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Por ti, pero no más
Por ti, pero no más
Penulis: Luna Bianchi

Capítulo 1

Penulis: Luna Bianchi
Llamé al Consejo de Ancianos.

—Miren, voy a dejar a César —dije, tratando de sonar tranquila—. Pero pongo una sola regla: llévenme a un lugar donde él nunca pueda encontrarme.

Al otro lado de la línea, se escuchó la risa satisfecha del Anciano Mayor, Lucas.

—Ay, ¿ahora sí te volviste lista, eh? ¡Un par de días en el frío y ya entendiste la lección! ¿En serio pensaste que una simple humana como tú podía estar con el Alfa de la manada?

—En diez días, para la luna llena, tendremos todo listo para sacarte de aquí —continuó Lucas, con el mismo tono despectivo—. Y cuando eso pase, más te vale no volver a aparecerte frente a César. Nunca jamás.

Colgó sin más.

Me recosté contra la pared helada de la villa.

Adentro, en la sala, César, en su magnífica forma de lobo, se dejaba consentir mientras su cachorra le rascaba el espeso pelaje. A su lado, Gloria descansaba sobre su cálido abdomen, sonriendo con una mezcla de satisfacción y ternura.

Era la imagen perfecta de una familia... y esa escena me dejó helada, como si me hubieran dado un golpe al corazón.

—Señorita Alicia, ¿ya está de vuelta? —fue Gloria la primera en verme. Se levantó de golpe, con una alerta visible, y cubrió a la cachorra instintivamente con el cuerpo.

César, casi por instinto, volvió a su forma humana y le entregó a la cachorra a un sirviente, quien la llevó rápidamente escaleras arriba.

La mirada de ambos, llena de instinto protector, se me clavó en el pecho, fría y afilada como cuchillos.

Aquel lobo que una vez me había jurado: "Solo voy a reconocer a los cachorros que tú me des," ahora me estaba tratando como a una criminal.

Apenas la cachorra desapareció de su vista, César se acercó. Extendió la mano, con la intención de palpar mi cuerpo entumecido por el frío.

—¿Regresaste, eh? ¿Te hiciste daño... en la cámara frigorífica?

Lo miré a él, al lobo que tanto se había sacrificado por mí antes. Un fuerte nudo de dolor me apretó el pecho. Giré la cabeza, para evitar su toque.

Él frunció el ceño, claramente molesto.

—Alicia, mira, anoche, mientras más intentaba protegerte, más duro era el castigo de los ancianos. Eres humana... podrían llegar a matarte por algo así.

—Ya no podemos esperar. No quiero que esto se complique más. Además, la cachorra es inocente. ¿Por qué...?

—¡Te estoy diciendo que yo no fui! —lo interrumpí, con los ojos llenos de lágrimas—. Es un veneno mortal, ¿de verdad crees que lo usaría para lastimar a alguien?

César se quedó desconcertado con mi reacción. Hizo una pausa, luego suavizó el tono.

—Ya, no importa. Ella está bien.

Ya no importa... esas palabras se me clavaron en el corazón como dagas.

Todavía no me creía.

El ambiente se volvió tenso, hasta que Gloria se acercó, acariciándose el vientre apenas abultado.

—Alicia, también quiero pedirte disculpas. Estaba tan nerviosa en ese momento... Como no eres una loba, quizás no entiendes lo que es el instinto de una madre al proteger a su cachorro.

Se llevó la mano para acomodarse el cabello y, al hacerlo, la luz reflejó el brillo suave de un delicado brazalete en su muñeca.

Sentí cómo la sangre se me helaba. Sin pensarlo dos veces, le agarré la muñeca.

—¿De dónde sacaste ese brazalete?

—A Gloria le gustan esas antigüedades, así que se lo di —dijo César, soltando mi agarre con calma—. Tómalo como una compensación. Es solo un brazalete.

—¡Pero si era lo único que me quedaba de mi madre! —me temblaba la voz de la rabia—. ¿Cómo te atreviste a dárselo? ¡Sabes bien lo importante que era para mí!

Estiré la mano para quitárselo, pero justo en ese momento, Gloria tropezó hacia atrás, se agarró el vientre y soltó un fuerte gemido de dolor.

—¡Ay, no! ¡Me duele muchísimo!

—¡Alicia! ¡Pero qué demonios! —César me empujó con una fuerza que me sacó el aire. Sus ojos se volvieron hielo—. ¡Está esperando un cachorro mío! ¿Qué diablos te pasa a ti?

El golpe fue tan fuerte que me estrelló contra la estantería. Sentí el impacto en la cabeza y, al instante, la sangre empezó a brotar.

Pero César ni siquiera volteó a mirarme. Levantó a Gloria en brazos y salió corriendo con ella.

—César... —sollozaba Gloria, débil, en sus brazos—. El cachorro... ¿va a estar bien?

—Tranquila, estoy aquí —su voz sonó con una suavidad que no pude soportar—. No te va a pasar nada. Ni a ti, ni al cachorro.
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