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Después del divorcio, mi esposo distante perdió el control
Después del divorcio, mi esposo distante perdió el control
Author: Luna Serena

Capítulo 1

Author: Luna Serena
Esa noche era la única del mes en que compartíamos la cama.

Sin querer, se me escapó un gemido suave.

La mirada de Benito ya no mostraba ni una chispa de deseo.

—Valeria Lara, te saltaste la regla.

Se apartó enseguida, agarró la bata y se metió al baño.

Yo me quedé tendida en la cama, cerré los ojos, invadida por la vergüenza y la rabia.

Todo había cambiado tres años atrás, cuando perdimos a nuestra primera hija.

Con la excusa de rezar por su alma, Benito mandó construir un oratorio en la casa.

Desde entonces, frente a la imagen de Cristo las velas nunca se apagaban y el incienso no dejaba de arder.

Decía que un buen creyente debía huir de los placeres de la carne, y que, como máximo, solo una vez al mes. Además, todo debía hacerse en silencio absoluto.

Apenas tenía veinticinco años. Claro que tenía deseos... pero no me quedaba más que acatar sus reglas.

***

Aquella madrugada, Benito salió de casa.

Al poco rato me llamó mi mejor amiga: Sofía Silva.

Su voz sonaba llena de angustia:

—¡Valeria, mira lo que está en tendencias! ¿Ese supuesto patrocinador de Yulia no se parece demasiado a Benito?

Abrí la noticia y sentí que la cabeza me iba a explotar.

"¡BOMBA! La estrella Yulia Santos tendría un influyente mecenas. Identidad aún sin confirmar."

La foto salía borrosa, apenas una silueta de espaldas... pero yo reconocería a mi esposo donde fuera.

La misma mano que nunca soltaba el rosario ahora estrechaba la cintura de Yulia mientras entraban juntos en un hotel.

En ese mismo instante llegaron dos correos anónimos a mi bandeja de entrada.

Y enseguida empezaron a aparecer en la pantalla, una tras otra, decenas de fotos en alta resolución.

La primera: Benito arrodillado, abrazando a una niña preciosa con un vestido pomposo, dejándola darle un beso en la mejilla.

La segunda: Yulia quitándole una pelusa del hombro y él, lejos de apartarla como hacía conmigo, le sonreía con ternura.

***

Después de ver todas las fotos, ya no me quedaba ninguna duda.

Yo creyendo tres años que era puro devoto... y en realidad era un infiel.

Apreté el celular con fuerza, respiré hondo y abrí el segundo correo.

El mensaje contenía una sola frase: "Señora Cruz, ¿prefiere exponerlos o un millón de dólares a cambio de su silencio?"

"Un millón. Trato hecho."

Contesté sin pensarlo y usé todos mis ahorros —irónicamente, el mismo dinero que Benito me había dado como regalo de bodas— para comprar las pruebas de su traición.

Me quedé mirando la foto de esa niña.

Si nuestra hija hubiera vivido, tendría más o menos esa edad.

Pero nunca llegué a verla. Murió antes de que pudiera tenerla en mis brazos y se redujo a un simple puñado de cenizas en una urna diminuta.

A mí me rompió el alma, y lo único que salió de su boca fue: Tendremos más hijos.

Hoy entiendo que no, que nunca iba a ser así.

Con las fotos ya en mis manos, llamé a Sofía.

—¿Conoces algún abogado? Quiero divorciarme.

Si un hombre ya no era fiel y empezaba a querer a otra, no tenía sentido seguir a su lado.

—Déjame averiguar.

Esa misma tarde, el abogado redactó un acuerdo. No pudo detallar la división de bienes porque no tenía idea del patrimonio de Benito.

—No importa —dije—. Envíame el borrador. Lo demás lo hablaré directamente con él.

Esas fotos me costaron un millón, pero la reputación del presidente del Grupo Cruz valía muchísimo más.

Al fin y al cabo, con esas pruebas en la mano, negociar no iba a ser complicado.

Imprimí el acuerdo y lo dejé sobre la mesa. Luego marqué el número de Benito.

El celular se conectó enseguida.

—¿Señorita Lara? ¿Qué necesita? Benito está con la niña —contestó con una voz melosa, tan suave que me sonó como una bofetada.

Así que Yulia sí sabía que yo existía.

Por un momento quise creer que Benito la había engañado haciéndose pasar por soltero.

Pero no: ella sabía perfectamente que era la tercera.

No iba a malgastar energía con alguien así.

—Pásame con Benito.

—Lo siento, la niña no lo suelta. Si quiere, dígame qué necesita y yo se lo paso.

Su tono seguía dulce, como si nada.

Y entonces escuché una vocecita infantil:

—Papá, ¿mañana cuando despierte todavía vas a estar aquí? Siempre te vas sin avisar...

Y Benito, con la voz más tierna del mundo, le contestó:

—Claro que sí, mi princesa, papá te lo promete.

El corazón se me estrujó. Esa calidez no la recibía de él desde hacía años.

—¿Señorita Lara? —volvió Yulia, con tono seco—. ¿Algo más? Porque si no, vamos a descansar.

Cada palabra que decía era puro veneno.

—Sí. Dile que vuelva a casa a firmar el divorcio.
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