En la Nochebuena, mientras soltaban globos al cielo, la amante de Francisco Barrera encendió a propósito un fuego artificial que me dejó con quemaduras graves. Mi espalda, de la que me habían arrancado piel para injertársela a Laura Tamez, ahora estaba ahora aún más desgarrada y sangrante; aun así, me negué con firmeza a pedirle ayuda a Francisco. En cambio, protegí con mi cuerpo al nieto mayor de los Muñiz, apenas recién recuperado por la familia, y me lancé a una desesperada maniobra de rescate. En mi vida pasada, fue Francisco quien me dio una patada en la espalda para que no estorbara el paso de su amante al hospital. —Angela Vargas, ¿te divierte usar al niño como pretexto? Aunque estés embarazada, tú y tu hijo no son más que un banco de órganos para Laura. Yo misma te malacostumbré… por eso te atreves incluso a matar y a incendiar. Fui borrada de todos los hospitales, arrojada a las listas negras. Al final, morí con mi hijo en el vientre, cargando un odio que me atravesó hasta la tumba. Cuando volví a abrir los ojos, vi a Laura encendiendo a escondidas un fuego artificial, apuntando hacia el cielo nocturno. Su sonrisa venenosa me taladró los oídos: —Llévate a tu bastardo directo al infierno.
Lihat lebih banyakLaura perdió la cordura:—¡De niño juraste que te casarías conmigo! ¿Por qué elegiste a Angela? ¿Solo porque te salvó la vida? ¡Tú nunca la amaste! Si la amaras de verdad, no me habrías creído tan fácil.En ese instante, el señor Muñiz habló con voz grave:—Francisco Barrera, no olvides quién fue el verdadero culpable de aquel accidente.Los ojos de Laura se abrieron desmesuradamente.—¿Cómo lo sabes?Al darse cuenta de que había revelado demasiado, el miedo la cubrió de pies a cabeza.Francisco se descontroló por completo y comenzó a arrancarle la piel que no le pertenecía.—¡Te voy a matar!Yo observaba todo sin expresión.Aunque Laura muriera, ¿quién me devolvería a mi padre y a mi hijo?Comparado con mi dolor, el arrepentimiento tardío de Francisco no valía nada.Golpeada y con el rostro desfigurado, Laura cayó al suelo. De pronto me vio en el rincón y con esfuerzo me señaló.—Angela… ¿sigues viva?Francisco levantó la cabeza de inmediato; entre sollozos murmuró:—Mi amor… lo sabía
—Ya me aparté de Laura, ¿están conformes? —los hombros caídos, la voz amarga.—Todo tiene un motivo. Ella y yo crecimos juntos; si Angela no me hubiera salvado, a quien debía casarme era con…No terminó la frase, pero mi última defensa se desmoronaba; el corazón, hecho pedazos.—No es que no la ame, pero la culpa con Laura me impedía soltarla. Ahora lo entiendo: a quien de verdad amo es a Angela.El otrora imponente Francisco estaba pálido, tambaleante.—Si me dicen dónde está —apretó los labios, y anunció una decisión que heló a todos—, declaro en quiebra a los Barrera, solo para ser un hombre común con ella.Sus lamentos, en mis oídos, sonaban falsos, teatrales.Con todo su imperio no pudo protegerme; sin un peso, ¿qué fidelidad podía ofrecerme?La dicha siempre para Laura; la desgracia, siempre para mí.Soñador.El señor Muñiz apartó la vista, con asco:—¡Imbécil! No hace falta que declares quiebra: los Barrera ya fueron vaciados por los Tamez. ¿Quién crees que planeó aquel accident
