, con los músculos de las piernas adoloridos. Seguramente debía estar sufriendo.

Lorena no pudo evitar sonreír: era muy divertido.

Ese mes iba a ser un juego personal para ella.

Esa noche, cuando Miguel, el padre de Paulo, regresó a casa, Lorena bajó a cenar.

El Grupo Silva era una empresa que Miguel había fundado de cero y había trabajado sin descanso para mantenerla en la cumbre.

A sus casi sesenta años, su cabello ya estaba totalmente cano.

Lorena siempre le había tenido mucho respeto, pues lo consideraba un hombre de negocios extremadamente astuto, pero también honesto y de buen corazón.

Sin embargo, era evidente que él también estaba al tanto de la relación entre Paulo y Selena.

—¿Cómo va el proyecto del centro comercial con el Grupo Lara? —preguntó Miguel, mirando directamente a Lorena.

Ella había viajado por ese proyecto, uno vital para el Grupo Silva, y fue precisamente a través de él que conoció a Carlos.

—Está casi listo, solo falta afinar los detalles de la colaboración y firmar el contrato —respondió Lorena con calma.

Miguel asintió satisfecho, pero luego pareció pensar en algo y se quedó en silencio por un momento.

—Mira, este proyecto te ha costado un montón, y obvio, la empresa te lo va a agradecer. Mañana en la oficina, encárgate de pasárselo a otra persona para que ella lo maneje. Tengo otras cosas pensadas para ti.

Lorena frunció el ceño. Había trabajado más de medio año en ese proyecto, y ahora le pedían que se lo diera a otra persona justo cuando todo estaba a punto de cerrarse.

—¿A quién se lo entrego? —preguntó.

—A Selena. Ella también se ha esforzado mucho en este proyecto, y además, es tu amiga. No hay problema con eso, ¿o sí?

Lorena no pudo evitar sonreír con desdén.

Por supuesto, Selena y ellos sí que eran familia. Obviamente, no confiaban en que ella siguiera a cargo de un proyecto tan importante.

Pero, en poco tiempo, el Grupo Lara sería todo suyo. Y lo mejor de todo, el éxito o el fracaso de este proyecto dependerían solo de ella.
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