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Capítulo 7

Author: Esperanza Marín
Olivia observó cómo Adrián y Paulina, tras un instante de incomodidad, se adaptaban con rapidez a sus nuevos roles; reían y conversaban animadamente con su socio comercial. Se veían tal para cual, pensó con amargura.

Olivia tomó una foto discretamente y, al darse la vuelta para irse, sintió esa punzada familiar. No era un simple dolor; era una angustia persistente que se extendió por su cuerpo, provocándole un nudo en la garganta y ardor en los ojos.

—¡Olivia! —Escuchó que alguien la llamaba cuando estaba a punto de salir del centro comercial.

Al girarse, vio a una mujer en las escaleras eléctricas que descendían, agitó la mano con energía para llamar su atención. ¡Era Carmen Ortega, su maestra! ¡Su antigua profesora de la academia de danza!

—¡Maestra! —exclamó, incapaz de ocultar su sorpresa y alegría.

Carmen bajó apresuradamente los últimos escalones, se acercó y le tomó ambas manos con efusividad.

—¡Me pareció que eras tú y no me equivoqué! —dijo la maestra con una sonrisa radiante—. ¿Cómo has estado? Han pasado cinco años sin saber de ti.

Olivia sintió tristeza. Cinco años habían transcurrido y sentía que su vida se había estancado, convertida en una sombra de lo que fue. ¿Con qué cara podía presentarse ante su mentora?

—¿Tienes prisa? Si no estás ocupada, podemos buscar un lugar para tomar un café y hablar —propuso la maestra, sin soltarle la mano.

No, no tenía prisa. Si esto hubiera ocurrido tiempo atrás, su inseguridad la habría llevado a encerrarse de nuevo, rechazando cualquier contacto con el mundo de la danza. Pero desde que había desbloqueado aquel álbum de fotos en su celular, era como si una grieta se hubiera abierto en su cielo gris. Sentía una imperiosa necesidad de dejar entrar la luz.

—Me encantaría, maestra —respondió Olivia asintiendo. Sin saber por qué, sus ojos se humedecieron.

Carmen la guio del brazo hacia una cafetería elegante en la planta baja, perfecta para conversar.

—¿Qué ha sido de mis compañeros? —preguntó Olivia. Llevaba demasiado tiempo desconectada de su propio mundo; se había salido de todos los grupos de chat y cortado cualquier lazo.

Carmen la miró con agudeza.

—¿En serio quieres saber?

La maestra conocía su situación. Olivia, quien tenía un futuro brillante, había renunciado a todo repentinamente. Carmen incluso había viajado a Altabrisa una vez para visitarla después del accidente.

Olivia asintió con firmeza. Entonces, Carmen comenzó a ponerla al día. Cinco años eran suficientes para cambiar el destino de cualquiera. Algunos de sus compañeros habían entrado en compañías de danza prestigiosas, convirtiéndose en bailarines principales; otros se habían ido al extranjero, completando doctorados, y algunos más se habían quedado en la academia como docentes para formar a las nuevas generaciones. Todos habían avanzado en sus trayectorias de vida, dando pasos gigantes. Todos, menos ella.

Sin embargo, a partir de ese día, las cosas serían diferentes. Iba a recuperar el tiempo perdido. Aunque ya no pudiera bailar profesionalmente, encontraría su lugar en algún otro ámbito.

—Yo... yo también tengo noticias —dijo Olivia, sintiendo la cara caliente por la emoción y la vergüenza de haber defraudado las expectativas de su profesora—. Voy a irme a estudiar al extranjero.

—¡Qué maravilla! —Carmen sonrió con la misma calidez de siempre—. ¡Lo sabía! Mis alumnas no se rinden jamás.

Olivia se inclinó y le contó en voz baja sus planes de posgrado en el extranjero.

—Eso es excelente. Tienes que aprovecharlo. —Carmen le apretó la mano con cariño—. Por cierto, qué coincidencia, tenemos una gira por el extranjero pronto. Deberías venir con nosotros para irte aclimatando al ambiente y ver cómo es la vida allá.

—Yo... —Olivia dudó—. ¿Cree que pueda? Ya sabe que mi pierna no está bien. No puedo bailar y camino más lento que los demás. Mi maestría será teórica.

—¡Claro que puedes! Si no hubiera pasado aquel accidente, serías parte del elenco principal de la Compañía Nacional de Danza. Esta vez, ven como apoyo. Puedes ayudar en logística, maquillaje, lo que sea.

Carmen hablaba con una determinación, sin tratarla como a una inválida. Olivia no pudo evitar sonreír. Le gustaba esa sensación de no ser vista con lástima. Ya no podía bailar, cierto, pero aún podía ser útil; no era un trasto viejo inservible. En ese momento, el celular de Carmen vibró sobre la mesa.

—Es mi esposo. ¿Te importa si se nos une? —preguntó Carmen.

—Por supuesto que no —respondió Olivia con una sonrisa.

En el fondo, sentía cierto nerviosismo. Tras cinco años de aislamiento, había perdido la costumbre de tratar con desconocidos, pero tenía que dar el primer paso.

