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Capítulo 03

Author: Menta Suave
Lo sabía todo: la preferencia descarada de mis padres, las injusticias que había sufrido, cuánto anhelaba que él, por una vez, me eligiera a mí sin dudarlo. Pero no, él prefería jugar al héroe salvador de Siena, borrándome de la ecuación, como si nada.

Ese estudio guardaba mis desvelos, mis sueños… Cada pequeño triunfo seguía vibrando entre esas paredes. Y ahora, lo veía ser devorado, borrado poco a poco.

En un parpadeo, mi estudio ya no existía, y, en su lugar, había aparecido un clóset nuevo y reluciente. Igual que mi vida, había sido invadido y reemplazado por Siena.

En un rincón, olvidada, quedó una pequeña foto mía, de cuando era niña.

Iván se acercó a escondidas, la recogió y la guardó en su cartera con un cuidado que me revolvió el estómago.

De regreso en la oficina, los empleados le soltaron a Iván que yo llevaba días sin aparecer y que, por supuesto, no había entregado ni un solo diseño para el contrato con los nuevos socios.

La cara de Iván se descompuso. Furioso, sacó el celular para llamarme. Pero, obviamente, del otro lado, solo encontró silencio.

Por primera vez, montó una escena frente a los empleados: se levantó de golpe y barrió con furia todos los papeles de su escritorio.

Finalmente, alegando «abandono de trabajo», anunció mi despido. Y el muy cínico propuso que Siena, que no sabía ni dibujar un círculo, ocupara mi puesto.

En esa misma oficina, Iván no tardó en sucumbir a los encantos baratos de Siena. Se abrazaron y se besaron como si no hubiera un mañana. Se restregaron sobre el escritorio, en el sillón del jefe… ¡Patéticos! Tratando de ser amantes apasionados.

Yo los miraba, sintiendo un asco que me revolvía las entrañas.

Instintivamente, mi mano etérea fue a mi vientre, apenas abultado, mientras la rabia y la impotencia me ahogaban.

Tenía un mes de embarazo. Quería darle la sorpresa a Iván… y ahora, mi bebé y yo compartíamos el mismo trágico final: dos almas, una sola tumba.

Los días siguientes, a Iván le entró el remordimiento tardío, o alguna estupidez así, y empezó a bombardearme con mensajes preguntando dónde diablos estaba. Quizás se le había pasado la calentura del momento, y enviaba un mensaje tras otro con un tono patéticamente sumiso, rogándome que volviera.

¿Pero cómo diablos iba a responderle yo?

—Mi amor, ¿en qué tanto piensas? —preguntó Siena, acercándose a Iván por la espalda, y noté que su vientre también mostraba una leve curva.

A las dos semanas de mi muerte, ella también estaba embarazada.

Con esa cara de felicidad y ese brillo saludable, ¿dónde estaba la enferma terminal de la que tanto hablaban?

Pero Iván, ciego como siempre, o haciéndose el idiota, ignoraba por completo ese pequeño «detalle».

Al oírla, Iván, como si lo hubieran atrapado con las manos en la masa, cerró torpemente la ventana del chat por donde me escribía, se giró e hizo ademán de abrazarla, pero, de pronto, sus ojos se clavaron en el collar que Siena llevaba puesto.

—Ese… ¿no es el collar de Fanny? ¿Cómo lo tienes tú?

—¿Hum? ¡Ay, qué casualidad! Lo vi por internet, me encantó y pues, me lo compré.

Iván frunció el ceño, con la duda instalándose en su rostro. Aquel era el collar que me había regalado en la universidad. No era caro, pero yo nunca me lo quitaba.

Un chispazo de pánico brilló en los ojos de Siena, pero lo disimuló al instante, cambiando de tema:

—Mi vida, ¡hay que celebrar mi embarazo! Mis papás ya tienen todo listo en casa para festejar, ¿nos apuramos?

Los vi alejarse y, por instinto, llevé mi mano a mi cuello desnudo.

Después de matarme, el ladrón se había llevado mi collar. Y, ahora, uno idéntico adornaba el cuello de Siena. ¿De verdad esperaban que me tragara el cuento de la «casualidad»?

Entonces… ¿Siena… había tenido algo que ver con mi muerte…?

—¡Ay, Iván! Nuestra Siena está arriesgando su vida para darte un hijo, ¿eh? Más te vale que trates bien a esa criatura.

—¡Tienes que ser digno de ella, muchacho!

En la mesa, mis padres miraban el rostro supuestamente demacrado de Siena y se les volvían a llenar los ojos de lágrimas.

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