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Capítulo 5

Author: Estela
Mariana observó la seguridad con la que él hablaba, y el enojo que momentos antes la desbordaba, de pronto se deshizo como si alguien hubiera cerrado una ventana golpeada por el viento.

¿No lo había visto con claridad desde hacía ya mucho tiempo?

¿Para qué seguir decepcionándose?

Ese proyecto… si quería entregárselo a Luciana, pues que lo hiciera.

Pero otra cosa era que Luciana pudiera manejarlo.

Al notar la calma repentina de Mariana, el gesto de Emilio también se suavizó. Se levantó, caminó hacia ella y tomó su mano helada.

—Mariana, somos familia. Ayudar a ella es necesario, ¿no crees?

Mariana retiró su mano de inmediato, con una expresión apagada:

—Si tú dices que sí… entonces sí.

El entrecejo de Emilio se frunció apenas, molesto por su actitud.

Pero dado que ella ya no estaba discutiendo lo del proyecto, decidió no decir nada más. Solo añadió:

—Luciana acaba de tomar ese proyecto. No entiende muchas cosas. Voy a tener que pedirte que la apoyes bastante.

Hacía apenas unos minutos él decía que la cuidaba porque estaba agotada, que temía por su salud.

Y ahora la mandaba a ayudar a Luciana.

Quizás la burla en los ojos de Mariana fue demasiado obvia, porque Emilio tosió con torpeza antes de preguntar:

—¿Y tu consulta en el hospital? ¿Todo bien? ¿No es nada grave?

Esa preocupación tardía no movió nada en ella. Solo la hizo sentir más ridículo todo.

—No es nada —respondió con frialdad—. Yo retiro.

Emilio siguió con la mirada su silueta alejarse, y esa inquietud que había sentido antes volvió a picarle en el pecho.

Pero se esfumó en cuanto Luciana entró a la oficina.

—Emilio, ¿la señorita Mariana no se enojó?—preguntó con voz bajita, casi temerosa.

—No —Emilio le sonrió con calma—. No te preocupes, Mariana siempre ha sido muy razonable.

—Ah, qué bueno.

Aunque su boca decía eso, el malestar en el corazón de Luciana era evidente.

Le había arrebatado el proyecto entero a Mariana, ¿y Mariana ni siquiera discutió con Emilio?

Ella quería que Mariana hiciera un escándalo, que discutiera, que provocara que Emilio se molestara con ella y que la grieta entre ellos se hiciera cada vez más grande.

Pero Mariana… vaya que sabía fingir.

Luciana parpadeó, y una idea se encendió en su cabeza.

—Emilio, hoy es mi primer día. ¿Qué te parece si organizamos una cena esta noche e invitamos a todos los del despacho presidencial? Así puedo conocerlos mejor.

—Perfecto —Emilio aceptó sin dudar—. Voy a pedir que reserven un lugar.

Muy pronto, toda la oficina sabía ya de la cena.

—¿Por qué tan de repente una convivencia?

—Ay, pues obvio, para darle la bienvenida a la señorita Luciana.

—Oigan, ¿ella qué onda? Se apellida igual que el jefe. ¿Será familiar?

—No creo, ¿no vieron cómo se miran? Con pura miel. Ha de ser casualidad lo del apellido.

—Entonces… ¿será la novia del jefe? Yo antes pensaba que él y la secretaria Mariana eran algo…

—Nah, si fueran pareja lo habrían dicho.

El grupo de chismes hervía como agua en olla destapada.

Mariana le dio una pasada con la mirada, sin expresión.

Luciana no llevaba ni un día y los compañeros ya podían ver lo obvio: ella y Emilio estaban demasiado cerca.

“Amor profundo”, casi para escribir novela.

Recordó que, en su momento, ella quiso hacer pública la relación de ambos en la empresa, y Emilio le dijo:

—Mariana, la empresa es un lugar de trabajo. No mezclemos nuestra vida privada.

Ella lo creyó, creyó que él solo quería mantener su intimidad.

Ahora entendía: estaba guardando el título de “esposa del jefe” para Luciana.

Mariana no pensaba ir a la cena, pero sus compañeras insistieron tanto que, al final, tuvo que acompañarlas al restaurante.

Todos sabían que la cena era para Luciana. Apenas empezó, alguien se acercó a darle un brindis.

Pero Emilio lo bloqueó:

—Luciana no puede tomar alcohol. Su salud es delicada. Yo beberé por ella.

Bebió su copa de un solo trago y luego le sirvió un jugo a Luciana.

El salón estalló en bromas y carcajadas suaves. Tal vez porque ya no estaban en la empresa, los del despacho presidencial se atrevían más.

—Qué detallista es el jefe con la señorita Luciana.

—El jefe sí que es un buen novio.

Luciana se sonrojó.

—Ay, no exageren… El jefe solo siente lástima de que yo no puedo tomar.

—Uy, señorita Luciana, no sea tan modesta. El jefe claramente la cuida un montón.

—Jefe, entonces si brindamos por la señorita Luciana… ¿usted va a beber todo?

Emilio miró a Luciana con una sonrisa indulgente.

—No importa cuántos brindis hagan. Yo beberé por ella.

—¡Uuuuh!

Todos suspiraron sorprendidos. ¿Ese era el mismo jefe frío y distante de siempre? En el amor era otro.

Mariana, sentada sola en un rincón, miró su copa frente a ella.

Antes, cuando lo acompañaba a reuniones, ella bebía una tras otra copas de licor fuerte, y él jamás tomó una por ella.

Ni siquiera una sola.

Y ella tan tonta… con que él le dijera un par de palabras de cuidado después y mandara pedirle una sopa para la resaca, ya sentía que él la quería.

Ahora lo veía claro: qué era “cuidar”.

Cuidar era no dejar que Luciana tomara ni una gota de alcohol. Ni siquiera una cerveza suave.

—Secretaria Mariana.

La voz fingidamente amable de Luciana sonó justo enfrente.

Mariana levantó la mirada. Luciana sostenía una copa, parada ante ella.

—Escuché que estos años usted ha sido quien guía a todos en el trabajo, y todos la respetan mucho. Como acabo de llegar, lo correcto es brindarle una copa.

Le extendió la bebida.

Mariana dijo con calma:

—Perdón, últimamente tengo problemas de estómago. No puedo beber.

—Mariana…—Luciana frunció los labios con una injusticia calculada —.¿Dije algo que la molestara? Solo quería brindarle, nada más.

Mariana se quedó sin palabras. Lo que dijo era la verdad.

Luciana entonces miró a Emilio, con ojos húmedos.

Y Emilio inmediatamente frunció el ceño.

—Mariana —su voz bajó, fría—. Luciana es su nueva compañera. Si ella le brinda una copa… usted debe beber.
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