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Capítulo 2

Auteur: Tulipán
Decidida a dejar Bahía Sur para siempre, a Luisa le quedaba un último asunto.

Antes de morir, en su vida pasada, se enteró de que la única reliquia de su madre había aparecido en una subasta. Esa subasta se celebraría tres días después de la gala para elegir esposa.

Con la maleta ligera, se arregló y se presentó esa noche en la casa de subastas.

Ignoró los murmullos y esperó, fija, esa pieza.

Cuando pusieron en puja la pulsera de jade, levantó la paleta.

—¡Tres millones de dólares!

La pieza no tenía una calidad extraordinaria. Luisa ofertó muy alto adrede: quería asegurarla sin ruido.

Pero, cuando el martillo estaba por caer, una voz femenina —demasiado conocida— sonó:

—¡Tres millones y medio!

Luisa volteó y se encontró con la mirada provocadora de Lucía.

Se le hundió el pecho. Levantó de nuevo la paleta.

—¡Cuatro millones!

Lucía levantó la paleta también, con ganas de pelea.

—¡Cinco millones!

Luisa apretó los dientes.

—¡Siete millones!

La sala estalló en exclamaciones.

Saltaba a la vista que la pieza no valía tanto.

Lucía dudó y estaba por bajar la paleta cuando una mano detuvo la suya.

La voz de Fernando, plana, cortó el aire:

—Diez millones.

—Es solo una pulsera. Si Lucía la quiere, no tiene por qué cederla.

—Luisa, no seas inmadura: lo de Lucía no te pertenece.

La frialdad de su tono le ardió en los oídos a Luisa. Lo miró, incrédula.

—¡Era mía!

Fernando frunció el ceño, con advertencia en la mirada.

—Tu papá te consintió toda la vida. ¿Cuántas joyas te compró?

—A Lucía la mandaron lejos siendo una niña. También es una Benítez, y se abrió camino sola. ¿Ahora no puedes ni dejarle una pulsera?

Luisa lo miró, helada por dentro.

Recordó aquella rifa en secundaria. A un compañero le gustó su premio; como ella no quiso cambiárselo, se lo arrebató. Luisa, más débil, solo pudo abrazar la caja y llorar.

Entonces Fernando entró, apartó de un tirón al chico y lo tomó del cuello de la camisa: nadie volvía a quitarle algo a Luisa.

“Mientras sea tuyo, nadie te lo quita”, le había dicho.

Ahora, en los ojos de Fernando ya no estaba ella.

Él le dirigió una mirada desdeñosa y hizo un gesto con la mano.

—No hay tope. Lo que Lucía quiera, lo tendrá.

La sala volvió a agitarse.

Luisa apretó los dientes hasta casi reventarlos. El dolor, la rabia, la impotencia, y los recuerdos de lo que Fernando le había hecho en su otra vida subieron como lava.

—¿Qué? ¿Tan desesperado por quedar bien con tu bastarda favorita? —soltó con una risa amarga, mirando a Fernando y a una Lucía lívida—. La hija de la amante cree que, quedándose con la reliquia de la esposa legítima, se vuelve señora de la casa, ¿no?

¡Paf!

Un bofetón le volteó la cara. Levantó la vista: Fernando la miraba con frialdad y asco.

—Luisa, qué falta de educación.

—¿Así hablas de tu hermana? ¿Ni la memoria de tu madre te merece respeto?

Al oírlo nombrar a su madre, a Luisa se le calentaron los ojos.

Quiso decirle que esa pulsera era lo único que le quedaba de María Benítez; su último lazo. Pero, en esos segundos, Fernando ya había llamado a seguridad.

—Saquen a esta mujer.

—Aquí hay reglas. No vamos a permitir que venga a armar escándalo.
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