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Capítulo 03

Penulis: Catalina Mendoza y Silva
Estaba agotada.

Al final, pedí un taxi y regresé a casa.

Cuando intenté abrir la puerta, me di cuenta de que habían cambiado la clave.

Probé con la fecha de nacimiento de Damián…

No funcionó.

Intenté con la de Violeta.

Tampoco.

Fruncí el ceño, el sueño ya empezaba a pesarme, por lo que, con fastidio, llamé a Damián, quien tardó en responder.

—¿Cuál es la nueva clave de la casa?

—No puedes entrar por ahora —respondió con indiferencia—. Julián y yo le preparamos una sorpresa a Violeta. Redecoramos de la casa. Es su regalo.

Abrí los ojos de par en par.

«¿Y el cuaderno de mamá…? ¿Lo tiraron…?»

Me puse tensa de inmediato.

—Haz lo que quieras con la decoración, pero déjame entrar por mis cosas.

—¿Y para qué vas a empacar? —preguntó, con un tono cargado de fastidio—. Esta sigue siendo tu casa. Quédate tranquila en la entrada hasta que regresemos. Luego hablamos.

Dicho esto, me colgó.

El cansancio desapareció de golpe. Me senté junto a la puerta, ansiosa, mordiéndome los labios.

Mi madre era investigadora del Estado, casi nunca estaba en casa, por lo que nunca nos tomamos una foto familiar.

Sin embargo, antes de una misión, me dejó un cuaderno con sus recuerdos, su infancia, sus metas… Y lo más importante: sus deseos para mí y para Julián.

Yo, curiosa, lo leí como si fuera una novela. Siempre lo colocaba en el mismo lugar, esperando que ella volviera para escribir más.

Pero nunca volvió…

La secuestraron.

Papá, que era policía, fue a rescatarla. Pero era una trampa, y los dos murieron en una explosión.

La policía nos llevó a mí y a Julián fuera de la ciudad esa misma noche, y solo pude llevarme conmigo el cuaderno que ella me había dejado. Mi único recuerdo real de ellos.

A las tres y media de la madrugada, finalmente apareció el coche de Julián.

Me puse de pie de inmediato.

Damián bajó primero, cargando con cuidado a Violeta en brazos.

Me apoyé contra la pared, observando en silencio.

Cuando Julián abrió la puerta, traté de entrar detrás de ellos, pero me detuvo.

—Primero entra Violeta.

Damián se agachó con ternura.

—Violeta, amor, ya llegamos.

Nunca lo había visto así.

Ella tardó varios segundos en despertar.

—¿Ya llegamos?

Julián se apresuró a ayudarla a bajar.

Las luces de la casa se encendieron. Todo, desde las paredes hasta los muebles, era rosa, blanco, suave… Estilo princesa. Todo para ella.

Sin poder más, subí corriendo las escaleras. Intenté abrir el dormitorio principal, pero tenía candado.

—¡¿Dónde está la llave del cuarto?! —grité desde el pasillo, mientras ellos seguían mostrándole la casa a Violeta.

Damián me miró por un segundo, pero no dijo nada.

Bajé corriendo y los encaré.

—¡Denme la llave!

Damián chasqueó la lengua, molesto.

—¿No ves que estamos ocupados? ¿Por qué tanto drama por una llave?

—Además, ese cuarto ahora es para Violeta —acotó Julián—. Tus cosas las pasé al cuarto de servicio.

Sentí que me hervía la sangre y dejé de escucharlos. En mis oídos apareció un zumbido, un eco molesto producto de la furia que me desbordaba.

—Julián, si el cuaderno de mamá no aparece… Te juro que no te lo voy a perdonar.

Sin esperar respuesta, corrí hacia el cuarto de servicio, el cual no tenía ventanas y ahora se había convertido en una bodega improvisada. Mis cosas estaban tiradas por todos lados. Mis vestidos arrugados, mis libros, mi almohada… Todo hecho una montaña.

Desesperada, me arrodillé y empecé a buscar, con manos temblorosas.

Revisé todo. Pero el cuaderno no aparecía por ninguna parte.

Los tres vinieron tras de mí y Violeta se acercó con una falsa preocupación.

—Emilia, yo te ayudo a buscar…

Le aparté el brazo de un manotazo. Violeta salió volando y cayó al piso, soltando un grito:

—¡Ay!

Damián corrió a levantarla, y, furioso, exclamó:

—¡¿Qué te pasa?! ¡Solo quería ayudarte!

—Pide disculpas —ordenó Julián, sujetándome el brazo con fuerza—. O no vuelves a pisar esta casa.

Antes, me habría disculpado, incluso, les habría suplicado. Pero no ahora. Ahora, solo me importaba una cosa…

—Devuélvanme el cuaderno y me iré sin hacer escándalo.

—¿En serio todo este escándalo por un simple cuaderno? —preguntó Julián, frunciendo el ceño, harto.

—¡Ese cuaderno es lo único que mamá me dejó! —lo interrumpí, con la voz cargada de dolor—. ¿En serio no lo viste? Estaba en mi mesa de noche…

Julián se quedó callado. Incluso Violeta detuvo su llanto.

—Recuerdo que ese día —dijo Damián, tomando la palabra—, cuando limpiábamos, quemé muchas cosas.

Lo dijo como si no significara nada.

Me detuve y lo miré fijamente.

—¿Qué derecho tenías de tocar mis cosas?

Sin pensarlo, le di una bofetada. Los ojos me ardían.

—Desgraciado.

Damián se tambaleó hacia un lado, sorprendido.

—¿Estás loca?

Me puse de pie con calma, y, cuando hablé, mi voz salió baja, pero firme como el acero:

—Se acabó, Damián. Terminamos.
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