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Capítulo 3

Author: Mónica
Ignacio estaba sentado de lo más tranquilo en el sofá, con el traje gris hecho a su medida que había usado esa mañana para el divorcio. Su postura se veía relajada, pero su frialdad y esa actitud distante dejaban clarísimo que todo le resbalaba. Hablaba con el doctor con la mayor de las familiaridades.

Era evidente que el divorcio no le había movido ni un pelo su ánimo.

Cuando vio a Ariana entrar, levantó los ojos hacia ella.

Ariana apretó sin darse cuenta los puños a los costados, y su mirada lo decía todo: desdén y repulsión pura.

—Ya llegaste —saludó el médico, con simpleza.

Ariana desvió la mirada.

—Sí.

—Te lo expliqué todo por el celular. Aquí están los gastos mensuales, échales un ojo, y si todo cuadra, solo tienes que llenar los datos y firmar —dijo el doctor, entregándole la lista.

Ariana la tomó con las manos temblorosas.

Cuando vio la cifra mensual, el corazón se le fue al piso.

Si su papá no le hubiera robado todo su patrimonio antes del matrimonio, hubiera podido aguantar unos meses más, pero ahora no le quedaba ni un centavo.

Con la situación en la que estaba, no había forma de que pudiera hacer frente a esos gastos.

—Si el monto te parece demasiado, puedes escoger entre estos otros planes —dijo el doctor, al notar lo incómoda que estaba, y le entregó otro papel.

El nuevo plan era mucho más barato, pero aún requería pagos mensuales de varias decenas de miles de dólares.

Al ver que Ariana seguía sin decir nada, el doctor miró por inercia a Ignacio.

Él le echó una mirada y el médico captó el mensaje.

—Entonces, tómate tu tiempo —dijo el doctor, levantándose y sacando el celular—. Voy a echar un ojo a los pacientes que están en los cuartos. Si ninguno de estos planes te sirve, hablamos cuando regrese.

Ariana seguía concentrada en los detalles del tratamiento.

—Está bien.

El médico salió rápidamente, cerrando la puerta detrás de él.

La habitación quedó en silencio, con solo Ariana e Ignacio en el espacio.

El ambiente estaba tan tenso que el silencio se podía sentir en el aire.

—Por más que te claves mirando esos papeles, con lo que tienes, no vas a poder costear los tratamientos tan caros de tu mamá —dijo Ignacio, con el tono calmado de siempre, sin mostrar ni una pizca de remordimiento.

Ariana lo miró con furia, su rabia claramente visible.

—Y ni hablar de que tienes que pagar alquiler y mantener a Lucas —continuó Ignacio, como si hablara de algo trivial.

Ariana lo miró fijamente, su voz temblando de rabia.

—¿Qué quieres decir con eso exactamente?

—Podría pensar que el divorcio es solo un capricho tuyo —Ignacio se levantó y caminó hacia ella, parándose justo en frente—. Mientras no vuelvas a sacar el tema, yo me haré cargo de los gastos de tu madre. Y tú seguirás siendo mi esposa.

—¿Y Paula? —Ariana preguntó, su voz fría.

—Ustedes dos no se cruzan —Ignacio respondió con una mirada vacía de emoción—. Si te molesta, puedo encargarme de que no te la topes.

Ariana no pudo evitar soltar una risa llena de desdén.

—¿Se supone que tengo que darte las gracias por tanta consideración?

—Deberías tener claro qué te conviene más —dijo Ignacio, con la calma de quien cierra un negocio—. Tú, que viviste rodeada de lujos, sabes que es fácil pasar de no tener nada a tenerlo todo, pero lo difícil es perder la comodidad y recuperar la vida sin nada.

Ariana lo entendió perfectamente.

Nunca había pasado por días difíciles.

Antes de que la familia se fuera a pique, ella nunca tuvo que preocuparse por el dinero. Y cuando todo se vino abajo, Ignacio la rescató, la casó y le dio todo lo que deseaba.

Las tarjetas de crédito eran ilimitadas, y ella nunca pensó en el dinero.

Lógicamente, debería estar agradecida.

