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Capítulo 7

Penulis: Luna Bianchi
Mi mente se paralizó. Lo único que se me ocurrió fue preguntar:

—¿De qué me estás hablando?

—El Consejo de Ancianos investigó el caso —dijo César, dijo César, con los ojos echando chispas de rabia—. La base del tótem fue cortada por la mitad. Si no fuiste tú, ¿quién más podría haber planeado algo así solo para lastimar a Gloria?

Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Te lo digo de nuevo, no fui yo. ¡No fui yo ahora, ni antes, ni lo seré nunca! ¿En serio no me crees? ¡César, tú puedes sentir mi corazón! ¿Júrame por tu alma de lobo que lo que te estoy diciendo es una mentira descarada?

Casi grité la última frase.

—¡Sigues con tus mentiras! —respondió César, y su mirada se volvió de hielo—. Me haces promesas, ¿pero qué has hecho? ¡Peleándote con Gloria todo el tiempo, haciéndole daño a mis cachorros! ¡Te he repetido mil veces que solo quiero a Gloria por el heredero! ¿Por qué tienes que causar más problemas? ¿Qué ganamos con perder al bebé?

Mi pecho subía y bajaba sin control, y todo el dolor y la rabia se me ahogaban en la garganta.

Quería gritar, defenderme, decirle con todas mis fuerzas que jamás le hice daño a nadie.

Quise preguntarle si ya se le había olvidado que en algún momento me prometió confiar en mí, que nunca dudaría, que yo era la única.

Pero al final, solo pude mirarlo con una tristeza profunda. La voz me tembló cuando le dije:

—Ya basta. Si no me crees, entonces se acabó. Puedes romper el lazo de pareja cuando quieras. Te dejo libre, para que vivas con ellos, con tu familia de cuatro.

César se quedó como una estatua, sus ojos dorados se abrieron de par en par:

—¿Pero qué estás diciendo? —Un gruñido de lobo salió de su garganta, totalmente fuera de control.

—¿No me oíste bien? —Lo miré, mis ojos rojos de tanto llorar, desafiantes—. Voy a romper el lazo contigo. Me hago a un lado para que estés con Gloria.

César le dio un puñetazo a la mesa, y los trozos de madera volaron por todas partes.

Me agarró de la muñeca con tanta fuerza que me dolió, y su mirada estaba llena de furia:

—¡Alicia! ¿Qué te pasa? ¡Yo siempre te he amado solo a ti! ¿Y ahora me pides que me quede con otra loba, así, tan fácil?

Lo miré a los ojos, que ya estaban igual de rojos por el llanto, sin decir una sola palabra.

La tensión se cortaba en el aire, y César suspiró, tratando de calmarse.

Finalmente, me abrazó con toda su fuerza, como si quisiera fundirme con él.

—Esto se queda hasta aquí —dijo, con una voz grave, casi cansada—. Gloria ya... ya te perdonó, y yo también lo haré.

—Pero recuerda —agregó, apretándome aún más contra su pecho—, no vuelvas a mencionar lo de romper el contrato ni dejarme. ¡No lo vas a hacer! Todo lo que hago, lo hago por nosotros, por nuestro futuro.

No le respondí, ya había tomado mi decisión.

—¿Me perdonó tan fácil? —pregunté, con la voz quebrada, sintiendo cómo el dolor me ahogaba—. ¿Así sin más?

César dudó un momento, y después soltó un suspiro hondo.

—Ella... quiere que juremos bajo la luz de la luna.

—Gloria quiere que los cachorros sepan que sus padres también se enamoraron, que la diosa luna los bendijo, para que tengan un linaje legítimo.

Se paró un instante y me miró de nuevo.

—Pero el juramento no es de verdad, es solo un papeleo. No te quiebres la cabeza con eso.

Mis labios temblaban, pero no pude articular palabra.

Sentía el corazón hecho pedazos, desgarrado por completo. Cada latido era una mezcla de dolor y desesperanza total.

César, ¿me lo dices en serio?

Ahora tú y Gloria tienen dos cachorros... y hasta un juramento falso bajo la luna, el ritual más sagrado de la manada.

¿Qué más de tu vida es una mentira?

¿Qué soy para ti ahora?

César seguía hablando, su voz sonaba distante y cercana al mismo tiempo, explicándome lo importante que era el ritual, prometiéndome que después de la ceremonia, por fin podríamos irnos.

Lo miraba, viendo cómo se le movían los labios, y de repente, el cansancio me tumbó. Cerré los ojos lentamente, dejando que sus palabras se fueran desvaneciendo, cayendo sobre un corazón que ya estaba muerto.

Desde ese momento, no volví a abrir la boca.

***

César pasó tres días enteros a mi lado en el hospital, sin separarse ni un segundo. Durante todo ese tiempo, me atendió con un cuidado que jamás imaginé.

Cuando me daba la medicina, soplaba suavemente la cucharita antes de acercarla a mis labios.

Si me movía durante la noche, se despertaba al instante, tomaba mi mano con desesperación y no volvía a pegar ojo hasta estar seguro de que yo estaba bien.

Cuando el médico me inyectaba antibióticos, él me abrazaba, me tapaba los ojos con su mano y me susurraba:

—No mires, ya casi termina.

Pero cuando me dieron de alta, se fue a preparar la ceremonia del juramento.

Para evitar que armara un escándalo, me quitó el celular y puso guardias en la puerta, vigilándome día y noche.

En la mansión enorme, solo me quedaba la sirvienta para que me cuidara.

No me opuse, y en silencio, me puse a hacer la maleta.

El día de la ceremonia, me devolvieron el celular. Gloria me había enviado un montón de fotos:

César, vestido de traje, poniéndole el anillo a Gloria. Ellos dándose un beso apasionado bajo la bendición de todos. La familia feliz cortando el pastel...

Cada foto fue como un puñal, desgarrando aún más mi corazón, que ya estaba hecho pedazos.

Cuando estaba a punto de apagarlo, la puerta se abrió de golpe.

El viejo Alfa estaba en el umbral:

—Todo está listo —dijo, entregándome un boleto de avión—. Te aseguro que, si te vas, él jamás podrá encontrarte.

Tomé el boleto sin decir nada y agarré la maleta que ya tenía lista.

Al salir de la mansión, el sol me pegó en la cara con toda su fuerza.

No volteé a ver. Di un paso tras otro hacia el carro que me esperaba en la calle.

No hubo despedida para César.

Porque, a partir de ese momento, el mundo entero nos separaría... nunca más nos volveríamos a encontrar.
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