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Capítulo 6

Author: Estela
Mariana volvió la cabeza hacia él.

En la mirada de Emilio había una impaciencia densa, casi acusatoria, como si le reprochara no darle la cara a Luciana en ese momento tan “importante”.

No fue que él no supiera que Mariana tenía el estómago delicado.

Hacía apenas unas semanas, cuando le dolía, incluso había mandado a alguien a dejarle un frasco de medicina.

Pero aun así… aun así la obligaba a beber el trago que Luciana le estaba ofreciendo.

Para él, que ella se sintiera mal no tenía la menor importancia.

Su cuerpo valía muchísimo menos que el orgullo de Luciana.

Viendo el gesto impositivo de Emilio que claramente no la iba a dejar en paz si no bebía, Mariana soltó una risa amarga.

Tomó la copa de manos de Luciana y se la bebió de un solo trago.

—¿Así está bien, señor?

Mariana inclinó la copa vacía hacia él, para que viera con claridad que no había quedado ni una gota.

Al cruzarse con su mirada, Emilio abrió la boca como para decir algo, pero por un instante no supo qué diablos responder.

Fue Luciana quien rompió la tensión. Sonreía con una curva de satisfacción y provocación en los labios.

—Gracias por darme este honor, Mariana. Ojalá podamos seguir llevándonos así de bien.

Mariana no le contestó.

Luciana tampoco lo tomó a mal; regresó a sentarse al lado de Emilio con la actitud triunfal de quien cree haber ganado una guerra silenciosa.

"¿Lo ves, Mariana? La única persona que realmente le importa… soy yo."

Ella seguía celebrándose mentalmente, sin darse cuenta de que Mariana no estaba pensando en nada de eso.

Después de beberse aquella copa, el dolor empezó a latirle en el estómago, cada vez más intenso.

Mariana sabía perfectamente que su estómago no aguantaba nada; por eso aquella noche ni siquiera pensaba beber.

La copa que sus compañeros le habían servido al inicio se quedó allí, frente a ella, sin que la tocara.

Jamás imaginó que Luciana vendría justo a brindarle.

La bebida no era tan fuerte, pero para su estómago frágil de ese momento era poco menos que veneno.

Apretando los labios, Mariana metió la mano en su bolso, buscando el medicamento.

Pero no encontró la caja.

De pronto recordó que la había dejado olvidada en la oficina.

El dolor se volvía punzante, casi intolerable.

Vio que sus compañeros seguían pendientes de Emilio y Luciana, así que se levantó sin hacer ruido y salió del privado.

Pensaba ir a la farmacia cercana a comprar algo que la aliviara.

Emilio la vio salir y, por instinto, quiso levantarse para seguirla.

Pero Luciana lo tomó del brazo.

—¿A dónde vas, Emilio? —susurró con una vocecita dulce que sólo él podía escuchar —Yo aquí sólo cuento contigo… ¿no vas a acompañarme?

La voz melosa le aflojó el corazón.

Terminó sentándose de nuevo.

Claro que Mariana estaba molesta por lo de hace un rato, pero no pasaba nada…

En la noche la consentiría un poco y ya.

***

Mariana avanzaba tambaleándose por el pasillo, con el estómago revuelto como si un mar entero le golpeara por dentro.

El dolor era tan fuerte que por momentos pensó que iba a desplomarse ahí mismo.

La vista se le oscurecía.

Al girar en una esquina, chocó de lleno contra alguien.

—Perdón, yo…

No alcanzó a terminar la frase cuando otra oleada de dolor le atravesó el abdomen.

Tuvo que doblarse ligeramente y llevarse la mano al estómago.

—¿Estás bien?

La voz masculina era fría pero profunda, con un timbre magnético.

Pero Mariana no estaba en condiciones de apreciarlo.

Aun así, levantó la cabeza con esfuerzo y volvió a disculparse:

—Perdón… discúlpeme.

Estaba tan mal que no notó cómo, al mirarla, los ojos del hombre brillaron con una chispa extraña.

—¿De verdad estás bien?

Al verla tambalear, él la sostuvo suavemente del brazo, con la cortesía de alguien acostumbrado a moverse entre gente de alto nivel.

—Yo…

Él bajó la mirada hacia la mano que Mariana mantenía aferrada al estómago.

—¿Te duele el estómago?

Ella asintió, con gotas de sudor frío recorriéndole la frente.