—Le diré que venga entonces —dijo Carmen mientras tecleaba una respuesta.

Lo que Olivia jamás imaginó fue que el esposo de la maestra Carmen resultara ser el nuevo socio de Adrián, el mismo hombre con el que su marido estaba hace unos instantes.

—Vino a Altabrisa por negocios y aproveché para acompañarlo unos días. Nunca pensé que me encontraría contigo, es el destino...

Mientras Carmen hablaba y presentaba a su marido a la distancia, Olivia vio cómo Adrián, Paulina y el esposo de su maestra caminaban juntos hacia su mesa. Llegaron.

Olivia permaneció sentada, observando la fascinante gama de colores que desfilaba por las caras de Adrián y Paulina: del rojo a la palidez en cuestión de segundos.

—Vengan, siéntense. Les presento a mi esposa, Carmen, es maestra de danza —dijo el señor Ortiz, el marido de Carmen—. Y, querida, él es el señor Adrián, con quien estoy cerrando el trato, y ella es su esposa.

Al escuchar la palabra “esposa” referida a Paulina, a Adrián le tembló la mano. Ella, por su parte, parecía querer que la tierra se la tragara; no sabía dónde meterse y ambos miraban a Olivia con pánico. Ella los miró fijamente y sonrió de forma apenas perceptible. Carmen procedió a las presentaciones.

—Él es mi marido, Ramiro Ortiz—dijo señalando al hombre, y luego señaló a Olivia—. Y ella es mi alumna, Olivia Muñoz, la que tenía más posibilidades de ganar el Premio Nacional de Danza en su generación.

Al escuchar “Premio Nacional de Danza”, la mirada de Adrián se apagó. Sus ojos bajaron por instinto hacia las piernas de Olivia, ocultas bajo la mesa. Olivia captó el gesto. En ese instante, los ojos de él reflejaban un dolor genuino. Y cómo no iba a sufrir. Si no se hubiera lastimado la pierna aquel día, él no se habría casado con ella por culpa, y la mujer que ahora tenía a su lado podría ser su esposa ante los ojos de todos. Olivia sonrió con ironía.

—En realidad yo soy...

—¡Ay! —gritó Paulina, interrumpiendo a Olivia con un alarido agudo.

Olivia guardó silencio. Paulina había derramado su taza, y el café caliente le había manchado las manos y la ropa.

—Perdón... qué torpe soy, lo siento mucho —balbuceó Paulina, tomando servilletas frenéticamente para limpiarse—. Qué vergüenza.

—No te preocupes, no pasa nada —dijo Carmen, ajena a la tensión real, ayudándola con más servilletas.

Una taza de café había impedido que Olivia dijera la verdad. Pero si Olivia hubiera querido continuar, ¿realmente podrían haberla detenido? Frente a ella, Adrián la miraba con súplica, negando imperceptiblemente. Sus labios formaron un “no lo digas” silencioso y desesperado.

En realidad, Olivia no tenía intención de delatarlos; solo había soltado esa frase a medias para disfrutar de su pánico. Aquella reunión se volvió un estudio de contrastes: algunos estaban sentados sobre brasas, mientras que otros mantenían una calma. Cuando Olivia levantó su taza, Carmen notó el anillo en su dedo.

—Traes anillo de matrimonio. ¿Te casaste? ¿Quién es tu esposo?

La pregunta cayó como una bomba, haciendo que Adrián y Paulina palidecieran nuevamente.

Olivia miró la mano de Adrián, apoyada cerca de su taza, y sonrió con burla. Nunca usaba su anillo. Se lo había quitado después de la boda y seguramente estaría acumulando polvo en algún cajón olvidado.

—Sí, llevo cinco años casada —respondió Olivia con tono casual—. Mi esposo se apellida Vargas.

—¿Vargas? Qué coincidencia, yo también —se apresuró a decir Adrián, con la voz un poco más alta de lo normal.

El mensaje implícito era claro: le rogaba que se callara.

—Sí, también es un Vargas y también se dedica a los negocios —dijo Olivia, dando un sorbo a su bebida—, aunque claro, no maneja una empresa tan grande como la del señor Vargas aquí presente.

A través del vapor de su taza, vio cómo los hombros de Adrián se relajaban.

—Vaya casualidad. Para la próxima deberíamos invitar a tu esposo y tomamos algo todos juntos —propuso Ramiro, mostrándose amable por respeto a la alumna de su mujer.

La cara de Adrián se tensó de nuevo. A Olivia le resultaba hilarante. En cinco años de matrimonio, Adrián no había mostrado tanta variedad de expresiones faciales como en esa sola tarde.

Dada la situación, Adrián no pudo soportar la presión mucho tiempo. Tras conversar un poco más de trivialidades, se excusó diciendo que tenía asuntos pendientes. Sin embargo, antes de irse, le lanzó una mirada a Olivia, indicándole que ella también debería irse, temeroso de que pudiera hablar de más si se quedaba sola con los Ortiz.
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