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Capítulo 3

Author: Félix Soan
Lucía apenas había salido Julián, Luna empezó a explicarse.

—Lucía, no me malinterpretes, Julián solo me dejó mudarme aquí porque tiene miedo de que le pase algo al bebé. Te prometo que me voy a portar bien, no voy a molestarte para nada.

Lucía la miró con calma, observando las lágrimas que bajaban por su rostro.

—Sé que el bebé es de Julián. También sé quién eres tú. Hace cinco meses, ¿la protagonista de los titulares sobre Julián, cierto?

Luna se quedó congelada. Alzó la mirada lentamente. Una sonrisa fugaz pasó por sus ojos, pero Lucía la vio con total claridad.

—¿Así que ya lo sabes?

Lucía notó el desafío en su mirada y soltó una risa fría.

Claro, lo de la niña buena era puro teatro.

—Ya que lo sabes todo, ya no voy a fingir —dijo con burla—. Después de todo, tú no puedes tener hijos, ya estás mayor. Los hombres son así, te vas a tener que acostumbrar. Seguro no lo sabes, pero Julián me dijo que en la cama, yo soy su favorita. Que tú... pareces un cadáver, que no sabes cómo complacerlo.

Un dolor agudo atravesó el pecho de Lucía.

Las promesas de su boda aún resonaban en su oído:

"Cariño, juro que en esta vida solo te amaré. No importa si podemos tener hijos o no, solo te amaré. ¡Jamás te fallaré!”

Cinco años. Solo cinco años, y ni siquiera pudo fingirlo más.

—Muy bien —dijo Lucía, con voz firme—. Si es así, los dejo. Aquí está el acuerdo de divorcio.

Justo cuando iba a entregárselo, Luna se arrojó a sus piernas.

—¡Lucía, por favor! ¡Te lo ruego! No me eches. Solo me quedaré hasta que nazca el bebé. Te lo juro, después me iré.

Lloraba con tanta desesperación que Lucía ni siquiera sabía cómo reaccionar. Fue entonces que Julián regresó.

Al ver a Luna arrodillada en el suelo, su rostro cambió de inmediato. Corrió hacia ella y la levantó de un tirón.

—¿Qué haces en el suelo?

Antes de que Luna pudiera hablar, él alzó la mirada y le lanzó una mirada helada a Lucía.

—¡Lucía! Si no quieres que Luna se quede aquí, ¡podías decírmelo directamente! ¿Por qué aprovechar que no estoy para tratarla así? ¡Está embarazada, ¡de ocho meses! ¿Cómo puedes hacer que se arrodille?

Estaba fuera de sí. Lucía ni siquiera tuvo oportunidad de explicarse.

Al ver cómo abrazaba a esa mujer, protegiéndola con todo su ser, Lucía sintió que algo le apretaba la garganta, como una piedra pesada, dolorosa.

—No es eso, Julián, estás malinterpretando a Lucía —dijo Luna con voz temblorosa—. Fui yo. Me tropecé sola.

Pero Julián no quiso escuchar.

—¿Tropezaste? ¡Tienes los ojos rojos de tanto llorar! Si solo te hubieras caído, ¿por qué estarías así?

Y sin más, la rodeó con los brazos, miró a Lucía con los ojos enrojecidos.

—Lucía, créeme o no, ¡ella es mi prima! Y me da igual si lo aceptas o no. ¡Luna se va a quedar aquí! Está embarazada de ocho meses, ha sufrido mucho. Tú... tú nunca fuiste madre, no sabes lo difícil que es todo esto. Deberías tener más compasión.

¿Nunca fue madre?

Claro, cuando alguien te conoce tan bien… sabe exactamente dónde golpear.

Lucía se echó a reír. Pero mientras reía, comenzó a llorar.

—Julián, ¿de verdad no recuerdas por quién, perdí la oportunidad de ser madre? Te doy una última oportunidad. Dime, ¿quién es ella? ¿De verdad solo es tu prima?

Sus palabras lo sacudieron. Por fin pareció darse cuenta de lo que había dicho.

—Lucía, no fue eso lo que quise decir. Eres tú la que está muy sensible. Ella es de verdad mi prima.

—Lucía, no te enojes —intervino Luna, acercándose con un vaso—. Tómate un poco de agua, cálmate, por favor, no le guardes rencor a Julián, ¿sí?

Pero apenas se acercó, tropezó otra vez y cayó al suelo. El vaso se hizo trizas, y ella inmediatamente intentó recoger los pedazos, llenándose las manos de sangre.

Julián entró en pánico. La levantó en brazos y corrió escaleras arriba.

—¡No te muevas! ¿Quién te dijo que tenías que servirle? ¡No hiciste nada malo! ¿Para qué te humillas? ¡Luna, escúchame bien! Estás embarazada. ¡No puedes seguir tratándote así!

Luna sollozaba en sus brazos.

—Es que yo no soy nada. No como Lucía...

—¿Y qué con ella? ¡Tú llevas a mi hijo! ¡Eso es lo único que importa!

Sus voces se fueron alejando por las escaleras.

Lucía se quedó parada en la sombra. La sangre le bajaba lentamente por la pierna, pero no sentía ningún dolor.

Un trozo de porcelana la había cortado cuando el vaso se rompió. La herida era profunda, pero en los ojos de Julián solo existía Luna. Ella no estaba.

Todavía lo recordaba, el día en que lo salvó. El día que casi muere atropellado.

Julián le había agarrado la mano como si fuera su única salvación, llorando como un niño.

—Lucy, si sobrevives, te juro que nunca volverás a sufrir.

Un dolor punzante le atravesó la pierna. Lucía se agachó, y lloró en silencio.
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