—¿Tomas algún medicamento normalmente?

Mariana, casi por reflejo, le dijo el nombre de la medicina que solía tomar.

El hombre no dijo nada más; simplemente la acompañó hacia un salón vacío al lado del pasillo.

—Espera aquí.

Sus pasos se alejaron poco a poco.

La mente de Mariana estaba nublada…

¿Quién era ese hombre?

¿A dónde había ido?

Pero su intuición le decía que él no tenía malas intenciones.

Y además… había algo en él que le resultaba vagamente familiar.

No pasó mucho tiempo antes de que regresara.

Le entregó un vaso con agua tibia y dos pastillas.

—Tómalas. Te va a mejorar.

Su voz seguía siendo fría, pero ahora venía teñida de una preocupación apenas perceptible.

Mariana miró las pastillas.

Eran exactamente las que tomaba siempre.

Las tomó de inmediato con el agua.

El calor le recorrió la garganta, y también el corazón.

La medicina actuó rápido; en pocos minutos, el dolor empezó a disminuir.

Mariana levantó la mirada y murmuró:

—Gracias… de verdad. Perdón por las molestias.

El hombre era alto, con rasgos finos y presencia noble, como alguien acostumbrado a estar por encima del resto.

—No es nada —respondió con naturalidad—. Señorita Mariana.

—¿Usted me conoce?

Ella lo observó, sorprendida.

Y entonces, como un destello, lo recordó.

El segundo hijo de la familia Cruz, Sebastián Cruz.

Un genio del mundo empresarial del que decían que había empezado a manejar asuntos de la compañía antes de cumplir los dieciséis.

A los veinte, el patriarca lo había elegido como sucesor.

Y ahora, ya era la cabeza formal del conglomerado Cruz, un hombre al que todos respetaban.

Mariana lo había visto una sola vez, hace seis años, en una cena elegante.

Ella siempre había sido discreta; esa fue la única velada social a la que asistió.

Y apenas lo vio de lejos.

Por eso no lo reconoció en el instante.

Jamás imaginó que quien la ayudaría hoy… sería él.

—Señor Sebastián —dijo con un leve rubor de incomodidad, pero manteniéndose firme—. ¿Qué hace usted en Santa María?

El hombre no parecía molesto por que ella recién lo recordara.

—Vine a cerrar un negocio.

Pausó un momento y añadió:

—Y tú… ¿por qué estás aquí sola si te sientes mal?

La palabra ”sola“ le pegaron justo donde dolía haciéndole arder los ojos de repente.

Había desafiado a su familia para quedarse en esta ciudad con Emilio después de graduarse.

Quería demostrar que podía ser feliz…

Pero al final, ahí estaba: sola.

Después de un rato, respondió:

—Estaba cenando con mis colegas. Me empezó a doler el estómago y salí a buscar medicina… pero no pensé que me fuera a doler tanto.

—Gracias por ayudarme, de verdad.

Sebastián le extendió la caja del medicamento.

—Esto funciona rápido, sí… pero no cura nada. Si tu estómago es delicado, debes cuidarlo.

Por un segundo, Mariana casi creyó que la estaba cuidando de verdad.

Pero enseguida se corrigió mentalmente: "no somos cercanos; seguro es pura cortesía."

—Lo sé —respondió. Tomó el medicamento y sacó su celular—. Señor Sebastián, le transfiero el dinero de las medicinas.

—No hace falta.

—Pero las compró para mí, yo debo pagarlas.

Aunque para él ese dinero era insignificante, a Mariana no le gustaba deber favores.

Lo que era suyo, debía pagarlo.

Sebastián guardó silencio un momento, luego sacó su propio celular y tocó algo en la pantalla.

Mariana estaba a punto de pedirle el número de celular, cuando vio que le entró una notificación.

Un mensaje de un contacto con el que nunca había hablado.

El mensaje era… un espacio en blanco.

Mariana parpadeó, sorprendida.

—¿Este… es su cuenta propia?

—Correcto —respondió él, impasible.

Ella estaba completamente confundida.

¿Cuándo lo había agregado?

Ni ella misma lo sabía.

No era momento para ponerse a investigar, así que simplemente le transfirió el dinero.

—Entonces… ya vuelvo con mis compañeros —dijo con una sonrisa educada.

—Mariana —La voz de Sebastián se volvió más fría— ¿Una cena es más importante que tu salud?
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