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Capítulo 8

Author: Juana
Al anochecer del día siguiente, Nina se mudó a la casa de los Navarro.

Una empleada la condujo respetuosamente hasta la recámara principal en el segundo piso.

—Señora, esta es la habitación que compartirá con el señor. Él tuvo una reunión de última hora, volverá más tarde. Si necesita algo, solo llámenos.

Nina agradeció con una sonrisa, colocó su ropa en el armario y, sintiéndose pegajosa e incómoda, tomó una bata y fue a ducharse.

Después comió algo ligero y, aunque tenía la intención de descansar un rato, de pronto recordó algo. Tomó su computadora portátil y buscó el nombre Ricardo Navarro.

Ahora que se había casado con él, tenía que conocer todos los aspectos de su esposo.

Para su sorpresa, en internet había muy poca información sobre Ricardo. Lo que más salía era que tenía las piernas paralizadas, un carácter impredecible, una reputación cruel… y ciertos rumores sobre disfunción sexual.

Nina siguió buscando... hasta que los siguientes titulares la dejaron boquiabierta:

“El tercer hijo de los Navarro pasa la noche con cierto hombre en un hotel”

“Ricardo Navarro muestra cariño en público con otro hombre en el extranjero”

“Ricardo invierte millones para lanzar al estrellato a un actor masculino que le gusta”

Nina se estremeció, sus manos temblaron ligeramente. Siempre se decía que Ricardo no era funcional “en ese aspecto”, y que a sus casi treinta años aún no se había casado... ¿Será que le gustaban los hombres? ¿Que solo la había tomado como fachada?

Sí, eso tenía que ser. Donde hay humo, hay fuego.

Había escuchado que los gays no sienten atracción física por las mujeres. Nina, que al principio tenía cierta preocupación, ahora se sintió completamente aliviada.

Ella siempre había tenido la costumbre de dormir desnuda. Ahora, con esta nueva información, no le quedó ningún reparo. Se quitó la bata con naturalidad, se metió bajo las sábanas y se quedó profundamente dormida.

No sabía cuánto tiempo había pasado, cuando escuchó un leve ruido en la puerta, como si alguien la estuviera abriendo.

Nina, de sueño ligero, despertó de inmediato. Abrió los ojos de golpe y se incorporó.

¡Click! La luz se encendió, iluminando la habitación como si fuera de día.

Se giró, y vio a Ricardo entrar rodando en su silla de ruedas. Al cruzarse sus miradas, ambos se quedaron un segundo paralizados.

Los ojos del hombre se estrecharon al notar su figura... sus pupilas se contrajeron visiblemente.

Nina bajó la cabeza.

—¡Ah! —gritó, cubriéndose el pecho con las manos, y se tapó con la sábana, nerviosa.

Después del breve momento de incomodidad, recuperó la compostura.

—¿Ya regresaste?

Ricardo la observó con sus ojos oscuros como el abismo. Su nuez se movió ligeramente mientras tragaba saliva, luego desvió la mirada, rodó más cerca y dijo con tono frío:

—¿Quién te dio permiso de vestirte así?

Nina pensó que frente a otras personas jamás se mostraría así, pero bueno, él era la excepción.

—Es una costumbre mía —respondió con calma.

Ricardo se detuvo un segundo. Abrió el armario, sacó una bata y se la lanzó.

—Póntela.

—¿Por qué? —Nina lo miró con curiosidad—. Somos esposos. Creo que no hay problema en ser sinceros el uno con el otro, ¿no?

Era un argumento casi irrefutable.

¿Esta mujer estaba poniendo a prueba su autocontrol como hombre? ¿O de verdad creía que él no se atrevería a tocarla?

La mirada de Ricardo se oscureció, fija en su rostro. Su voz sonó áspera:

—Te doy dos opciones. Una: te la pones ahora. Dos: nunca vuelvas a usar nada para dormir.

Nina lo miró aún más confundida.

—Siempre he dormido así...

Perfecto. Ricardo entrecerró los ojos, con una sonrisa que destilaba peligro.

Nina vio su expresión y se sintió algo incómoda. Había algo extraño que no lograba identificar. Se mordió el labio y preguntó con cautela:

—¿Vas a ducharte? Puedo prepararte el agua.

Él fijó su mirada en ella durante unos segundos y asintió suavemente.

Nina notó ese pequeño gesto. Dudó un poco, pero tomó la bata y se la puso bajo las sábanas.

Aunque sabía que era gay y no se sentía atraído por mujeres, al final seguía siendo hombre... y no podía ignorarlo por completo.

Se levantó, fue al baño, llenó la bañera y ajustó la temperatura. Justo cuando iba a salir, Ricardo ya había entrado rodando.

La verdad, Ricardo, aparte de su discapacidad, tenía un rostro atractivo, modales impecables, y una elegancia innata que lo hacía irresistible para muchas mujeres. Lástima... que fuera...

Nina no pudo evitar sentir un poco de lástima.

—Bueno, que te bañes tranquilo. Yo me regreso a la cama.

Él no dijo nada. Nina le cerró la puerta, le dejó una luz encendida, y volvió a meterse en la cama, cerrando los ojos.

Pronto, el sonido del agua comenzó a escucharse. Poco después, oyó el familiar ruido de las ruedas desplazándose sobre el suelo.

Alguien levantó la sábana. Aunque tenía los ojos cerrados, podía sentir perfectamente cómo el hombre se apoyaba con ambas manos sobre el borde de la cama... intentando subir.
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