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Capítulo 2

Autor: Helada
Viendo su desesperado afán por lucirse, las comisuras de mis labios apenas se alzaron en una sonrisa amarga.

En la vida pasada, pasó cinco años a mi lado sin decir una sola palabra; jamás imaginé que en esta, con tal de quedarse junto a Nieves, hablara tan pronto.

En ese momento, Daniel, que había permanecido callado por mucho tiempo, también empezó a pretender su oportunidad.

—Yo tampoco es malo, ¡permita que yo acompañe a la señorita Nieves!

Leandro empezó a dudar.

—¿Qué les parece esto? Entre ustedes dos, compitan. Quien gane, se quedará al lado de Nieves.

Apenas lo dijo, ambos se abalanzaron uno contra el otro.

Nico atacaba con una brutalidad despiadada, cada golpe dirigido a los puntos vitales de Daniel, como si no fuera su gemelo, sino un enemigo mortal al que le quitaría la vida.

Daniel, al principio, todavía se contenía, pero al verse presionado por Nico, poco a poco empezó a luchar en serio.

Al final, Nico ganó por una ligera ventaja.

Padre anunció de inmediato que Nico sería el guardaespaldas de Nieves.

Dicho eso, pareció recién acordarse de mí, fingiendo consideración.

—Daniel, entonces tú cuidarás de Helada la señorita menor.

El rostro de Nieves ya no mostraba la frustración de hace un momento.

Al fin y al cabo, entre los dos hermanos, Nico era más atractivo de aspecto.

Justo entonces, Daniel se arrodilló con un estruendo.

—¡Señor, por favor envíeme de regreso al mercado negro!

El rostro de Padre se ensombreció al instante, y golpeó con firmeza su bastón contra el suelo.

—¡Atrevido! ¿Cómo se te ocurre poner condiciones a la familia Flores?

Daniel me miró, y no pudo ocultar el desprecio que sentía hacia mí. Su voz llevaba una determinación helada.

—Jamás me atrevería a desobedecerlo, señor, pero soy tosco por naturaleza y temo no poder servir bien a la señorita Helada.

Respiré hondo.

Ciertamente, mi apariencia no podía compararse con la de Nieves.

Además, en el pasado caí del caballo y me había roto la pierna al salvar a Nieves; aunque sanó, siempre me quedó una leve cojera.

Con un carácter silencioso e introvertido, naturalmente no podía igualar el brillo deslumbrante y la facilidad social de Nieves.

Quizá por eso, en la vida anterior, Nico también me despreciaba tanto.

A un lado, Nieves lo tomó del brazo con apuro, intentando levantarlo.

—¡Daniel, no puedes abandonar a Helada!

—Además, si vuelves, sufrirás aún más. ¡No puedo permitir que regreses!

Observaba la escena con frialdad, y esa actitud de Nieves, como si todo lo hiciera por mi bien…

En la vida pasada me engañó al punto de hacerme sentir agradecida hasta las lágrimas; ahora solo me provocaba náuseas.

La interrumpí, con una voz tan calmada como agua muerta.

—Nieves, no hace falta que digas más. Ya que Daniel no quiere quedarse. Forzarlo no sirve para nada. Que se haga su voluntad.

Leandro se quedó perplejo, claramente sin esperar que dijera eso.

Originalmente quería aprovechar la ocasión para reprender a Daniel y así mostrar su autoridad, y de paso venderme un favor para que yo le guardara gratitud.

Nieves también se quedó rígida. Su actuación era para que Leandro la viera.

Así podía lucir su bondad y, al mismo tiempo, consolidar la imagen de que yo no era querida por nadie. No esperaba que yo le tirara el escenario abajo.

Al ver que yo no cedía ni un paso, enseguida corrió a persuadirme.

—Helada, Daniel solo habló por impulso. ¡No puedes dejar que se vaya!

—Si regresa, su vida será miserable.

La miré y hablé despacio.

—Si te importa tanto, ¿por qué no te quedas con ambos hermanos a tu servicio?

El rostro de Nieves se tornó rojo al instante.

—Tú… ¿qué estás diciendo?

Pero yo sabía que, por dentro, ya estaba celebrando.

Los dos hermanos de la familia Lu eran excepcionalmente guapos.

A Nieves le encantaba que la gente alabara su buen gusto. Si lograba quedarse con ambos gemelos a su lado, en el futuro llamaría la atención de incontables miradas envidiosas.
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