Share

Capítulo 6

Author: Bollo Arrocero
Julieta llevó la mano bruscamente a la pierna, la yema de los dedos rozó la dureza del yeso.

La pierna seguía ahí.

Pero al segundo, el corazón se le encogió de golpe.

Al presionar más abajo, ya fuera con un roce leve o con un apretón fuerte, esa parte de la pierna no respondía. No sentía nada, como si le hubieran pegado un pedazo ajeno al cuerpo.

—No puede ser, no puede ser... —murmuró.

Se apoyó en la cama, tratando de incorporarse. Apenas levantó medio cuerpo, la pierna derecha se le dobló sin fuerza y se desplomó contra el suelo.

En ese instante, desde la puerta llegó la voz apremiante de Bruno:

—Juan, ¿de verdad no hay otra solución? Ella es corredora profesional…

—Eso dependerá de su recuperación —la voz del doctor sonaba resignada—. Pero no le aconsejo volver al circuito. Con ese nivel de exigencia, si hay una segunda lesión, las consecuencias serían terribles.

Tras un breve silencio, Bruno respondió:

—Está bien, gracias.

Cada palabra cayó como un martillazo, destrozando la última pizca de esperanza de Julieta.

Ella había nacido para correr. Desde la primera vez que tocó un volante supo que su vida quedaría unida al rugido de un motor.

Y ahora alguien le decía que nunca más podría subir a un auto de carreras.

Eso era peor que la muerte.

Bruno entró justo cuando la encontró tirada en el suelo. Se agachó apresurado para ayudarla, pero al ver su cara llena de lágrimas, su movimiento se detuvo en seco.

—¿Escuchaste todo?

Julieta no lo miró. Apartó con brusquedad la mano que él le tendía y, con la voz temblorosa, preguntó:

—¿Dónde está Tania?

La expresión de Bruno se alteró, como temiendo que hiciera una locura. Se apresuró a justificarse:

—Tania es muy joven y no sabe lo que hace. Ya le grité por haberse atrevido a manejar sin licencia. Ella misma también salió lastimada, Julieta, por favor, no la sigas culpando, ¿sí?

Julieta levantó la cabeza de golpe con sus ojos enrojecidos.

Así que él sabía que Tania no tenía licencia y aun así le permitió conducir, incluso la inscribió en la competencia.

Y esta ya era la cuarta vez.

Cuatro accidentes, cuatro veces postrada en una cama.

Y nunca una disculpa sincera de Tania.

De repente sintió ganas de reír, pero las lágrimas le tensaban las comisuras de los labios.

Las gotas caían, grandes, como cuentas rotas.

Y aun así, él seguía protegiéndola.

—¿Y yo? —su voz era apenas un susurro—. Si no es culpa de ella, ¿de quién es? ¿Mía? ¡La que quizá no vuelva a caminar soy yo, no ella! ¡Y tú sigues defendiéndola!

Bruno frunció el ceño, ya con un dejo de impaciencia en el tono:

—Julieta, ya te dije que no fue a propósito. ¿Por qué tienes que aferrarte tanto?

Hizo una pausa y añadió, con una nota de reproche:

—Además, si no hubieras intentado quitarle el volante, tal vez nada de esto habría pasado. ¿No pensaste que también pudiste equivocarte tú?

A Julieta le cayó encima como un balde de agua helada. La sangre se le congeló.

Pero en apenas un instante volvió a reír.

Una risa más triste que el llanto.

Siempre que se trataba de Tania, ella era la culpable.

Su corazón, ya muerto, parecía que lo desgarraban y lo reducían a polvo.

Cerró los ojos y murmuró con voz apagada:

—Estoy cansada. Vete.

Al ver aquel rostro apagado, a Bruno se le encogió el pecho.

Solo entonces entendió lo cruel que habían sonado sus palabras. Abrió la boca, quiso disculparse, pero nada salió. Se levantó con pasos torpes y se fue.

Durante los tres días siguientes, Bruno casi no se apartó de ella.

Él mismo le dio de beber el amargo remedio, cocinó de mil maneras sus platos favoritos y hasta armó una cama plegable junto a la suya y despertaba ante cualquier movimiento.

