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Capítulo 4

Penulis: Luna Bianchi
Cuando abrí los ojos, me vi tirada en la cama. Cada vez que intentaba moverme, un dolor agudo me atravesaba la espalda.

—¡Alicia! —César apareció de repente, con los ojos inyectados en sangre—. ¿Ya te despertaste? ¿Te duele mucho?

Al verlo tan preocupado, me sentí fuera de lugar por completo.

Cuando solo tenía un simple resfriado, él no se separaba de mí, siempre pegado a mi lado, dándome calor y cubriéndome con su piel. Me lamía la frente con su lengua áspera para intentar calmarme.

Pero ahora no es que tuviera fiebre. Ahora, su gente me había azotado, y él se quedó viendo, sin hacer nada de nada.

Retiré la mano de un tirón, evitando mirarlo.

César se quedó quieto un instante, y luego trató de justificarse, balbuceando:

—Alicia, no es que no haya querido detenerlo… pero mientras más me oponía, más duros eran los castigos de los ancianos… ¡Lucas hasta pensó en matarte! Mi prioridad era que estuvieras a salvo…

—Entonces... —Mi voz salió rasposa, casi sin fuerzas—. ¿Tú también crees que fui yo la que le hizo daño a esa cachorra?

César tragó saliva, pero al final se quedó callado.

Ese silencio fue como una puñalada, destrozando la última migaja de esperanza que me quedaba.

Con los ojos aguados, le pregunté por fin:

—Solo quiero que me digas, César Oliveira, por el nombre de la luna y por lo que compartimos, ¿me crees, sí o no?

—Alicia —respondió, claramente molesto y algo impaciente—, las marcas de la cachorra están ahí, Gloria lo juró, hay testigos, hay pruebas... ¿Y tú quieres que te diga que te creo sin más?

—¿No te lo dije? Todo esto iba a terminar pronto...¿Por qué insististe en meterte con Gloria?

De repente, las lágrimas comenzaron a caer a raudales.

Pensé que ya no me quedaba más dolor, pero mi pecho seguía ardiendo, haciéndose trizas por dentro. Me giré rápidamente, sin querer que viera lo destrozada que estaba.

—Vete de aquí —mi voz salió tan baja que apenas se escuchó.

—¿No podemos aguantar un ratito más? —dijo suavemente, acercándose de nuevo—. Apenas Gloria dé a luz, nos vamos. Te lo juro por mi vida entera. Te llevaré a conocer el mar, ese que nunca se congela...

¿Volver a lo de antes?

Cerré los ojos, con la garganta apretada. Ya no hay vuelta atrás.

Él tiene a Gloria, tiene a sus cachorros.

Por culpa de ellos, me ha herido una y otra vez, y siempre las ha elegido a ellas...

Me di la vuelta lentamente, dándole la espalda, sin querer decir ni una palabra más.

César, con el rostro marcado por el sufrimiento, observó mi postura, pero al final, solo acarició mi cabello.

—Descansa, me quedo aquí contigo.

Pero antes de que terminara de hablar, la puerta se abrió de golpe y un Beta entró, más nervioso que nunca.

—¡Alfa! ¡Gloria no para de preguntar por usted! ¡Los doctores dicen que sus nervios están afectando al cachorro!

César frunció el ceño y miró mi espalda. Dudó un instante, pero al final se puso de pie.

—Alicia, yo...

Me reí con amargura y le susurré:

—Anda.

—Espérame, por favor. Apenas vea a Gloria y al cachorro, vuelvo volando a cuidarte.

Lo vi alejarse, su figura desapareciendo por el pasillo, y una risa amarga se me escapó.

Mentiroso, César, no vas a volver.

Y esa noche, no regresó.

Al día siguiente, cuando me dieron el alta, estaba lloviendo a cántaros.

Recogí mis pocas pertenencias y me quedé parada frente a la entrada del hospital, esperando ver llegar el carro de César.

Finalmente, la puerta se abrió, y vi a Gloria abrazando a su cachorra en el asiento del copiloto.

—César... —Al verme, Gloria se pegó a él rápidamente, y su voz temblaba—. Yo... todavía tengo miedo por lo que pasó antes.

Se tapó la barriga, temblando:

—Ella puede hacerme daño a mí, pero a la cachorra no... ¿Podrías darme algo de tiempo? No quiero ir en el mismo auto con ella...

Me quedé completamente inmóvil, mirando el asiento que antes era mío.

César permaneció en silencio un buen rato, luego empujó la puerta del coche y me extendió un paraguas grande.

—Alicia, espérame un momento aquí. Primero llevo a Gloria, y en cuanto la deje, vengo por ti.

Con eso, cerró la ventanilla y el carro arrancó de inmediato.

Me quedé allí, observando cómo el auto de la familia se alejaba.

Cerré los ojos, sintiendo que algo dentro de mí se hacía añicos, como si el viento frío me estuviera llevando todo.

Esperé largo rato, mientras la lluvia no dejaba de caer. El cielo se fue oscureciendo por completo, pero la promesa de César nunca se cumplió. Él no volvió a buscarme.

Mi celular se murió por falta de batería y, aunque lo llamé mil veces en mi mente, la única respuesta que recibí fue el tremendo vacío.

La oscuridad caía sin remedio y la tormenta no daba tregua.

No me quedó otra que abrir el paraguas, ahora más pesado que nunca, y echar a caminar a casa.

El viento estaba tan fuerte que amenazaba con romper el paraguas y tuve que caminar tambaleándome. De repente, resbalé y fui a dar de lleno en un charco de barro.

El paraguas se rompió con un crujido y la lluvia me empapó por completo.

Cuando por fin llegué a la casa, ya era plena noche.

Estaba hecha una sopa cuando escuché la voz de Gloria, llorando, proveniente de la sala:

—César, sé que solo tienes a Alicia en tu corazón... —su voz temblaba, suave—. Pero ahora la cosa es distinta...

—Mi... me siento muy oprimida del pecho, me duele muchísimo. La cachorra no para de llorar... —suspiró—. Los médicos dijeron... que quizás podrías echarme una mano. Por favor, hazlo, solo por la cachorra.

—No te preocupes. Alicia no se va a enterar...

Me quedé paralizada en el umbral, sintiendo cómo la sangre se me helaba en las venas.

Desde el salón, no podía verle la cara, solo su espalda, completamente tensa.

Después de una larga pausa, vi cómo César levantaba lentamente la mano izquierda, apartando la ropa de Gloria, mientras con la derecha tocaba su piel tan blanca.

Finalmente, lo vi inclinarse, y sus labios se apoyaron suavemente sobre su pecho...
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