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Capítulo 5

Author: Mónica
El corazón de Ariana se rompió en mil pedazos. Con los labios apretados, casi hasta el dolor, finalmente dijo:

—¿De verdad tienes que ser tan miserable?

Ignacio dio unos pasos hacia ella, se plantó frente a ella con una mirada fría, completamente distante. Su voz sonó cortante:

—Solo quiero que te quede claro que sin mí, tu vida se va al traste. Y si alguna vez necesitas vender algo para sobrevivir, pregúntale a Paula si le parece bien.

Paula señaló hacia sí misma, sorprendida.

—¿Yo?

—Tú eres la dueña de esta casa, así que lo que hay aquí es tu decisión —Ignacio le habló a Paula, pero su mirada se desvió hacia Ariana, como si le estuviera diciendo que, si no obedecía sus reglas, sería reemplazada sin más.

Las manos de Ariana se clavaron con fuerza en sus costados. La humillación la devoró por completo.

—Si Ariana quiere quedarse con algo como recuerdo, no hay problema —Paula, como siempre, echó más leña al fuego—. Pero si es para vender, estarías pisoteando tu dignidad, y si fuera yo, aunque tuviera problemas de dinero, no lo haría.

—¿Lo oíste? —Ignacio la miró.

Ariana ya no quería hablar. En lugar de eso, dejó caer las joyas al suelo con furia.

Con un fuerte estruendo, las piezas de joyería cayeron desparramadas, y Ariana, sin voltear a ver a ninguno de los dos, empezó a caminar hacia la salida.

—¿Por qué está tan brava? ¿Dije algo que la molestó? —Paula, intentando disimular, se mordió el labio—. ¿Debería ir a disculparme?

—No hace falta —respondió Ignacio con frialdad.

Paula dudó un momento.

—Pero...

—Ve a revisar si hay algo que no te guste. Si lo encuentras, mando a que lo saquen —Ignacio le acarició la cabeza con ternura a Paula—. Todo esto será tuyo de aquí en adelante.

—Gracias, Ignacio —Paula lo abrazó con fuerza, y sus palabras sonaron llenas de gratitud y deseo.

Ariana observó toda la escena de reojo.

Aunque ya se imaginaba que esos dos estarían en pleno romance, ver cómo Ignacio trataba a Paula con tanta adoración y ternura aún le daba un vuelco al corazón.

Tantas veces él le había dicho que ella era su única, la más amada, su excepción, su preferencia. Pero ahora, todo eso se había esfumado.

—¿Todavía no acabas? ¿O es que no tienes ganas de irte? —Ignacio apareció justo enfrente de ella, mirando con desdén cómo seguía metiendo cosas en la maleta.

Ariana cerró la maleta de golpe.

—Solo quiero ver cómo una persona que se decía decente se convierte en una porquería.

—¿Y ya tienes la respuesta? —Ignacio le preguntó, acercándose.

Ariana lo miró fijamente.

—Sí, la tengo.

—Entonces, por favor, vete. Aquí ya no tienes lugar.

De repente, Ariana sintió que quería decirle que no le importaba quedarse, que podría hacer que Paula viviera el resto de su vida como amante oculta.

Pero recordó que eso era justo lo que él quería.

—No hace falta que metas las cosas de Lucas en la maleta. Después de que encuentres dónde vivir, yo mismo se las mandaré a entregar —dijo Ignacio, con ese tono habitual que tanto la irritaba—. Espero que para entonces no te veas obligada a vender las cosas de tu hijo para cubrir los gastos de tu madre.

—No todo el mundo tiene los mismos valores bajos que tú —respondió Ariana, sin contenerse.

Ignacio dio un paso hacia ella, acercándose aún más, hasta rodearla con su presencia.

—Entonces, ya veremos cómo te las arreglas sola.

Ariana lo miró con furia, a punto de empujarlo, pero justo en ese momento, Paula se apareció.

Al ver lo cerca que estaban, su sonrisa se borró de inmediato. Temiendo que Ignacio notara sus celos, intentó disimular y dijo, con aparente indiferencia:

—Ignacio.

—¿Qué pasa? —Ignacio la miró con calma.

—Me encanta todo lo que hay aquí. ¿Podrías regalarme todo esto? —Paula miró a Ariana de reojo, con un destello de desafío al hablar.

Ignacio se enderezó, su cuerpo irradiaba una calma helada.

—Si te gusta, tómalo. No hace falta que me pidas permiso.

—Pero es que, al fin y al cabo, son regalos que le diste a Ariana. ¿No te parece raro que me los quede? —Paula puso cara de no saber qué hacer, pero en sus ojos se le notaba una avaricia tremenda, era obvio que le importaba un pepino.

—Si de verdad te pareciera raro, jamás lo habrías mencionado. Ya que lo dices, deja de hacerte la mosquita muerta —Ariana no pudo contener la rabia, soltando las palabras cargadas de veneno—. Ya eres la amante, ¿qué más vas a intentar ocultar?

Paula se sonrojó, mezcla de rabia y dolor.

—¡Ignacio!

De repente, Ignacio cambió su actitud y se acercó a Ariana. Dio un paso hacia ella, y con la voz baja y cortante, la atrapó entre su cuerpo y la pared.

—¿Acaso no lo tienes claro? Ella es a quien quiero, y se merece tenerlo todo. ¿O es que las que no son amadas deberían esconderse y vivir despreciadas?

Ariana levantó la mirada, sin poder creer que él tuviera la cara de decir algo tan bajo, tan fuera de lugar.
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