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Capítulo 4

Penulis: Luna Roja
El gesto de Lucian se endureció. Tomó a Sophia por la muñeca y la arrastró hasta el jardín trasero.

—¿Estás loca? ¿Qué te pasa?

—¡Te dije que no te volvieras a parar por aquí! ¡Si tu hermana se entera, ya sabes qué va a pasar!

Me acerqué a la ventana del segundo piso, desde donde tenía una vista perfecta de todo lo que pasaba en el jardín. Lucian parecía una bestia furiosa mientras empujaba a Sophia con fuerza.

—¿Qué tienes? ¿Quieres hundir a toda la familia?

Aterrada por su furia, Sophia temblaba mientras sacaba un informe del hospital de su bolso con la mano temblorosa. Incluso desde esa distancia, apenas distinguí sus palabras:

—Sé que no debí venir… pero estoy embarazada. El doctor dijo que lo de anoche fue muy brusco. Tengo nueve semanas y ahora es un embarazo de alto riesgo. Sé que no debo darte problemas, pero tengo miedo. ¿El bebé va a estar bien? Es tu primer heredero, el futuro de tu linaje.

Esas palabras me cayeron como un rayo y me hicieron pedazos. Sentí como si me hubieran arrancado del pecho, dejándome un vacío sangrante y en carne viva.

¿Sophia… también estaba esperando un hijo de la familia Marino?

Recordé que, cuando recién nos casamos, habíamos hablado sobre continuar con el linaje.

Lucian había dicho que tener un hijo tan pronto afectaría lo nuestro, que quería que nuestra unión siguiera siendo la forma más pura del amor.

En ese entonces, estaba tan embelesada con su supuesta devoción que le creí todas sus estupideces y desde entonces me estuve cuidando para no tener hijos.

Hasta ahora lo entendía todo. Podía tener un hijo con otra mujer sin que le importara lo más mínimo. Desde el principio, nunca quiso tener un hijo conmigo.

Al escuchar la palabra “embarazada”, Lucian se quedó paralizado. Miró fijamente el vientre de Sophia, con un destello de confusión en la mirada. Siempre se había cuidado, ¿cómo era posible…?

Pero la duda le duró apenas un instante. Le temblaron los labios y su tono de voz se suavizó.

—¿Nueve semanas? Tenemos que cuidarnos muchísimo ahora. No puede pasarle nada al heredero de esta familia. Espérame en el auto. Voy a llamar al mejor doctor de la familia para que te haga una revisión completa.

Las lágrimas de Sophia se convirtieron en sonrisas y se puso de puntitas para darle un beso. La mirada de Lucian se tornó seria, pero esquivó el beso con suavidad.

—Estamos en la mansión de los Marino. Ten más cuidado. Además, ahora tienes que pensar primero en el bebé. No me provoques.

Sonrió de forma pícara mientras caminaba de regreso a la casa. Regresé rápido a mi cuarto y volví a sentarme en el comedor.

Nueve semanas. Debió de ser la noche en que descubrí por primera vez que no había vuelto a casa.

Me toqué el vientre y solo sentí lástima por esta pequeña vida. Es culpa de mamá. No pude darte una familia feliz.

Poco después, Lucian abrió la puerta.

—Tengo que salir a arreglar un asunto. La familia Romano ha estado haciendo movimientos raros últimamente, puede que quieran meterse con nuestros negocios. Tengo que ir a encargarme yo mismo. Pórtate bien y espérame aquí en la casa estos días.

Asentí, como si entendiera. Al ver mi expresión tranquila, pareció aliviado y me dio un beso en la frente antes de irse.

Seguía siendo un gran actor, pasando de Sophia a mí sin el menor esfuerzo. Observé su silueta mientras se alejaba y luego miré el calendario en la pared.

Quizá esta sería la última vez que nos veríamos en esta vida.

***

Esa tarde, mi teléfono vibró. En la pantalla había una foto de un ultrasonido.

Luego, otra imagen: Lucian sostenía con ternura el vientre apenas abultado de Sophia, e inclinaba la cabeza para besarlo con devoción. Su ternura era una que nunca antes le había visto.

Aunque el remitente era un número desconocido, era obvio quién lo enviaba.

Quizá el hecho de llevar al heredero de los Marino le había dado a mi hermana el descaro de provocarme a mí, la matriarca.

Pero lo que ella no sabía era que nada de eso me afectaba ya. Mi corazón estaba muerto. Tenía el corazón hecho cenizas. Estaba decidida a desaparecer.

Durante los dos días siguientes, tal como esperaba, no tuve noticias de Lucian.

Aproveché ese tiempo para borrar todo rastro de mi existencia en la mansión.

Doné las joyas y antigüedades que pude y quemé el resto de mis cosas. Solo conservé lo indispensable para llevarme.

El día que me fui, me desperté antes del amanecer y metí todo en una maleta. Esperé en silencio a que el auto del laboratorio pasara por mí.

Cuando iba a contactar a mi tutor para confirmar la hora, recibí otro mensaje de aquel número.

“Hermanita, el doctor dijo que es niño. Llevo al heredero de los Marino.”

“Lucian dice que va a formalizar lo nuestro por el bebé. Inútil, que ni un heredero puedes darle. Si sabes lo que te conviene, ¡lárgate de la mansión Marino por tu cuenta!”

Esta vez, sí respondí.

“Felicidades. Tu deseo está a punto de cumplirse.”

Después de enviar el mensaje, llegó el auto. Arrastré la maleta y subí al asiento trasero.

Cuando pasábamos por la Catedral de Santa María, empezó a llover a cántaros. Las gotas de lluvia golpeaban la ventanilla del auto y empañaban el mundo exterior.

Fue entonces cuando, a través del cristal empapado por la lluvia, vi una fila de carros negros que me resultó familiar, estacionada frente a la catedral. Ahí nos habíamos casado hacía siete años.

Bajo la lluvia, Lucian salió de la iglesia con un paraguas negro en una mano, mientras con la otra sujetaba con fuerza la de Sophia.

Llevaba un vestido blanco de maternidad que resaltaba contra el fondo gris de la lluvia. Acababan de salir de la iglesia, como si hubieran terminado de rezar.

Cuando Lucian ayudaba a Sophia a subir al auto, una ráfaga de viento abrió una brecha en la cortina de lluvia.

Levantó la mirada y casualmente miró en mi dirección.

A través de dos cristales empañados por la lluvia, nuestras miradas volvieron a cruzarse en el mismo lugar que había sido testigo de nuestros votos.

Cuando se dio cuenta de que era yo, sus ojos se llenaron de sorpresa, confusión y miedo.

Sus labios se movieron en silencio, como si pronunciaran mi nombre. Aparté la mirada, rompiendo así nuestra última y silenciosa conexión.
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