Una semana después, llegaron los papeles del divorcio.Era oficial: ya no era su esposa. Al menos en papel.Nadie más lo sabía todavía. Ni Vincent, ni sus hermanos, ni los buitres que nos rodeaban en la sociedad. Solo Elena lo sabía. Para todos los demás, yo todavía era la señora Bonanno. Pero para mí, ya todo se había terminado. Estaba contando los días, guardando mi vida antigua en una maleta que nadie se había dado cuenta de que había empezado a empacar.Justo cuando cerré la cremallera de la última esquina, sonó un golpe en la puerta. El asistente de Vincent estaba allí, ofreciéndome un vestido de alta costura. El mensaje era obvio: se esperaba que yo estuviera en la gala familiar como una última actuación.Miré el vestido y casi se me sale una risa.Legalmente, estaba libre. Emocionalmente, ya estaba fuera. Y, sin embargo, esa noche, todavía llevaría su nombre como una máscara, porque Elena, su madre, siempre me había tratado con amabilidad, y todavía tenía algunos asuntos pendien
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