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Después de 99 decepciones, ya no quiero su amor
Después de 99 decepciones, ya no quiero su amor
Author: Zafira

Capítulo 1

Author: Zafira
El día de mi boda, mi hermana menor regresó al país de improviso.

Mis papás, mi hermano y mi prometido me dejaron sola y se fueron al aeropuerto a recibirla.

Mientras ella subía a sus redes una foto grupal, presumiendo que todo mundo la adoraba, yo marqué una y otra vez: me colgaron todas las llamadas.

El único que contestó fue mi prometido: —No hagas un drama; la boda se puede volver a celebrar.

Ese día me volvieron el hazmerreír en la boda que más había esperado. La gente señalaba, se burlaba, y yo tragué en seco.

Respiré hondo, arreglé todo yo sola y, en mi diario, escribí un número nuevo: 99.

Era la decepción número noventa y nueve. Entendí que no iba a seguir esperando su amor.

Completé la solicitud para estudiar en el extranjero y empaqué mi maleta.

Todos creyeron que, por fin, me había calmado. No sabían que ya me iba.

***

La puerta de la habitación se abrió de golpe. Mi hermano, Lorenzo Suárez, entró y, al verme con la mirada perdida sobre mi diario, soltó una risita desdeñosa.

—¿A estas alturas sigues tan infantil? ¿Como niña de primaria, escribes un diario?

Otro día le habría contestado.

Pero esta vez no levanté la cabeza ni respondí.

Al notar que no reaccionaba, Lorenzo se alborotó el pelo, me arrebató el diario y le echó un vistazo. Solo había un número: 99.

Era el conteo de las veces que, a lo largo de los años, me habían decepcionado.

Lorenzo frunció el ceño sin entender, tiró el cuaderno al piso y me dio órdenes:

—Ya deja esas tonterías. Leti quiere los camarones braseados que te salen. Lávate las manos y baja.

—Tómalo como tu disculpa por ese comentario pasivo agresivo que le soltaste hoy.

Seguí tranquila.

—Ajá —dije, y me puse de pie para bajar.

Lorenzo se sorprendió de que no armara un escándalo. Antes, cuando en casa me pedían cocinarle camarones a mi hermana, terminaba hecha un mar de lágrimas, como si me hubieran cometido la peor injusticia. ¿Por qué ahora estaba tan callada?

—Carlotta, ¿te cambió el carácter? No me digas que traes algo entre manos y piensas ponerle cosas raras a la comida.

Me examinó de arriba abajo, intentando descifrar mis malas ideas. Al notar mis ojos ligeramente enrojecidos, se quedó callado. Pasó mucho rato antes de que volviera a hablar.

—Leti lleva un año fuera del país. Estuvo sola todo este tiempo; es la primera vez que regresa. Estamos desesperados por verla; deberías entenderlo. Es solo una boda. Se repite después y ya.

Guardé silencio, saqué los camarones del refrigerador y empecé a limpiarlos.

Sí, solo una boda.

Para ellos no había nada más importante que ir a recoger a Leticia, aunque fuera la boda que llevaba esperando desde hacía muchísimo.

El vestido era de alta costura; me costó semanas conseguirlo en renta.

La decoración la había construido con la organizadora de bodas, detalle a detalle, durante más de medio año.

Todo eso lo vieron. Y, al final, las personas más cercanas me volvieron un chiste.

La familia de la novia brilló por su ausencia; el novio no apareció de principio a fin.

Mientras Leticia presumía en redes que “tantos” habían ido a recibirla, yo aguantaba las miradas raras y las risitas de los invitados y me hacía cargo sola del desastre.

Hasta el personal del hotel, al verme pálida, me tuvo lástima y me pidió que me fuera a descansar. Pero al regresar a casa, lo primero que hizo mi familia fue ponerme de cocinera.

Los labios se me curvaron en una sonrisa amarga.

Había pensado rechazar la oportunidad de estudiar en el extranjero que me ofreció mi mentora: mis papás ya mayores, Leti fuera, Lorenzo hasta el cuello de trabajo y yo a punto de casarme.

Ahora solo sentía que irme era lo correcto.

Lástima que, con la solicitud recién enviada, aún faltaban dos semanas para poder salir.

Aparté a Lorenzo con el hombro.

—Con permiso. Estorbas.

Mi frialdad lo dejó como golpeando algodón. Resignado, estaba por decir algo cuando, desde la sala, la princesa consentida de todos lo llamó:

—¡Hermano, no puedo pelar esta castaña!

Lorenzo se apuró enseguida:

—No la peles tú, te vas a lastimar las manos. Tú vas para pianista; espera, yo te ayudo.

Por fin, la mosca fastidiosa salió de la cocina.

Bajé la mirada a mis manos, viendo que mis dedos, antes finos, estaban enrojecidos e hinchados por la alergia.
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