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Capítulo 3

Autor: Helada
Leandro dio un paso al frente y preguntó:

—Helada, ¿de verdad piensas así?

Me reí con frialdad.—Sí. A estos dos no los quiero.

Los rostros de los hermanos se quedaron rígidos.

Especialmente Nico; seguro se estaba preguntando con qué derecho me atrevía a decir semejante cosa.

A través de su mirada sentí una familiaridad inexplicable, y en mi corazón nació una sospecha.

Padre fingió preocupación.—Entonces, ¿qué será de tu seguridad?

Respondí.—Papá, permítame entrar a la empresa. Allí hay un equipo de seguridad profesional que sin duda puede protegerme.

Llegados a este punto, Leandro no tuvo más remedio que aceptar.

En mi vida anterior me aferré a Nico y no entendí nada del funcionamiento de la empresa familiar, terminando aislada y sin apoyo.

En esta vida iba a tomar mi destino con mis propias manos; familiarizarme con los asuntos de la empresa era el primer paso.

Aun cuando Padre no estaba convencido, ante mi insistencia tuvo que asignarme al departamento de marketing, empezando desde abajo.

Habrá pensado que era un capricho pasajero y que tarde o temprano me daría por vencida.

Pero yo me entregué con todo: de día seguía a los veteranos para aprender el negocio y en la noche, en casa, estudiaba libros especializados, poniendo toda mi energía en el trabajo.

Muy pronto empecé a dar resultados.

Incluso aquellos compañeros que antes me desdeñaban comenzaron a verme con otros ojos.

En poco tiempo, mi nombre resonó en toda la empresa.

Incluso superé a Nieves, la hija que Padre siempre había criado como heredera.

Nieves, por supuesto, no iba a tragarse ese trago amargo.

Comenzó a ponerme piedras en el camino dentro de la empresa: ya fuera confundiendo a propósito los datos de los clientes que yo atendía o distorsionando mis propuestas durante las reuniones.

Pero esta vez, yo ya no era esa blandengue a la que cualquiera podía pisotear.

La información que manipulaba, yo ya la tenía respaldada.

Las propuestas que distorsionaba, yo las rebatía ahí mismo con datos claros y contundentes, dejándola sin habla.

Ese día, al volver a casa, me interceptó.

—Helada, últimamente estás brillando mucho en la empresa. Hasta Papá dice que avanzas rapidísimo.

Nieves mostraba una sonrisa empalagosa, pero en sus ojos había puro cálculo.

—Pero trabajar en el departamento de marketing es pesado, y tú siempre has sido frágil. ¿Por qué no le digo a Papá que te pase a un departamento más tranquilo?

La ignoré y seguí caminando.—No hace falta.

Ella enseguida volvió a alcanzarme, con un tono tan cariñoso que daba asco.—No es que quiera desanimarte; tus pequeños logros son pura suerte.

—Si llegas a arruinar algo, la cara de la familia Flores quedará por el suelo.

—Y con tu defecto físico… me temo que ningún hombre te va a querer después.

Mientras decía eso, echó un vistazo de reojo a los dos hermanos no muy lejos.

Me reí con desdén.—¿No será que te da miedo que te quite el protagonismo?

La sonrisa de Nieves se congeló; parecía una niña a la que acababan de reventarle el secreto. Avergonzada y furiosa, levantó la voz.

—¡Helada, no digas tonterías! ¡Solo quiero ayudarte!

Y al terminar, los ojos se le pusieron rojos.

Yo, en cambio, sonreí aún más fría.—¿Ayudarme?

—¿Acaso no sabes muy bien de dónde viene mi defecto físico?

—Cuando estabas en peligro, yo espoleé el caballo para salvarte. Si no me hubieras empujado otra vez, ¿cómo habría caído de la montura y quedado coja?

Las lágrimas de Nieves cayeron al piso de inmediato.

—Helada, yo… ¡No pensé que me verías así!

Al verla así, los dos hermanos casi se deshacen del dolor.

Avanzaron para ponerla detrás de ellos.—Señorita, ¡se ha pasado!

Nico me miró con brutalidad.—¡Pide disculpas!

Al verlo con esa cara, se me acabó la poca paciencia que tenía y le solté una bofetada.
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