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Capítulo 4

Author: Shirley
Antes, Ariadna siempre buscaba excusas para justificar a Fabián, pero ahora entendía que él simplemente nunca se había esforzado.

—Gracias a Inversiones Morales por patrocinar esta subasta. Damos inicio formal al evento —anunció el presentador.

Elisa tomó del brazo a Fabián y se sentaron juntos. La primera pieza fue un brazalete de oro. Elisa se inclinó para decirle algo al oído, y Fabián levantó la mano: de diez mil dólares, subió la puja a cien mil.

—Qué generoso es el señor Morales —comentaba la gente.

—Dicen que Elisa fue su primer amor, ese que nunca se olvida. Seguro volvió para recuperarlo.

—Pero… ¿él no tenía a otra mujer? Entonces, ¿Elisa no sería la otra?

—¿La otra? ¡Para nada! Ella es la original. A Fabián su familia lo obligó a estar con ella. Dicen que esa mujer es incluso sorda. ¿Cómo iba a estar a su nivel?

Los murmullos celebraban la supuesta historia de amor, como si así pudieran sentirse parte de sus vidas. Cada palabra le dolía a Ariadna como una puñalada en el corazón. No podía aguantar más, y se fue a la sala de exhibición.

Aunque era una subasta, también había piezas con precio fijo. Si alguien se interesaba, podía comprarlas de inmediato. Pero Ariadna no tenía contactos en ese mundo y, a pesar de sus esfuerzos, la frustración le pesaba.

Se detuvo frente a un anillo con diamante rosa. Miró el precio y pensó que Fabián le había regalado un broche con un diamante rosa de la mejor calidad. Tal vez valía más que ese anillo.

—Señorita, ¿le interesa esta pieza? —preguntó un hombre.

Ariadna respondió rápido:

—No, no es eso.

Al oírla, el hombre llamó al personal de la subasta.

—Esta pieza me interesa. Haré una oferta. —Luego le dijo a Ariadna—: la vi parada tanto tiempo que pensé que iba a quitarme lo que quiero.

Ariadna reaccionó al instante.

—¡Claro que no! Usted es muy generoso. Por cierto, ¿le interesaría ver una pieza que tengo? Es un broche con diamante rosa.

Intercambiaron números de teléfono y quedaron en verse para evaluarla. Más tarde, Irene le contó que ese hombre se llamaba Hugo Barrios, y era un coleccionista muy reconocido.

Sabiendo que su ropa no era la más adecuada para andar entre vitrinas, Ariadna fue a la zona de cáterin para descansar y ver quién más podía estar interesado en diamantes. La torre de copas de champán era imponente y muy lujosa.

—Señorita Luján, aunque Fabián no te ame, eso no justifica que vengas tan mal vestida. Pareces una campesina.

Ariadna volteó y vio a Elisa observándola de pies a cabeza.

—Eso no es asunto tuyo —respondió.

—Cierto, no lo es. Pero déjame recordarte algo: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. No importa si ahora no eres pobre, sigues siendo una cualquiera.

Luego cambió de tono.

—Oye, si ibas a venir esta noche, ¿por qué no me avisaste?

Ariadna entendió: Fabián seguramente estaba cerca. De lo contrario, Elisa no se pondría tan amable. No respondió, solo la vio actuar. Ante su silencio, Elisa se le lanzó encima de la nada. La amplia falda de su vestido arrastró una mesa y la torre de copas se cayó.

Las dos cayeron al suelo, rodeadas de cristales y platos rotos. El vestido blanco de Elisa se manchó de vino. El vestido oscuro de Ariadna disimulaba más, pero los vidrios se le habían incrustado en las piernas. Elisa apenas tenía un rasguño en el brazo.

Desde lejos, Fabián corrió hacia ellas, asustado. Por primera vez perdió la calma por completo y le gritó al personal:

—¡¿Qué clase de irresponsabilidad es esta?! ¿Por qué ponen algo tan peligroso en un área con tan poca luz?

Se arrodilló frente a Elisa, preocupado.

—¿Te duele? —preguntó, arrodillándose frente a Elisa, preocupado.

Con los ojos aguados, ella se veía aún más frágil. Se aferró a su saco y, con dulzura, defendió al camarero.

—Estoy bien… no fue su culpa…

Era imposible no alabar su "bondad". Ariadna apretó los dientes para no reírse. Cuando Fabián se giró y la vio en el suelo, ensangrentada, preguntó confundido:

—¿Tú qué haces aquí?

Sí. Estaba claro que esa subasta había sido pensada para complacer a Elisa. Ariadna no tenía nada que hacer ahí. Antes de que pudiera contestar, Elisa gritó de dolor. Fabián se giró de inmediato y la levantó en brazos. Antes de irse, miró una vez más a Ariadna, cubierta de sangre, y le dio una orden al camarero:

—Llévenla al hospital.

Y sin mirar atrás, se perdió entre la multitud con Elisa en brazos. Ella, abrazada a su cuello, le lanzó una mirada desafiante. A Ariadna le quedó claro: Fabián no dudó ni un segundo en elegir. Lo que le dijo al camarero fue pura cortesía. Elisa era lo único que le preocupaba. Cuando se ama, se nota. Y a ella le tocó no ser amada. En ese momento, algo cayó suavemente sobre sus hombros, haciéndola sentirse segura.
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