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Capítulo 6

Author: Anna Smith
Cuando finalmente regresé a la villa, el personal casi llora de alivio.

—Señora, ¡gracias a Dios que ha vuelto! El Don ha estado insoportable estos últimos días. No le gustaba nada de lo que hacíamos. No ha dormido ni ha comido...

Sus voces se entrelazaron, llenas de alegría nerviosa, como si mi ausencia hubiera estado a punto de desmoronar la familia.

Así que era eso. Sin mí, Vincent perdía el equilibrio.

Pero tendría que acostumbrarse, ya que muy pronto, me iría para siempre, y su vida sería nada más que el silencio que yo dejaría atrás.

Reconforté al personal con una leve sonrisa y entré en la casa. La villa estaba oscura y no había ni una luz encendida, solo el resplandor partido de la luna a través de las ventanas.

Vincent estaba sentado en el sofá, formando una sombra cortada por la luz pálida y su marcado perfil era inesrutable.

Cuando finalmente levantó la vista, su mirada se posó sobre mí durante demasiado tiempo. Su voz fue baja, con un tono de algo que no podía nombrar.

—¿Dónde has estado?

Me quité el abrigo, con un tono desapegado.

—Por la costa. Pintando.

Frunció el ceño y me preguntó: —¿Desde cuándo te interesa la pintura?

“¿Cómo que desde cuándo? Siempre”. Pensé.

Yo había sido una estudiante prometedora, una mujer que alguna vez soñó con academias de arte y galerías, antes de que la lealtad me atara al apellido de aquel hombre. Antes de que mi vida fuera absorbida por el imperio Bonanno.

Pero no se lo expliqué. Simplemente me serví un vaso de agua y respondí con ligereza:

—Se me antojó.

Se pasó las manos por las sienes y exhaló.

—Respecto a esa noche en el restaurante, no quería dejarte atrás. Alessia siempre ha sido delicada y frágil. Crecí protegiéndola, así que mis instintos...

Su voz se quebró cuando yo seguí en silencio.

—Ni siquiera te quejaste en ese momento —insistió, con irritación en su voz—. Entonces, ¿por qué desapareciste después? Sabes que Alessia se ha vuelto a mudar a su propio apartamento. Esa escena... ya terminó. No guardes rencor por algo tan pequeño.

Tan pequeño.

Su tono tenía reproche, como si mi dolor fuera una simple molestia. Como si las quemaduras en mis brazos fueran menos importantes que la fingida fragilidad de Alessia.

No me molesté en responder. Simplemente me volví hacia las escaleras, pero su voz se hizo oír de nuevo en el silencio.

—Valentina.

Miré hacia atrás y, por primera vez, lo vi de pie e inestable.

—Tengo hambre. Házme un poco de pasta.

Levanté mi mano vendada y la gasa resaltaba en la luz de la luna.

—¿Ya se te olvidó? Mis manos todavía están quemadas.

Su expresión cambió y en ella hubo un destello de algo que parecía ser... arrepentimiento. Pero no me quedé a entender si lo era o no. Solo me di la vuelta y subí las escaleras.

A la mañana siguiente, me detuvo en el pasillo, con una caja de terciopelo en la mano.

La abrí y eran esmeraldas, raras, relucientes y cargadas de riqueza.

Aclarándose la garganta incómodamente, dijo: —Respecto a lo de esa noche, estaba... distraído con Alessia. Debería haberte cuidado mejor. Considera esto un gesto de arrepentimiento.

Se me hizo un nudo en la garganta. Habían sido cinco años de silencio, indiferencia y negligencia. Y solo en aquel momento... recibía el primer regalo de su parte.

No por amor, sino por penitencia. No por mí, sino por la culpa que sentía por lo de Alessia.

Recordé los innumerables regalos guardados en su oficina, cada uno elegido con esmero para ella. Casi sale una carcajada hueca de mi garganta, pero me la tragé.

Hacía tiempo que había dejado de esperar nada de Vincent. Y en ese momento, no necesitaba sus joyas.

Dudé el tiempo suficiente para que él lo malinterpretara.

—Si no te gusta... mi asistente lo compró en una subasta. Buscaré algo más.

Antes de que yo pudiera responder, la voz de Bianca se oyó mientras entraba arrastrando a Alessia con ella.

—Hermano, le dije a Alessia que no debería haberse mudado. Tú la amas demasiado para dejarla ir. Al menos ven a visitarnos más a menudo, ¿eh?

Entró arrastrando a Alessia, completamente envuelta en su animada charla.

Sus palabras me congelaron, luego la caja de terciopelo en mi mano llamó su atención.

—¡Dios mío! Vincent, ¿en serio compraste ese juego? Alessia acababa de decir lo mucho que le gustaba.

Mi corazón se hundió en un profundo vacío. Así que era eso, no era para mí y nunca lo fue.

Las mejillas de Alessia se sonrojaron, bajó los ojos con una modestia ensayada. Y Vincent... él dudó y su mirada se posó en ella, no en mí.

Las esmeraldas se convirtieron en hielo en mis manos. El primer regalo que me había dado, y ni siquiera era para mí.

Le puse la caja en las manos a Alessia, mi voz era firme y lo bastante aguda como para cortar el aire.

—Si es para ti, entonces quédatelo.

La habitación se quedó en un silencio sepulcral.

Los labios de Bianca se separaron mostrando su alegría, Alessia parpadeó como sorprendida, y Vincent... esa vez no la miró a ella. Sus ojos se clavaron en mí, inquietos y casi desesperados.

Pero el daño estaba hecho. Mi breve destello de esperanza se había extinguido.

En su corazón, Alessia siempre sería la primera, ya fuera que lo llamara amor o lealtad, ya nada de eso importaba, porque para mí, era lo mismo.

Y en ese silencio, supe que algo había cambiado de manera irreversible.

Yo ya no era la misma mujer.

Mientras él titubea, yo estaba segura.

Mientras él se aferraba a Alessia, yo ya estaba soltando cada vínculo que me ataba a ese lugar, poco a poco, en silencio y sin aspavientos.

El pasaporte estaba listo, mis bocetos enrollados y escondidos, las fechas marcadas en mi mente como una cuenta regresiva que solo yo podía escuchar.

Su mundo podía derrumbarse a su alrededor, pero yo no me daría la vuelta para mirar. Ni por su hambre, ni por su culpa, ni siquiera por su amor, porque todo lo que me ataba a él ya se había convertido en cenizas.
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