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Capítulo 4

Author: Lita Candela
—¡Largo!

La voz de Bruno era amenazante. Samantha abrió los ojos y vio la furia en su mirada, pero también la lucha interna que lo había atormentado todo este tiempo.

—No hagas caso, Bruno.

Le tapó los oídos con suavidad y lo besó. Sus alientos se mezclaron. Su mirada se perdió en sus ojos oscuros e insondables.

Para Bruno, el calor que le recorría el cuerpo se intensificó en la oscuridad, disipando poco a poco el tormento que lo agobiaba. Una y otra vez, sentía que ella lo envolvía en una calidez reconfortante.

***

Eran las cinco de la mañana. La mirada perdida de Samantha comenzó a enfocarse de nuevo.

Arrastrando las piernas, agotada, entró al baño. Al verse en el espejo, no pudo evitar una sonrisa irónica.

Habían llegado rápido. Haber caminado dos kilómetros solo para hacer esa llamada no había sido en vano.

La Samantha del espejo era joven y guapa, con un toque de sensualidad. Poco después, salió del baño en bata.

Bruno estaba en el balcón, vestido solo con un pantalón, fumando. Una tensión evidente lo envolvía.

—Voy a estar contigo, siempre.

Lo abrazó por la espalda, rodeándole la cintura, intentando calmar el desánimo que lo envolvía. Admiraba, casi veneraba, a ese hombre tan atractivo.

Bruno era alto, apuesto y poseía una serenidad que ella anhelaba; una inteligencia estratégica y una confianza para enfrentar cualquier cosa con calma.

En él, Samantha veía un mundo diferente y deslumbrante.

Pero había una sola cosa que tenía clara. Una regla que se repetía con una firmeza inquebrantable: no debía enamorarse de él.

De lo contrario, acabaría como su madre: con el espíritu roto, atrapada para siempre en esa tierra árida, sin el valor para marcharse.

En cuanto sintió que Samantha se acercaba, Bruno apagó el cigarrillo, se dio la vuelta y la estrechó con fuerza en sus brazos.

—¿Quieres venir conmigo?

Las palabras graves y seductoras de él hicieron que la mirada de Samantha se detuviera, y sintió una alegría desbordante.

Pensaba pedirle a Bruno que la sacara del pueblo de Santa Cruz, pero nunca imaginó que él lo propondría primero. Había demasiadas mujeres atrapadas en ese pueblito de la ciudad de Dunas.

Muchas de ellas eran chicas fuertes como Samantha, que se aferraban a la promesa de un hombre y esperaban, año tras año.

Como su propio padre le había hecho a su madre…

Samantha no quería esperar. Estaba decidida a encontrar la forma de salir de ahí.

Ese hombre apuesto que tenía enfrente, aun después de tanto tiempo en el pueblo, conservaba la piel clara. Era como si su atractivo no perteneciera a ese lugar.

—Sí.

Y le dedicó la sonrisa más sincera que le había dado hasta ahora. Bruno le dio un beso en la frente.

Al recordar la impotencia y la confusión en su mirada, Bruno dejó que un rastro de algo parecido a un suspiro cruzó sus ojos oscuros, pero se disolvió rápidamente en la inquietud de volver a casa.

***

Aún no amanecía. Una caravana de más de diez camionetas todoterreno ya había salido en silencio del pequeño e insignificante pueblo, en dirección al aeropuerto más cercano.

Samantha iba sentada en silencio junto a Bruno. Miró por la ventanilla.

La luz rojiza que empezaba a despuntar en el horizonte teñía el cielo, un presagio de la nueva vida que la esperaba: brillante, deslumbrante y llena de esperanza.

Bajó un poco la cabeza y sonrió.

***

Aterrizaron en la capital ya entrada la noche. Un Rolls-Royce negro subía serpenteando por la carretera de la montaña.

Fue al ver la residencia de la familia Fuentes, que se extendía por toda una montaña, cuando Samantha comprendió que la familia de Bruno era mucho más poderosa de lo que había imaginado.

—Bienvenido a casa, joven Bruno.

El personal de servicio, todos vestidos con uniformes negros idénticos, le hizo una reverencia respetuosa.

