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Capítulo 2

Author: Candela Dulcérez
En una cafetería.

Catalina se sentía como si estuviera loca por haber aceptado la cita.

Pero cuando vio al hombre sentado adentro, creyó que el mundo entero se había vuelto loco.

¿Acaso Héctor Mendoza, el presidente del Grupo Mendoza, quien controlaba la economía de Jualía, aparecía en las portadas financieras y había sido elegido durante cinco años consecutivos como el hombre con quien más mujeres soñaban casarse, era el padre del bebé?

Héctor, sin embargo, parecía mucho más tranquilo que ella.

Pero sus palabras fueron una bomba.

—No hemos tenido relaciones, Srta. Suárez, no necesita ponerse tan nerviosa.

Catalina se paralizaba.

—¿Para qué me llamó, Sr. Mendoza?

Héctor sacó un sobre de un hospital.

Lo deslizó hacia ella con un dedo.

—Su esposo, Ricardo Pérez, le fue infiel con su hermana, Carolina Suárez.

—Hace un mes, planearon implantar en su útero el embrión fecundado de ellos, para usarla como madre subrogante.

—Por un error del doctor, fue mi embrión el que se implantó en usted.

Catalina revisó las pruebas.

Aunque confirmó que no había sido utilizada como vientre de alquiler por esa pareja despreciable, su ánimo no mejoró.

Respiró hondo y recuperó la compostura.

—Sr. Mendoza, dime la verdad. ¿Qué quiere de mí?

Una chispa de admiración cruzó los ojos de Héctor:

—Supongo que, ante la infidelidad de su esposo, elegirá el divorcio.

—Y yo necesito un bebé y una esposa para darle una respuesta a mi abuela.

—Si acepta ser mi esposa por contrato y tener a mi bebé, pagaré diez millones para salvar al Grupo Suárez de la quiebra.

—Le ayudaré a dar un vuelco total a la situación.

Catalina soltó una risa cargada de sarcasmo:

—Qué interesantes son ustedes. Casarme con usted, eso jamás…

—Srta. Suárez —la voz de Héctor era grave y firme, golpeando la mesa con un dedo—, antes de decidir, piense si su valentía solitaria es suficiente para enfrentar cualquier pérdida.

Era cierto.

Estaba acorralada por todos lados.

Si perdía algo más, quizás no podría soportarlo.

Catalina cerró los ojos un momento, sopesando la situación.

Finalmente, tomó una decisión.

—Dentro de un mes, nos registramos.

—De acuerdo.

El hombre parecía haber esperado su respuesta.

—Nos vemos en el Registro Civil en un mes, mi prometida.

Aunque sus palabras eran frías, Catalina creyó percibir un dejo de intimidad.

Sin demorarse, se levantó y se fue, sin notar la mirada que el hombre dejó posada en su espalda.

Catalina preparó rápidamente los papeles de divorcio y su renuncia.

Cargando más documentos, llamó a la puerta de la oficina de Ricardo.

Al abrir, vio a Ricardo apartar con rapidez a Carolina y la cremallera de su pantalón de traje estaba abierta.

—¿Qué pasa? ¿No sabes tocar antes de entrar? Hay que seguir las reglas del grupo.

Ignorando su tono molesto, Catalina caminó al escritorio y dejó los documentos sobre él.

—Documentos urgentes, sin tu firma, no podemos continuar.

Por el rabillo del ojo, vio a Carolina arreglarse la ropa, mostrando a propósito unas marcas rojas en su cuello.

Sus labios esbozaban una sonrisa desafiante.

Catalina pensó:

¡Qué buena condición física tenían estos desgraciados!

¿No temían morir de agotamiento?

Mientras Ricardo revisaba los papeles, Catalina miró a él y a Carolina.

—No me había fijado. ¿Qué hace aquí mi hermanita?

Sus palabras hicieron que Ricardo detuviera sus manos.

Como para disimular, tomó un bolígrafo y firmó todos los documentos sin leerlos.

—Carolina dice que tiene pesadillas, como también he tenido esta situación, solo le estaba explicando.

Antes de terminar de hablar, ya había firmado todo.

Catalina soltó una risa burlona internamente y tomó los papeles con calma.

—Bueno, sigan. Yo tengo trabajo.

En la universidad, siendo Ricardo presidente del consejo estudiantil, ella lo ayudaba organizando eventos, escribiendo propuestas, redactando informes.

En la empresa, era considerada la secretaria más dedicada y profesional. Normalmente, Ricardo hojeaba los documentos antes de firmar.

Hoy, ni siquiera los leyó.

La renuncia de la secretaria principal requería su firma.

El divorcio también requería su firma.

Catalina miró los dos documentos firmados, unos sentimientos encontrados la invadieron.

Todos estos años de esfuerzo como si hubiera regalado a un maldito insecto.

Llevó su renuncia a recursos humanos, junto con la carta de dimisión.

La jefa del departamento se sorprendió, pero al ver la firma de Ricardo, no hizo preguntas.

—Srta. Suárez, buscaremos una nueva secretaria principal, mientras tanto, le agradecemos su apoyo.

—La transición tomará un mes. Si no hay candidatos externos, busquen dentro de la empresa.

Sabía bien quiénes dentro de la empresa podían hacer ese trabajo.

De vuelta en su escritorio, Catalina suspiró aliviada.

Libre de esa relación asquerosa, se sentía mucho más ligera.

Al encender la computadora, recibió un mensaje.

Fue una dirección.

"Mi prometida, venga a vivir aquí. Está embarazada y necesita cuidados."

"Nos vemos en un mes."

Un mes era justo el tiempo que duraba la espera legal para el divorcio.

Ese matrimonio, lo terminaría sin falta.
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