Pero Julieta era como una muñeca sin alma, tomaba la medicina cuando él se la acercaba, se levantaba si él la sostenía, sin decir palabra, sin mirarlo.

Hasta que Bruno, incapaz de soportarlo, soltó aquella frase:

—Voy a organizar una boda falsa con Tania.

Julieta por fin reaccionó.

—Está bien, iré —respondió ella, con la misma calma.

A Bruno se le hundió el corazón.

Había imaginado que ella lloraría, que exigiría explicaciones, pero no esta indiferencia.

Se apresuró a justificarse, con un temblor imperceptible en la voz:

—Julieta, la familia Pérez quiere forzarla a casarse. No puedo dejar que caiga en esa trampa. Soy su amigo, no puedo quedarme de brazos cruzados.

—Por eso, quiero anunciar en público que nos divorciamos. Luego haré esa boda con Tania, pero créeme, es solo de cara a los demás, es una estrategia. Cuando el asunto con los Pérez termine, todo volverá a ser como antes.

Al oírlo, Julieta soltó una risa baja.

No era burla ni amargura, era un suspiro de alivio.

Por fin Diego iba a actuar.

Bruno decía que la familia Pérez era una fosa de leones, pero para ella era el único tablón al que podía aferrarse para escapar de esa cárcel asfixiante.
Continue to read this book for free
Scan code to download App

Latest chapter

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 26

    Lucía jamás imaginó que Bruno realmente pasaría la noche entera de pie bajo la nieve.A media madrugada la nevada se había intensificado, Lucía miraba una y otra vez por la ventana, y Julieta también echó un vistazo.Al ver aquel rostro familiar asomar entre el ventisquero, con los labios cuarteados por el frío, Bruno aún tuvo fuerzas para esbozar una sonrisa.—Julieta, ¿esto no podría costar vidas? —preguntó Lucía.Julieta, sin inmutarse, se arropó con la manta y cerró los ojos.—No va a pasar nada. Y si pasa, no es asunto nuestro. Duérmete ya.Lucía admiraba la firmeza de Julieta, pero al recordar todo lo que ella había sufrido, corrió las cortinas con fuerza, como descargando su rabia.Mientras tanto, en la nieve, Bruno revivía en su mente una y otra vez los recuerdos del pasado.Habían tenido momentos felices, decoraron una casa juntos, soñaron con el futuro. Pero todo se había venido abajo por culpa de Tania.Solo pensar en ella le encendía el pecho de ira.Con el paso de las hora

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 25

    Bruno miró hacia donde venía la voz y se quedó boquiabierto de la impresión:—¿Diego? ¿Qué haces aquí?Diego pasó un brazo por encima del hombro de Julieta y, al sentir que ella no se apartaba, la sostuvo con más firmeza.—Soy su prometido, ¿por qué no podría estar aquí?Apenas dijo eso, Bruno sintió como si un rayo lo partiera en dos. Todo a su alrededor se volvió silencio.—¿Prometido? No puede ser... Julieta, ¿cómo puede ser tu prometido?Tenía los ojos enrojecidos y los labios le temblaban.Julieta soltó la mano de Diego y entrelazó sus dedos con los de él, levantándolos frente a Bruno.—¿Por qué no? No estoy casada ni tengo hijos. ¿Tan difícil es aceptar que tenga un prometido?Los labios de Bruno se movían sin emitir sonido. Su mirada estaba llena de incredulidad.Las palabras de Julieta fueron como un cuchillo clavándose en su corazón.—No puede ser —dijo con voz entrecortada—. No lo acepto... Yo te amo. ¡Tienes que ser solo mía!Julieta soltó una risa irónica, ya no tenía inten

