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Capítulo 7

Author: Bollo Arrocero
Al verla sonreír, la sombra en el rostro de Bruno se disipó al instante:

—Julieta, tranquila, en mi corazón solo estás tú.

—Ese día me pasé con mis palabras. Si tienes alguna petición, dímela, haré lo que quieras, solo no sigas enojada conmigo —dijo, acercándose un poco más, con una voz lastimera, casi al borde del llanto.

Antes, Julieta siempre cedía a ese tono suyo, lograba ablandarla con facilidad. Pero ahora, aquel hombre le resultaba completamente ajeno, y por dentro solo sentía un frío helado.

Miró el ruego en sus ojos y, de pronto, curvó apenas la boca:

—Está bien, entonces haz que Tania se case con otro.

La sonrisa en la cara de Bruno se congeló. Después de un largo silencio, forzó un gesto torcido, apenas un intento de sonrisa.

—Julieta, no digas tonterías.

Alargó la mano hacia su rostro, pero ella giró la cabeza para esquivarlo.

—Es como tu hermana. ¿También te pones celosa por eso? Cambia el pedido, por favor. Lo que quieras, te lo concedo.

Julieta se rió con más fuerza.

Lo sabía, cada vez que se trataba de Tania, las promesas solemnes de Bruno eran como papel mojado, se rompían al mínimo roce.

—Estaba bromeando —dijo al fin, con la voz apagada—. Hagan lo que quieran, no necesitan darme explicaciones.

Al notar que ella había soltado el tema de Tania, Bruno respiró aliviado. La sonrisa volvió a sus labios mientras le revolvía suavemente el cabello.

—Sabía que eras la más comprensiva. Voy a seguir con mis cosas, descansa bien.

En cuanto sus pasos se perdieron en el pasillo, la última expresión del rostro de Julieta se desplomó.

Así que para eso habían servido todos sus desvelos y cuidados estos días.

No era culpa, no era compasión. Solo buscaba evitar que ella armara un escándalo y le estropeara el camino que estaba allanando para Tania.

Curvó la boca en una mueca amarga. Metió la mano bajo la almohada, sacó el celular y llamó a Nora.

—Nora, ¿ya preparaste el acuerdo de divorcio?

Al otro lado hubo un silencio tan largo que Julieta pensó que la señal se había cortado. Hasta que, al fin, la voz de Nora llegó, áspera y vacilante:

—Julieta, tú y Bruno nunca estuvieron casados. El acta de matrimonio que me enviaste... Es falsa.

Julieta se quedó rígida, con un zumbido ensordecedor en los oídos.

Apretó el celular con fuerza, y le temblaba la voz:

—¿Qué…? ¿Qué dijiste?

—Es cierto —respondió Nora con cautela—. Pedí que lo verificaran, tu estado es de soltera. Bruno figura como divorciado. Su exesposa es Tania, se separaron apenas hace dos meses. El sello en tu acta de matrimonio está falsificado, el documento es una imitación de tienda barata. Nunca fueron esposos legales.

La voz de Nora se quebró.

Esa boda que había paralizado la ciudad entera, esa unión que tantos envidiaron, ¿quién iba a imaginar que desde el principio no fue más que una mentira?

Con manos temblorosas, Julieta abrió la captura que Nora le había enviado.

La luz blanca de la pantalla le devolvió el reflejo de un rostro igual de pálido.

Líneas y líneas de letras frías, como agujas envenenadas, le perforaban los ojos.

Ese corazón, ya hecha triza y tantas veces recompuesto a la fuerza, volvía a estallar en mil pedazos.

Sin darse cuenta, se había convertido en la amante de otro matrimonio.

Diez años.

De los diecisiete a los veintisiete, los años más bellos de su vida invertidos en ese hombre, y ni siquiera un nombre legítimo había conseguido.

Qué ridículo.

El dolor de las piernas y la opresión en el pecho la derribaron. La calma fingida que había sostenido hasta ahora se desmoronó por completo.

En la habitación estalló su llanto desesperado, gritos que desgarraban el corazón, tanto que la persona de la cama de al lado no pudo evitar llorar también.

Al final, Julieta se levantó a duras penas, arrastrando la rabia y el rencor. Agarró las muletas y, cojeando, salió directa hacia la oficina de Bruno.

Cuando él la vio aparecer en el umbral, primero se iluminó su rostro de alegría. Pero al fijarse en su palidez y en la pierna temblorosa, el gesto se le torció en preocupación. Se apresuró a acercarse con los ojos llenos de ternura:

—Julieta, ¿qué haces aquí? ¿Ya no te duele la pierna?

Trató de sostenerla, pero Julieta lo apartó bruscamente.

Le mostró el celular frente a los ojos, llena de tristeza:

—Bruno, me arrepiento de haberte conocido.

La frase lo hizo fruncir el entrecejo, pero al ver el contenido en la pantalla se le borró la sangre del rostro.

Le arrebató el celular, lo abrió, pasó las páginas cada vez más rápido, su expresión se ensombreció, hasta detenerse en el chat donde Julieta y Nora hablaban de divorciarse.

—¿Quieres divorciarte?

Levantó de golpe la mirada, en sus ojos el pánico se transformó en una sombra oscura:

—¿Quieres dejarme?

Julieta aspiró con fuerza, las lágrimas se mezclaron con el odio al caerle por las mejillas.

—¡Sí! ¡Me das miedo, quiero estar lejos de ti!

Le arrebató el celular y, con la mano temblorosa, marcó el número de Diego.

Pero antes de que contestara le arrancó el celular y lo estrelló contra el suelo.

Con un crujido seco, la pantalla quedó hecha añicos.

Julieta lo miró, impactada, y se topó con los ojos de Bruno, enrojecidos.

Ya no había ni rastro de ternura en su cara, solo una posesión loca, oscura y aterradora.

—No voy a dejar que te vayas de mi lado.

Julieta sintió un escalofrío, pero aun así apretó los dientes y se dio vuelta para irse.

Apenas avanzó dos pasos, sintió un golpe brutal en la nuca.

La oscuridad la envolvió, y se desplomó inconsciente.
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