Me llevo al niño, y el CEO pierde el control

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By:  MónicaUpdated just now
Language: Spanish
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Cinco años de matrimonio, y Ariana Torres nunca imaginó que su esposo, Ignacio Cruz, le pediría compartirlo con otra mujer. Él le dijo, sin inmutarse: —Ella es muy importante para mí. No hagas un escándalo y acéptala. Luego, con una frialdad calculada, añadió: —Mientras tú lo aceptes, seguirás siendo siempre mi esposa. Nadie podrá quitarte tu lugar. Ariana conoció a Ignacio en su momento más difícil. Él la rescató, la casó, la consentió y la trató con cariño. Siempre creyó que nadie la amaría más que él. Pero ahora, se daba cuenta de que todo había sido una gran mentira. *** Ignacio jamás imaginó que esa chica que había mantenido con tanto mimo le pediría el divorcio. No se opuso. La dejó hacer lo que quisiera, convencido de que tarde o temprano ella volvería, porque sabía que fuera de él no encontraría algo mejor, que no sería capaz de vivir sola. Pero Ariana, con su carácter fuerte y terco, aunque sufriera, nunca dio un paso atrás. Él, sin poder evitarlo, le preguntó: —¿No puedes ceder ni una vez? Y entonces... Ariana cedió. Después de eso, desapareció por completo de su vida. Desde ese momento, Ignacio, que siempre había sido un hombre sin miedo, empezó a sentirlo por primera vez. Tiempo después, Ariana apareció de nuevo, esta vez con otro hombre. Ignacio, con los ojos rojos de tanto llorar, la interceptó detrás de la puerta, desesperado por entender qué había pasado. —Ariana, qué cruel eres —dijo, casi entre dientes, con el dolor evidente en su voz.

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Chapter 1

Capítulo 1

Ariana no sabía si todos los hombres querían tenerlo todo: una esposa que les tuviera la casa impecable y una fila de amantes por fuera.

Lo que sí sabía era que, si esa realidad le tocaba a ella, jamás lo aceptaría.

En toda la ciudad, nadie ignoraba que Ariana Torres, la hija caída en desgracia, era la consentida de Ignacio Cruz.

Lo que a ella se le antojaba, él lo conseguía.

Lo que pensaba, él lo hacía realidad.

Su casa estaba llena de ediciones limitadas de marcas de lujo, joyas, bolsos y relojes adornaban varias paredes, y el garaje estaba repleto de autos deportivos que dejaban a cualquiera impresionado.

Hasta en las fiestas, Ignacio la tenía pegada a él, pendiente de todo lo que se le ofreciera.

Esa clase de atención y devoción era la envidia de todo el mundo.

Ariana, hay que decirlo, también había llegado a pensar que Ignacio la amaba más que a nada.

—Mami —dijo Lucas Cruz, el niño de carita de ángel, frotándose los ojos con sueño—. ¿No estás contenta hoy?

Ariana lo abrazó, mirándolo con ternura:

—No, cariño, no es eso.

El pequeño se bajó de la cama de un salto y, al ver la cara de preocupación de su madre, se lanzó a abrazarla de nuevo:

—Dame un brazo.

Ariana se quedó inmóvil.

—Aunque no sé por qué no estás feliz, yo siempre te voy a amar, pase lo que pase —dijo el niño, apretando su abrazo con todas sus fuerzas, tratando de transmitirle su calor.

Ariana sonrió suavemente y le dio unas palmaditas en la espalda.

Esa ternura le dio la fuerza para empezar a cuestionarse lo que estaba pasando.

A las once de la noche, Ariana por fin había logrado que Lucas se durmiera.

Se sentó en la sala, con la mirada fija en el reloj, una y otra vez. Cuando las manecillas marcaron las once y cuarenta, por fin oyó el sonido de la cerradura.

Ignacio entró con su camisa blanca impoluta, el traje negro elegante colgándole del brazo, y esa figura perfecta, casi divina.

Sus facciones eran de postal, sin el menor rastro de un defecto. Parecía tocado por la varita mágica, alguien a quien el cielo le había dado todos los dones.

—¿Aún despierta? —preguntó, y al acercarse a ella, como siempre, la envolvió en sus brazos mientras su mano empezó a dibujar círculos suaves en su cintura.

Ariana, incapaz de resistir su táctica, le zafó la mano de debajo de la camisa.

—Espera, tenemos que hablar.

—Hagámoslo mientras estamos en eso —respondió Ignacio, sin dejar de acariciarla con dulzura.

—No —ella lo rechazó, con voz firme.

—Sí —Ignacio la besó en la boca, inundándola de calor.

Ariana, al ver el rastro de labial en la camisa y recordar las fotos que tenía, sintió una oleada de náuseas que le subió hasta la garganta.

Sin saber de dónde sacó fuerzas, lo quitó de encima con un empujón.

—¿Y ahora qué te pasa? —Ignacio frunció un poco el ceño, sin entender su rechazo tajante.

El corazón se le salió del pecho a Ariana, latiéndole a mil por hora por la presión.

Tras unos segundos en silencio, finalmente reunió el valor y lo miró fijamente:

—Vi las fotos tuyas con Paula, los dos juntos, pasando la noche en Bahía Esmeralda.

—Ajá —Ignacio la abrazó, sin darle importancia.

Su corazón se hundió al escuchar su indiferencia.

¿Ni siquiera pensaba darle una mísera explicación?