Samantha, con la ropa nueva que le habían dado, entró a la casa detrás de Bruno. Se sentía como una niña con ropa de adulto: tímida e incómoda. Esa sensación se disparó en cuanto vio a la madre de él.

Isabel Rosas provenía de una de las familias más ricas del país. Se había casado con el líder de la familia Fuentes en una unión de negocios y tuvieron tres hijos. El segundo murió joven y, cinco años después, su esposo falleció en un accidente, dejándola sola al frente del enorme Grupo Diamante.

Sentada ahí, era el arquetipo de la matriarca de la alta sociedad. Samantha por fin entendió de quién había heredado Bruno su atractivo.

Isabel le lanzó una mirada fugaz desdeñosa. Una figura alta se interpuso frente a Samantha. Era Bruno.

—Mamá.

Su tono era indiferente, como si le hablara a una desconocida. Isabel le arrojó la taza que sostenía. El café hirviendo le salpicó el pecho y el cuello a Bruno.

—¡Todavía tienes el descaro de decirme así! Te largas sin decir nada, desapareces por quién sabe cuánto tiempo, y encima te metes con gentuza…

Al decir esto, hizo una pausa deliberada para lanzarle una mirada despectiva a Samantha.

Isabel lo reprendió con dureza.

—¡A ti qué te importo yo! Si no te hubiera mandado a buscar, ¿pensabas no volver nunca, o qué?

El café derramado aún humeaba. Samantha miró con preocupación a Bruno, que no decía nada. Estuvo a punto de hablar, pero él le apretó la mano que sostenía detrás de su espalda.

Así que guardó silencio. La mirada indiferente de Bruno provocó inquietud en Isabel.

Le dedicó una mirada dura a su hijo menor, que protegía a la chica. Luego se puso de pie, y su voz sonó autoritaria.

—Tú, ven conmigo al estudio. Felipe, que el personal lleve a esta señorita a una de las habitaciones de huéspedes. Y que le den ropa limpia. No quiero que nos ponga en ridículo.

Era su forma de decir que Samantha era una sucia. El mayordomo, Felipe, inclinó la cabeza con respeto.

—Sí, señora.

—Bruno.

Le apretó la mano. Mentiría si dijera que no estaba nerviosa.

Se volteó a verla.

—Felipe lleva mucho tiempo con la familia, es de confianza. Ve con él a descansar.

Al escucharlo, el mayordomo se sorprendió, pero enseguida comprendió lo que quería decir.

—Señorita, por favor, acompáñeme.

Felipe era un hombre discreto y leal, pero el resto del personal no.

En el baño, Samantha estaba sumergida en una tina llena de pétalos de flores.

Dos empleadas la ayudaban a bañarse mientras, como quien no quiere la cosa, mencionaban el pasado de Bruno y a su primer amor, una mujer llamada Nicole Robles.

Cerró los ojos, fingiendo que dormía. Cuando terminó, se sentía renovada. Le habían arreglado el cabello.

La ropa que le llevaron era de un estilo que nunca había visto, de una tela ligera y fina, parecida a la que Bruno le había dado antes.

Samantha intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Apenas puso un pie en el balcón, escuchó los gritos de Isabel en la habitación de al lado.

—No me importa qué tan lejos hayas llegado con ella. Dale una casa, un auto, dinero, lo que sea. Tienes tres días para deshacerte de esa mujer… ¡Bruno!

Al ver que no respondía, Isabel levantó la voz.

—¿Se te olvida quién eres? Si no fuera porque tu hermano tuvo el accidente, ¿crees que me habría molestado en buscarte? Tú decides: o te encargas de ella, o lo hago yo.

Al escuchar eso, Samantha sintió una punzada.

Tras un momento de silencio, se escuchó la risa de Bruno.

Su voz sonaba indiferente.

—No te preocupes. No la amo, y no me voy a casar con ella.

—Me salvó la vida. Le prometí que la cuidaría y es mi responsabilidad. Lo que te preocupa no va a pasar.

Samantha sonrió con amargura. Dio media vuelta y regresó a la habitación.

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