MasukDoña Elisa me llevó a un centro de reposo en Suiza, oculto y exclusivo, para recibir tratamiento.Después de haberme obligado a tragar tantas pastillas para dormir, mi cuerpo, ya debilitado por el cáncer, estuvo a punto de colapsar.Fue ella quien llegó a tiempo y me salvó.Recuerdo aquel día: la siempre elegante y firme señora de la familia Cossiga, arrodillada frente a mí, llorando a mares, pidiéndome perdón… a mí, y a mis padres muertos.Pero todo eso ya no importaba.El tumor en mi cerebro era como una bomba enterrada en lo más hondo.Podía morir en cualquier momento.Mi único pesar era que el anillo de mi padre se había roto.Reuní con cuidado cada fragmento y los guardé en una cajita de terciopelo.Pero, por más que intentara recomponerlos, jamás volvería a ser lo de antes.Tres meses después, Lorenzo dio conmigo.Supe que había sido doña Elisa quien se había ablandado.Estaba irreconocible: demacrado, con barba descuidada y los ojos rojos por el insomnio. La dureza de antes se h
Lorenzo regresó al hospital.En cuanto Sofía lo vio, sus ojos se iluminaron y curvó los labios en una sonrisa:—Lorenzo, sabía que no me abandonarías…Quiso tomarlo del brazo, pero él se apartó con frialdad.La miró sin rastro del calor de antaño, solo con una mirada gélida y escrutadora:—¿De verdad fue Valentina quien te obligó a intentar matarte?Sofía no esperaba que él insistiera. Forzó la calma:—¡Claro que sí! Lorenzo, no puedes creerle a nadie más, ella es ese tipo de mujer…—Lo investigué —la interrumpió él, con la voz plana, cargada de cansancio y decepción—.Valentina no tenía ningún contacto directo contigo. ¿Cómo pudo presionarte justo el mismo día en que yo había decidido ir a la iglesia?Su mirada se endureció:—El médico me dijo que la concentración de fármacos en tu sangre jamás puso tu vida en riesgo. Tu intento de suicidio parecía más una puesta en escena cuidadosamente planeada.La voz de Lorenzo se volvía cada vez más fría, y la última frase sonó más como un juicio
Lorenzo movilizó a más hombres, casi recorrió toda la red subterránea de la ciudad, y aun así no encontró rastro alguno de Valentina.Como si jamás hubiera existido.Al final, no le quedó más que acudir a su madre, una de las verdaderas manos que movían los hilos de la familia Cossiga.—Madre, ¿sabe dónde está Valentina? Ha desaparecido, no puedo hallarla —su voz sonaba con una urgencia que él mismo no reconoció.Doña Elisa lo miró con frialdad:—No la busques. Ya en nombre de la familia Cossiga, anulé tu compromiso con ella. Desde ahora, no tienes nada que ver con Valentina.Las palabras le golpearon el pecho como un martillazo.Se sintió mareado, replicó sin voz:—¿Romper el compromiso? ¿Con qué derecho? ¡Ese fue el pacto sellado con la vida de los Morea! ¡Juramos con sangre!Elisa soltó una risa ácida:—¿Con sangre? ¿De veras recuerdas ese juramento? ¿Y después qué hiciste con él?Lorenzo se atragantó. Apretó los dientes y, casi obsesivo, insistió:—¡Valentina no lo aceptaría! ¡Jamá
Al escuchar la respuesta, el rostro de Lorenzo se volvió pálido como una sábana.Desde que habían empezado a reanimar a Sofía, habían pasado casi dos horas.La dosis que él mismo le había hecho tragar… suficiente para que cualquiera muriera en ese tiempo.De un empujón apartó a sus hombres y salió tambaleándose del hospital. Subió al carro y condujo como un desquiciado rumbo a la mansión de Sofía.El corazón le retumbaba en el pecho.Demasiado silencio. En su celular no entraba ningún mensaje. Marcó una y otra vez el número de Valentina; solo respondía la señal ocupada, sin nadie al otro lado.La puerta de la mansión seguía entreabierta.La sala estaba igual de desordenada.En el piso, solo quedaban el frasco vacío de pastillas y los fragmentos del anillo. Nadie más.Lorenzo respiraba con dificultad, gritó casi desgarrándose la garganta:—¡Valentina!Nadie contestó.¿A dónde podía ir alguien al que habían obligado a tragarse medio frasco de somníferos?Se quedó inmóvil, las peores cora
Al escuchar las palabras de su hombre, Lorenzo se levantó de golpe.Toda su razón desapareció; en su rostro solo quedó el pánico.—¡Valentina! ¡Cómo te atreviste…!Me miró con los dientes apretados.En todos los años que lo conocía, era la primera vez que lo veía perder así el control.No me dio oportunidad de explicar nada. Hizo una seña a los guardaespaldas y me arrastraron a la fuerza hasta su carro, rumbo a la casa de Sofía.La mansión estaba hecha un caos: todas las fotos de ella con Lorenzo destrozadas en el suelo.Sofía yacía en la cama, pálida, sin vida, el pecho apenas se movía.Las piernas de Lorenzo cedieron; se tambaleó hasta lanzarse sobre ella. Con voz quebrada, le apretó la mano helada:—¡Sofía! ¡Mírame! ¡No nos casamos, ya no importa! ¡Abre los ojos, por favor!Junto a ella estaba el frasco abierto de pastillas para dormir y una carta manchada de sangre.En el papel, Sofía me culpaba de todo.Los ojos de Lorenzo se contrajeron con furia; de pronto se giró y sus manos se
Casi un mes entero sin que Lorenzo me buscara.Parecía haber entregado todo su tiempo a Sofía.Esa cuenta de internet que jamás subía nada empezó a llenarse de rastros de ellos dos.Como cualquier pareja común, iban a la ópera, a islas privadas, a hacer todas esas cosas que antes él consideraba absurdas.La última publicación era una foto suya, en traje a la medida, posando con Sofía en vestido de novia.El texto decía: Quiero ver, aunque sea una vez, a la mujer que amo con un vestido de novia.Solté una sonrisa amarga y le di “me gusta”.Después apagué el celular.Al día siguiente, Lorenzo me llamó con voz tensa, como si no le quedara de otra:—Valentina, lleva tus papeles. En una hora, en la iglesia vieja.Ni siquiera esperó mi respuesta; colgó de golpe.Era la primera vez en cinco años que él mismo proponía ir a la iglesia.Estaba a punto de escribirle un mensaje de rechazo, pero recordé que todavía no me había devuelto el anillo que mi padre dejó antes de morir.Antes de irme, al m