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Capítulo 6

Author: Luna Bianchi
Después de tres días de fiebre, por fin me empecé a sentir mejor.

El día que me permitieron salir del cuarto, coincidió con el ritual que marcaba la aceptación de la cachorra de Gloria por parte de la manada.

La ceremonia se celebró en el bosque sagrado, rodeado de robles gigantescos, un lugar donde la luna siempre parece brillar con más intensidad.

El fuego crepitaba en la enorme hoguera, el aroma a ciervo asado se sentía en el aire, y los lobos disfrutaban de su hidromiel. El ambiente estaba lleno de alegría y celebración.

Lucas, junto con otros ancianos, sonreía mientras abrazaba a la cachorra, envuelta en su manta, recibiendo las bendiciones de la manada.

Una pila de joyas y juguetes caros se amontonaba a su alrededor.

—César, esto es para Gloria —dijo Lucas, sonriendo mientras le entregaba una caja de madera. Dentro había un anillo con una piedra blanca enorme, que brillaba con la intensidad de la luna. Era la “Lágrima de la Diosa Luna”, un regalo de mucho valor.

—Gracias a ella por darnos una descendiente tan fuerte para la familia Oliveira.

César tomó el anillo y, con muchísimo cuidado, se lo puso a Gloria en el dedo, con una voz suave:

—Gracias por todo, de verdad.

Gloria sonrió tímidamente, acurrucándose en el pecho de César, mientras su pequeña familia parecía estar en su mejor momento.

Los invitados no paraban de elogiar a la cachorra:

—¡Qué lloroncita tan fuerte! ¡Será una gran guerrera en el futuro!

—¡Tiene los ojos de Gloria, con esos reflejos de la luna!

—¡Qué mezcla de sangre tan poderosa! ¡Que vivan el Alfa y la Luna!

Yo me quedé en una esquina observando todo el circo.

Mis uñas se me clavaban con fuerza en la palma, pero no sentía absolutamente nada.

—¿Señorita Alicia? —de repente, Gloria se acercó con una copa de vino, con una sonrisa muy dulce—. ¿No te gustaría que te tomáramos una foto bajo la luz de la luna?

Moví la cabeza, mi voz salió ronca:

—No, gracias.

—No seas así —dijo Gloria, agarrándome la mano con fuerza y jalándome frente a la cámara. Luego me susurró al oído, lanzándome un desafío—. ¿Te das cuenta de cómo César me cuida ahora? Todas las noches duerme a mi lado, me envuelve con su aroma Alfa, me calma, me acuna.

Cerré los ojos, agotada, sin querer escuchar ni un segundo más, deseando que esta pesadilla terminara de una vez.

El sonido de la cámara capturó el momento exacto en que el tótem gigante, que representaba la historia de la manada, se partió con un ruido seco.

—¡Quítense de ahí, cuidado!

En el mismo instante en que el tótem cayó, César corrió hacia mí y me agarró con fuerza.

El tronco gigante pasó rozándome la espalda, cayendo con un estruendo que levantó una nube de polvo.

Pero Gloria, que estaba del otro lado, fue alcanzada por las astillas y el impacto del tótem, cayendo al suelo con un grito. Un rastro de sangre brillante comenzó a extenderse por debajo de ella.

—¡Gloria!

César me soltó al instante y corrió hacia ella como alma que lleva el diablo.

***

Fuera del quirófano, César caminaba de un lado a otro, hecho un manojo de nervios.

Lo observaba, recordando aquella vez en que me corté recogiendo hierbas y él pasó toda la noche a mi lado, sin separarse, cuidándome.

—¡Alfa! —gritó el médico al abrir la cortina de golpe—. ¡Gloria está perdiendo mucha sangre! ¡No tenemos su tipo en el banco, necesitamos una donación ya!

—¡Sáquenmela a mí! —respondió César sin pensarlo dos veces.

—¡Eso no se puede! —respondió el médico, con la cara llena de preocupación—. Su tipo de sangre es A, el de ella es O. Aparte, ella está muy débil, su cuerpo no aguantaría la sangre de un Alfa. Necesitamos sangre humana.

Al escuchar esto, César me volteó a ver de inmediato.

En ese momento, sentí un golpe en el pecho que me dejó paralizada.

Di un paso atrás, temblando, y respondí:

—No voy a donar.

¿Mi sangre? ¿Lo único valioso que tengo como humana, lo que me queda, ahora resulta que se va a volver la herramienta para salvar a su heredero? ¡Jamás!

—¡Alicia! —César me agarró de la muñeca, con la mirada clavada en mí—. ¡No es el momento de hacer un show! ¡El cachorro de Gloria es el heredero de la manada! Si algo le pasa, nos quedamos aquí para siempre. ¿En serio no lo entiendes?

Mi corazón dio un vuelco.

¿Le preocupaba quedarse o le preocupaba más lo que le pasara a su cachorro?

—¿Y si te digo que no quiero? —respondí, apenas se me oía.

César frunció el ceño, la cara oscura de ira.

—Yo fui quien te salvó, y por eso Gloria salió herida. ¡Tú eres la que está sacando provecho de todo esto! ¿A poco no puedes donar un poquito de sangre?

Me miró con desaprobación:

—Alicia, de verdad, has cambiado mucho.

El nudo en mi pecho se apretó todavía más. ¿Yo había cambiado?

Si alguien había cambiado, era él. Él fue quien me insistió que yo era su compañera, quien me prometió que sería la única para él, quien se quedó bajo la lluvia rogándome que confiara en él para que todo marchara bien...

Y ahora me decía que yo era la que había cambiado.

—Entonces... —mi voz tembló—. ¿Te arrepientes de haberme salvado? Si pudieras hacerlo de nuevo, salvarías a Gloria y a tu cachorro antes que a mí, ¿cierto?

César se quedó quieto, claramente sorprendido.

—¿Qué estás diciendo?

—¡Gloria se nos va! —el médico interrumpió con urgencia—. ¡Si seguimos así, no salvamos ni a la madre ni al cachorro! ¡Alfa, tiene que decidir ahora!

César apretó los dientes, sin dudar un segundo más. Le dio la orden a los guardias:

—Llévenla al área de donación.

Me empujaron hacia la silla, y sentí la aguja hundirse en mi brazo.

La sangre empezó a salir lentamente, pero César ni siquiera se dignó a mirarme.

Cuando llegaron a los 400cc, el médico vaciló:

—Alfa, Alicia está muy débil, si sacamos más sangre...

—Sigan —dijo César, sin levantar la vista.

Al llegar a los 600 cc, se me fue la vista. Fue entonces cuando vi, borroso, el recuerdo de César tal como cuando lo conocí.

Estaba fuera de la tienda de hierbas, sonriendo, y me decía:

—Me llamo César, vuelvo mañana.

Y luego, todo se puso negro.

Cuando volví en mí, lo primero que vi fue a César sentado junto a mi cama. Pensé que, como antes, me iba a consolar con palabras suaves, rogándome perdón.

Pero, al abrir los ojos, me encontré con su mirada fría, como un cuchillo.

—¿Fuiste tú la que manipuló el tótem?
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