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Capítulo 4

Author: Esteban Selvas
Después de aquel día, Victor no volvió a casa. Aquello no era ninguna novedad, sino todo lo contrario. Era su vieja táctica de castigarme con su silencio. Me dejaba ahogarme en mis propias dudas, en la incertidumbre, hasta que, por fin, aparecía con unas cuantas palabras dulces, y todo volvía a comenzar.

Antes, yo cedía, porque aún lo amaba. Pero, esta vez… no iba a funcionar.

Sin darle más vueltas, comencé a empacar mis pocas pertenencias. En la villa, todo le pertenecía a él: los muebles, los cuadros… todo; hasta el aire que se respiraba parecía suyo. Lo único que era mío eran unas cuantas mudas de ropa.

Sí, mi vida entera había girado en torno a Victor Blackwood.

Al día siguiente, regresé a la sede principal de la familia, para entregar mis cargos. Quería irme de una vez por todas, dejando todo atrás: poder, dinero, rango… pero, sobre todo, a él.

Mi amiga más cercana, Lynn Monroe, estaba encargada del proceso, por lo que, cuando vio mi solicitud de renuncia, primero se quedó muda, antes de soltar una risita de sorpresa.

—Esto es por la boda, ¿verdad? —preguntó, divertida—. Vas a estar ocupada preparando tu matrimonio, ¿no?

—¿Qué boda? —inquirí, mirándola confundida.

—No te hagas la tonta —dijo Lynn, con una sonrisa, mientras me daba una palmadita en el hombro—. Hace unos días escuché al subjefe decir que Victor ya reservó el salón más lujoso de la ciudad. Dicen que planea la boda más grande que se haya visto. ¡Felicidades, Vivienne! Después de tantos años, al fin tendrás tu final feliz.

Me quedé helada, por un instante, sintiendo que todo daba vueltas.

¿Así que sí recordaba la boda que le pedí durante siete años? No sabía si sentir alivio o tristeza, por lo que no dije nada, y me limité a firmar los documentas.

Aquella noticia me dejó intranquila.

Esa noche, invité a algunas amigas al bar de siempre. Brindamos, reímos, y, al final, terminé tambaleándome un poco por el pasillo, mareada por el vino.

Fue entonces cuando escuché una voz familiar, proveniente del salón de puros, cuya puerta estaba entreabierta.

—¿De verdad se va a casar con la señorita Stone, Don Blackwood? —preguntó el subjefe de Victor, incrédulo—. ¿Y qué pasará con Vivienne? Ella ha estado con usted durante siete años. Lo ha dado todo. Si se entera de esto…

Victor exhaló el humo de su cigarro con lentitud, y, cuando habló, su voz sonó grave, mezclada con algo que no supe si se trataba de culpa o mero cansancio.

—Sé que Vivienne ha sufrido mucho… Pero ayer atacaron a Queenie. Dijo que estaba aterrada, que temía morir sin haber vivido su boda soñada. No puedo negarle ese deseo. —Hizo una pausa, antes de añadir, con tono frío y decidido—: Que Vivienne espere un poco más. Su boda no es urgente.

Al oír aquello, sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Esa boda… nunca había sido para mí. Para él, Queenie siempre estaría primero.

A trompicones, salí del bar, pero, justo al cruzar la puerta, me encontré de frente con ella.

—¿Vivienne? —dijo, con una sonrisa venenosa—. Por la cara que tienes supongo que ya te enteraste de la boda, ¿verdad? —Su mirada se llenó de burla—. ¿De verdad pensaste que tú serías la novia? Qué gracioso… Las mujeres como tú solo sirven para ser la otra, no la esposa de Víctor.

Se acercó un paso más, bajando la voz con satisfacción.

—Ayer solo mentí. Dije que unos enemigos me habían asustado, que necesitaba casarme pronto para sentirme segura… y él aceptó de inmediato. ¿No lo ves? Solo basta una palabra mía para que Victor me dé todo lo que quiero. Malcriarme se ha vuelto una costumbre para él. ¿Cómo podrías competir tú?

A pesar de mi palidez, alcé la barbilla, conteniendo las lágrimas, y respondí:

—Ganaste. Le diré a Victor que me voy. Puedes quedártelo.

—No tan rápido —replicó, con una sonrisa torcida—. Si te vas herida, seguirás en su cabeza. ¡Perra! No pensé que fueras tan calculadora.

Dicho esto, antes de que pudiera reaccionar, sacó una pistola de su bolso y disparó contra el tanque de gasolina de un auto cercano. El estallido fue ensordecedor, y el fuego envolvió el lugar en un santiamén, mientras una lluvia de fragmentos me golpeaba el cuerpo.

Caí al suelo, aturdida, mientras ella depositaba el arma en mi mano, antes de lanzarse al piso gritando y fingiendo terror.

—¡Vivienne, no me mates! ¡Por favor! ¡Te dejo a Victor, pero no me hagas daño!

Victor apareció corriendo. Su mirada se posó rápidamente sobre mí, con el fuego detrás, antes de mirar a Queenie tirada en el suelo, llorando, mientras se sujetaba el brazo ensangrentado.

Me arrancó el arma de las manos con furia.

—¿Qué demonios estás haciendo? —rugió, furioso, arrancándome el arma de las manos—. ¿Estás loca? ¿Intentaste matarla por celos?

—¡No fui yo! —exclamé, desesperada, con la voz temblorosa—. ¡Ella me dio el arma! ¡Me está tendiendo una trampa!

Pero nadie escuchaba. La escena parecía ser suficiente para él: fuego, sangre, lágrimas…

—¡Te juro que le dije que podía quedarse con la boda, pero quiso matarme igual! —sollozaba Queenie—. ¡Vic, ella de verdad quiere matarme!

Victor me miró con una mezcla de dolor y decepción.

—Vivienne… —Su voz fue un susurro helado—. Pensé que tú eras la única persona en la que podía confiar. Pero ya no sé quién eres. Te desconozco.

Dicho esto, cargó a Queenie cargó en brazos y se marchó sin mirar atrás. Sentí cómo las heridas ardían, pero el dolor físico era insignificante comparado con el que me desgarraba el pecho.

Intenté hablar, pero apenas pude murmurar:

—No… yo no…

Las lágrimas me nublaron la vista, mientras todo a mi alrededor se derrumbaba.

Reuniendo lo último de mis fuerzas, caminé, tambaleante, en dirección contraria, donde un taxi se detuvo frente a mí, al cual me subí, sintiéndome completamente exhausta.

El conductor me miró por el espejo retrovisor y, con tono amable, dijo:

—Señorita, hoy es su día de suerte. Es la décima pasajera, tiene un cupón de descuento para su próximo viaje. ¿Lo quiere?

—No, gracias —negué, suavemente, con la voz ronca pero firme—. Jamás volveré a esta ciudad.
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