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Capítulo 5

Author: Anna Smith
El queso derretido se derramó sobre mis brazos antes de que pudiera moverme.

Un dolor abrasador me recorrió el cuerpo, formando ampollas en mi piel en segundos, tan agudo como mil agujas clavándose a la vez. Hizo que me quedara sin voz y ni siquiera pudiera gritar.

—¡Valentina!

Por primera vez, la voz de Vincent tenía pánico. Empujó a Alessia a un lado y se apresuró hacia mí, extendiendo las manos hacia mis brazos.

—Te quemaste. Maldita sea, tenemos que llevarte al hospital.

Levanté los ojos hacia él a través del torbellino de dolor. Abrí los labios, pero no salió ni una palabra de ellos.

Entonces escuché un grito agudo.

—¡Dios mío, Alessia, también estás herida!

Vincent se quedó helado y su atención se desvió de mí. Unas gotas de queso se habían caído en la muñeca de Alessia, apenas enrojeciendo su piel de porcelana. Pero para Vincent, parecía que todo el mundo a su alrededor se había derrumbado.

Alessia sacudió la cabeza con valentía, mientras sus ojos brillaban con lágrimas sin derramar.

—No es nada. Por favor, atiende primero a Valentina. Ella se ve peor.

Su voz temblaba por preocupación desinteresada, y sin embargo su fragilidad solo hizo que Vincent la agarrara aún más fuerte.

—Siempre has sido delicada —dijo, con voz entrecortada y sin siquiera mirarme, levantó a Alessia en sus brazos.

—Vamos al hospital. Ahora.

Alessia se aferró a su manga.

—Hermano, no pierdas tiempo. Alessia está sufriendo. Tienes que apurarte.

La mirada de Vincent se posó sobre mí una vez más y la culpa se dibujó en su rostro.

—Valentina... toma un taxi. La clínica está cerca. Estarás bien.

Y luego se fue.

Me quedé allí parada, con la piel quemada, el estómago retorciéndose y viendo cómo sus siluetas se perdían en la noche.

El personal del restaurante llegó rápidamente a mi lado, pidiendo disculpas y tratando mis quemaduras con prisa. Me envolvieron los brazos, me dieron analgésicos e incluso me ofrecieron ropa para que me cambiara. Su simpatía me dolió más que las quemaduras mismas.

En el hospital, el médico pinchó las ampollas con manos seguras.

—Aplique este ungüento todos los días. Si sigue las instrucciones, no deberían quedar cicatrices —dijo amablemente.

Detrás de él, dos enfermeras murmuraron mientras pasaban por allí:

—Dicen que Vincent Bonanno alquiló todo el piso para Alessia. Mandó a llamar a tres dermatólogos, solo por una salpicadura en la mano.

—¿Te lo puedes imaginar? La mujeres matarían... por ese tipo de devoción.

Se rieron suavemente y siguieron caminando.

Devoción.

Casi me uno a su risa.

Dejó a su esposa con ampollas y sangrando, solo para tomar de la mano a otra mujer. Sí, Vincent definitivamente era único.

Para cuando terminaron de poner los vendajes, estaba insensible, tanto por dentro como por fuera.

Cuando salí por las puertas del hospital, mi teléfono se encendió con una notificación.

“Felicidades. Ha sido admitida en la Academia de Bellas Artes de Florencia”.

Por un momento, no pude respirar. Esa academia era una de las más prestigiosas de Europa. Había solicitado ingresar dos meses atrás, un acto desesperado y arriesgado en el que nunca esperé tener éxito. Sobre todo no en aquel momento, que tenía tres meses de embarazo.

Mis dedos temblaron mientras leía el correo electrónico. “El embarazo no es una descalificación. Valoramos su talento. Hace años que esperamos que se una a nuestra institución, señorita Harlow”.

Cerré los ojos. Durante años, les había dicho que no, aferrándome a Vincent, convenciéndome a mí misma de que el amor valía más que el arte. De que él eventualmente me vería.

Pero en aquel momento... Alessia había regresado y aún me querían en la academia.

Esa noche, compré pinceles, carboncillo y lienzos nuevos. Quité el polvo de una parte de mí misma que había enterrado el día en que dije “sí, acepto”.

Esperaba sentir vergüenza o culpa. En cambio, todo lo que sentí fue claridad.

A la mañana siguiente, le dije al ama de llaves que estaría fuera unos días. No le dije nada a Vincent y él apenas me notó, ya que su atención estaba puesta en cada palabra y cada necesidad de Alessia.

Mientras tanto, encontré una terraza frente al mar y empecé a hacer bocetos de nuevo, vertiendo mi hambre, mi dolor y mi esperanza en el papel.

Con cada línea me alejaba un paso más de él y cada lienzo era una prueba de que podía tener un futuro sin estar a su sombra.

Los acantilados se deslizaban hacia las aguas turquesas, y las flores silvestres se doblaban con el viento. Coloqué mi caballete en una terraza tranquila con vista a las olas, y por primera vez en años, mis pulmones se llenaron de aire que no olía a poder, a humo o a sangre.

El pincel se movía por el lienzo casi por sí solo.

Tres días pasaron como un sueño. Pinté hasta que el mundo desapareció, hasta que las heridas en mis brazos dejaron de doler y hasta que la sombra de la casa de Vincent ya no me aplastaba.

No había nadie para regañarme o exigirme nada. Solo el aire salobre, el lienzo y yo.

Así se sentía la libertad.

Cuando finalmente encendí mi teléfono, la pantalla se inundó de llamadas y mensajes perdidos. Más de cien y todos eran de Vincent.

Él nunca me había llamado antes. Ni siquiera una vez en cinco años, y en aquel momento... lo había hecho ciento ocho veces.

Todavía estaba mirando la pantalla cuando se iluminó el nombre de Bianca.

En el momento en que contesté, su voz chilló a través del altavoz.

—Valentina, ¿dónde diablos has estado? ¿Sabes que mi hermano ha estado dando vueltas por la ciudad buscándote? No te hagas ilusiones. Si crees que esto hará que te elija, estás loca. Alessia es la única que puede ser la señora de esta familia.

Tras sus palabras, la línea se cortó.

Bajé el teléfono lentamente, con el pecho apretado.

¿Vincent estaba buscándome desesperado? ¿Por qué?

Yo debería haber reído. En cambio, mis dedos temblaron mientras miraba las 108 llamadas perdidas.

Por primera vez en años... era él quien me perseguía a mí.

No lo sabía. No sabía que había sido aceptada, que ya había empezado a preparar mi portafolio y que estaba lista para irme.

Quizás en aquel momento él estaba en pánico, arañando el silencio que había dejado atrás, pero eso no cambiaba nada. Mis cicatrices ya se habían endurecido como una armadura, y mi corazón ya no se inclinaba hacia él. Que se enojara, que suplicara y que se quemara en las ruinas de lo que destruyó, porque yo no miraría atrás.
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