Por órdenes del señor Muñiz, en la entrada de la casa apareció un letrero contundente:“Francisco Barrera y los perros no entran.”Jamás lo había visto tan humillado: suplicaba en voz baja a los guardias solo para poder verme un instante.Dentro del patio, Julio le aventó un balón de futbol directo a la cabeza, defendiéndome con rabia infantil.La sangre le resbaló por la sien, y el señor Muñiz soltó una risa fría:—Angela ya está muerta por tu culpa. Ese teatro, ¿para quién lo haces?Ordenó a los sirvientes tirar a la basura todos los regalos que Francisco había llevado, y delante de él declaró que jamás volvería a haber colaboración entre las dos familias.Francisco quiso explicar, pero Laura lo llamó por celular. Al instante dio media vuelta para marcharse.Antes de irse, apretó los puños y le dijo al señor Muñiz con seriedad:—No importa el precio, la voy a encontrar.Desde el balcón, levanté la cabeza para contener las lágrimas. Me desprecié por haberme conmovido un instante con e
Por suerte, Dios tuvo piedad y sobreviví.La única espina que me quedó fue ese hijo inocente.La tristeza me perseguía siempre.No llegar a un hogar tan retorcido, ¿acaso no era también una suerte para él?El señor Muñiz me tomó como hija adoptiva y me llevó a su casa para cuidarme.Cada vez que recordaba a Francisco suplicando como loco afuera del quirófano, se me apretaba la nariz: nunca mandó a nadie a preguntar por mí.En cambio, Laura se mostró demasiado entusiasta; sus fotos melosas con él inundaban todas las redes.Ese vestido de novia me atravesaba los ojos como cuchillos.Había invertido medio año de mi vida en él.Francisco me lo prometió: si yo le daba a Laura la piel injertada, organizaría la boda y haría pública mi identidad.Al recibir la invitación de compromiso, el señor Muñiz estalló en furia, mientras yo callaba, repasando una y otra vez el resultado de la prueba de paternidad en mis manos.—Señor Muñiz, dígale que estoy muerta.Con mi “muerte”, el matrimonio quedó di
El bebé apenas comenzaba a formarse; ya se distinguían sus bracitos tiernos y sus pequeños pies.Francisco cayó en un pánico absoluto, torpemente quiso volver a pegar la piel arrancada sobre mi vientre.—¡Angela, no es posible que conozcas al señor Muñiz, despierta!—Seguro finges, ¿verdad? ¿Otra de tus farsas baratas?Él mismo parecía consciente de lo absurdo, pero aun así insistía en sacudirme.Yo permanecía inmóvil, como un cadáver, con la mirada vacía clavada en el techo. A lo lejos, en mis oídos, resonaba el llanto de un niño. El olor a sangre y alcohol saturaba la habitación. Furioso, el señor Muñiz le dio una patada a Francisco, mandándolo al suelo.—¿Qué haces parado? ¡Llama a los doctores ya!Medio consciente, me llevaron al quirófano. Todo el hospital se volcó a mi alrededor.—El abdomen y la espalda fueron desollados a la fuerza. Quemaduras de tercer grado. El bebé no sobrevivirá.—La madre está desangrándose, necesita transfusión urgente.—Director, la reserva de sangre se
Apenas terminó de hablar, Laura se dejó caer con fuerza desde la cama, los ojos enrojecidos cargados de terquedad y desamparo.—Parece que interrumpí la felicidad de su familia de tres. El doctor dijo que, si no me hacen el injerto a tiempo, mis quemaduras pondrán en riesgo mi vida. Me iré lejos para no ser una molestia en su vista.Mostró a propósito aquella piel manchada y, entre lágrimas, marcó por celular para renunciar al tratamiento.Al escucharla, la última pizca de culpa en los ojos de Francisco se desvaneció como humo.Rozó con los labios la comisura de Laura y sus ojos, sombríos, me atravesaron con odio.—Tú jamás podrás estar embarazada —murmuró helado, y ordenó al médico que entrara en la habitación—. Si Laura necesita piel nueva, entonces arránquenle la del vientre a ella.De pronto levantó el pie y me aplastó el abdomen, acorralándome en el rincón estrecho.—Yo mismo lo haré.Quedé clavada en el suelo, como alcanzada por un rayo; no podía creer que fuera capaz de semejant
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