Aunque Paula estuviera con Ignacio, él seguiría dándole lo que quería, como siempre, con la misma atención y cuidado.

Pero en la vida no todo era dinero... la dignidad y el honor también contaban.

—La dignidad y el honor no llenan el estómago, y la vida real no es tan fácil como piensas —Ignacio le leyó la mente, sus palabras fueron crueles—. Sin mí, con tu situación actual, no llegarías a nada.

Ariana, ya sin aguantar más, lo miró con desprecio.

—No hace falta que te preocupes por mí, ocúpate de lo tuyo.

—Ariana —Ignacio no entendía por qué ella se mostraba tan obstinada.

—Si no tienes nada más que decir, por favor, vete ya. Tengo que hablar con el doctor, y no tengo tiempo para aguantar tus lecciones de vida —Ariana, por primera vez, le habló con un desdén absoluto.

Ignacio, sin alterarse, la observó en silencio.

Esa mirada suya fue desmoronando poco a poco las defensas de Ariana.

Ella apretó los papeles en sus manos, forzándose a mantenerle la vista, aguantando la presión de la situación, esperando ganar en esa confrontación silenciosa.

—Tienes un minuto para pensarlo —dijo Ignacio, con calma—. Si te arrepientes, lo olvidamos todo. Si sigues en las mismas después de ese minuto, ni aunque me ruegues ayuda, te la voy a dar.

Ariana giró la cabeza hacia la ventana, sin decir una palabra.

Ignacio no dijo nada más. Cuando el minuto se cumplió, se levantó y se fue, sin voltear a verla.

Pensó que Ariana no estaba valorando lo que tenía.

A veces, la gente tenía que pasar por malos ratos para darse cuenta de quién de verdad se preocupa por ellos.

Con un portazo fuerte, la puerta se cerró, y Ariana sintió que su corazón también se rompía.

Había creído que, aunque su relación con Ignacio no era una historia de amor arrebatadora, sí era estable y genuina.

Pero ahora, ya no estaba tan segura de nada.

Antes de que pudiera aclararse, el médico regresó a la oficina.

Sin esperar que él hablara, Ariana ajustó su postura y, con calma, fue la primera en hablar:

—Hugo, necesito un tiempo para pensarlo, ¿puedo darte una respuesta más tarde?

—Claro —respondió Hugo sin titubear—. Pero no te demores en decidir. Lo ideal sería antes de que entren los pagos del mes.

—Está bien, gracias.

Ariana salió disparada del hospital con la propuesta entre manos. Su primer paso era conseguir un trabajo.

Si conseguía un sueldo decente, podría permitir que su madre siguiera recibiendo atención allí.

El hospital, parte del Grupo Cruz, era uno de los mejores en cuanto a tecnología médica y especialistas en diversos campos. Gracias a Ignacio, su madre había recibido un excelente tratamiento todos estos años. Si cambiaba de hospital, no podría ofrecerle lo mismo.

Ella era la única persona que realmente la amaba en este mundo. Ariana no podía permitir que le pasara algo.

Con esa idea en mente, salió del hospital y regresó a casa.

Durante todo el camino, pensaba en cómo le iba a contar a Lucas sobre el divorcio.

Él era un niño inteligente y maduro para su edad, pero un divorcio no era un plato fácil de digerir para ningún niño, por muy excepcional que fuera.

Temía que le costara aceptar la noticia.

Sin embargo, cuando llegó a casa, se encontró con una escena que le provocó una profunda repulsión.

Paula e Ignacio estaban sentados en el sofá, abrazados. Paula, con una expresión preocupada, le decía:

—Este es tu hogar con Ariana, ¿no crees que no debería estar aquí?

—No pasa nada —respondió Ignacio con un tono bajo.

Paula mordió su labio, algo vacilante.

—Pero...

—Ella se va a ir pronto —Ignacio la tranquilizó—. A partir de ahora, tú serás la dueña de esta casa.

Paula levantó la mirada hacia él. Los dos se quedaron viéndose fijo, totalmente metidos en sus cariñitos, sin darse cuenta para nada de que Ariana había vuelto.
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