—Ya que lo sabes, quiero que hablemos de algo —dijo Ignacio, con voz seria y tranquila.

Ariana luchó a capa y espada por no perder la cabeza:

—Habla, pues.

—Quiero que la aceptes —Ignacio la miró fijo, sin rodeos—. Ella es muy importante para mí.

Ariana no podía creer lo que oía.

—Si lo aceptas, siempre serás mi esposa, nadie podrá quitarte tu lugar —continuó, con una firmeza que la desconcertaba.

—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? —la calma de Ariana se quebró por fin.

Paula Lara era su amiga de la universidad, su confidente.

Después de algunos desacuerdos, se distanciaron.

Y ahora... su esposo le pedía compartirlo con ella.

Ignacio, con un tono enigmático, respondió:

—Lo sé muy bien.

—No puedo aceptar algo tan absurdo —Ariana lo encaró, con la rabia subiéndole por dentro—. Nadie en su sano juicio lo haría.

—Que lo aceptes o no, no importa. Yo la voy a mantener el resto de su vida —soltó Ignacio, con una certeza que no admitía dudas—. Te lo digo solo porque eres la señora de esta casa, y mereces saberlo.

Las manos de Ariana se apretaron, y su voz se tornó sarcástica:

—¿Se supone que tengo que darte las gracias?

—Si quieres, hazlo, no me quita el sueño —respondió Ignacio, con una actitud que no hacía más que enfurecerla.

Antes, Ariana pensaba que Ignacio era un hombre educado, de esos con clase y buenos modales. Ahora, con la máscara bien caída, lo que veía era su verdadera cara.

—Ignacio —soltó ella, dándole, por dentro, la última chance.

Él la miró tranquilo:

—Te escucho.

—¿De verdad estás decidido a quedarte con ella? ¿Así yo no lo acepte, así la odie o hasta la desprecie? ¿No hay nada, nada que te haga cambiar de opinión? —Ariana lo encaró, súper seria.

En el fondo, ella ya sabía lo que quería oír. Si tan solo dijera que no, ella le perdonaba la vida.

Pero, como casi siempre pasa, las cosas no salieron ni por asomo como ella esperaba.

Ignacio la midió con la mirada, desafiante, y le tiró la respuesta sin dudarlo ni un segundo:

—Sí.

El corazón de Ariana se le hizo añicos en ese instante. Sintió un pinchazo dolorosísimo que le atravesó el pecho.

—No hay quien me haga cambiar de opinión.

—Entonces, nos divorciamos —Ariana, cegada por la humillación, lo taladró con la mirada. —Si ya decidiste entregarle tu vida a ella, yo me hago a un lado.

En cualquier otro matrimonio, los suegros hubieran metido la cuchara.

Pero en el caso de Ignacio, sus papás, Felipe e Isabel, siempre estuvieron en contra de ese matrimonio. Ellos pensaban que Ignacio debía echarse una novia de su misma altura, de esas familias de peso.

Si bien la familia de Ariana tenía lo suyo, ni de chiste se comparaba con la verdadera alta sociedad.

Peor ahora que la empresa de su papá se había ido a pique y el viejo se había esfumado con la plata.

Para los ojos de ellos, Ariana ya no valía ni un peso.

—¿Me estás hablando en serio? ¿Estás segura de lo que acabas de decir? —Ignacio la miró con una cara de piedra.

Para Ariana, la lealtad era la base de su matrimonio:

—Lo tengo clarísimo.

Ignacio se quedó viéndola fijo. No se esperaba que esa mujer tan sumisa y calladita que él conocía sacara semejante garra.

—Está bien, pues —respondió con calma.

Ariana, con el alma rota por lo tajante de su actitud, sintió que se le oprimía el corazón.

Durante todos estos años de casados, Ariana jamás había podido calarle el corazón. Ahora entendía que todo lo que él había hecho por ella no fue más que un simple capricho de su parte.

Pensar en eso le apretó el pecho de una forma insoportable, así que subió a toda prisa a su piso para agarrar el contrato de divorcio que ya había dejado listo.

Debió haberlo visto venir.

Hace unos tres meses, le había notado ese olor a perfume de mujer. Cuando le preguntó, él salió con que seguro se le había pegado en algún vuelo.

Ella, como una tonta, se lo tragó sin pensarlo dos veces.

Ahora le caía el veinte: el cuento del avión no fue más que una pura excusa.

Paula había regresado al país justo hacía tres meses, y si echaba cuentas, seguro que habían estado juntos desde ese momento.

—Aquí tienes el contrato de divorcio. Dale una leída —Ariana firmó el papel delante de él y se lo puso en las manos—. Si todo está en orden, fírmalo y mañana mismo vamos a hacer el trámite.

—Deberías tener claro lo que esto te va a costar —Ignacio fue al grano.

Ariana apretó los puños con fuerza:

—No hace falta que me lo refriegues.

—Cinco años de matrimonio y sin un solo trabajo —Ignacio tomó el contrato, soltando una risita cargada de desprecio—. ¿Cómo piensas pagar los tratamientos tan caros de tu mamá? ¿Ya lo tienes resuelto?

Mientras decía esto, echó un vistazo rápido al contrato.

Al ver que la división de bienes era cincuenta-cincuenta y que ella pedía la custodia de su hijo, Ignacio la miró con una arrogancia que dolía:

—¿Te atreves a exigir tanto?
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