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 24

    Por más que Bruno gritara detrás, el auto no se detuvo ni un segundo, al contrario, aceleró hasta volverse apenas un punto negro en la distancia.Solo cuando la silueta desapareció por completo en el retrovisor, Diego bajó la velocidad.Julieta lo miró de reojo, con sospecha:—¿Y ahora por qué manejas como loco? ¿Se te olvidó que la muerte no corre prisa?Diego no respondió a la ironía. De pronto, lanzó la pregunta:—Si Bruno viniera a buscarte, llorando, arrepentido, rogándote volver... ¿Le dirías que sí?El ceño de Julieta se frunció como si hubiera oído algo repulsivo, pero respondió con seriedad:—No. Ni muerta.Solo de pensar en lo que Bruno le había hecho, un escalofrío le recorría el cuerpo. Todavía se despertaba en medio de la noche, aterrada, deseando de verdad haberse consumido en aquel incendio antes que seguir soportando esas memorias que la laceraban una y otra vez.Diego captó la firmeza en su mirada y, sin querer, se le dibujó una leve sonrisa en los labios.Julieta lo d

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 23

    Bruno no sabía que, antes de llegar al centro de entrenamiento, ya se había convertido en el tema de conversación de todos.En su mente solo había un pensamiento, que era heredar la voluntad de Julieta, correr cada pista y ganar todos los campeonatos. Así, cuando muriera y pudiera volver a verla, tal vez sentiría un poco menos de culpa.Antes de venir había escuchado que, en los últimos años, había surgido en el extranjero una entrenadora legendaria, cuya alumna había arrasado con todos los campeonatos de las ligas universitarias de élite.Aunque esa entrenadora solo aceptaba mujeres, él igual quiso intentarlo.Apenas entró en la sala de descanso, detuvo a un trabajador:—Disculpe, ¿sabe dónde está la entrenadora del equipo Zero?—¿Hablas de la entrenadora Today? —le señaló un punto no muy lejos—. Hace un rato estaba sentada ahí. Sus corredoras todavía siguen allí, puedes preguntarles.Bruno le agradeció y se dirigió con pasos rápidos hacia Lucía:—Hola, ¿sabes dónde está su entrenador

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 22

    Diego siempre creyó que Julieta lo trataba distinto.Ante los demás se mostraba como la delegada serena y contenida, pero frente a él se encendía, incluso se sonrojaba.Ese modo tan vivo de reaccionar, él lo tomó como una prueba de que ella también lo quería.Por eso, el día en que terminaron los exámenes de ingreso a la universidad, juntó todo el valor que tenía y se declaró.Pero Julieta lo miró con desconcierto.—¿Por qué? —preguntó él con voz temblorosa, casi suplicante—. ¿Acaso no te gusto?Con apenas diecisiete años, Julieta frunció el ceño, como si lo estuviera observando a un ser extraño:—No. No me gustas. Ni tú, ni esas flores, ni ese grupo de amigos tuyos que no hacen más que molestar.Fue el primer rechazo que Diego recibió en su vida y, sin embargo, no se resignó:—¿Qué es lo que no te gusta de mí? ¿Que entregue tus modelos? ¿O piensas que soy feo?Julieta dio media vuelta para marcharse, pero al ver el brillo húmedo en sus ojos, se detuvo.Lo miró fijo y respondió con ser

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 21

    Tres años después, en Italia.En la zona de descanso frente a la pista del centro de entrenamiento de rally, varios pilotos rubios de ojos claros charlaban animadamente.—¿Oyeron? Esta vez llegó un talento inesperado del extranjero. Apenas lleva tres años corriendo y ya arrasó con todos los campeonatos en su país. Es su primera competencia internacional, muchos apuestan a que va a ganar, pero yo creo que no es para tanto.—¿Un piloto extranjero? No conviene subestimarlo.Otro piloto alto chasqueó la lengua:—¿Ya olvidaron a esa entrenadora? En solo tres años sacó cinco campeonas de F1. Estos años nos ha dejado a nosotros, los hombres, bastante mal parados.Lucía Soto, que escuchaba de reojo, soltó una risa y volvió al área de descanso de su equipo.Sacó una botella de agua helada del refrigerador y la presionó de golpe al rostro de su entrenadora, que descansaba con los ojos cerrados.—Julieta, otra vez escuché a ese grupito de derrotados hablando de ti. Para ellos ya eres casi como un

More Chapters
Explore and read good novels for free
Free access to a vast number of good novels on GoodNovel app. Download the books you like and read anywhere & anytime.
Read books for free on the app
SCAN CODE TO READ ON APP
DMCA.com Protection Status