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Capítulo 2

Author: Laura López
Al día siguiente, después de una noche caótica, Camila fue dada de alta.

Al regresar a casa, preparé leche en polvo para ella y la arrullé hasta que pudo dormir.

El cansancio de no haber bajado la guardia en toda la noche finalmente me venció, y me quedé tendida en el sofá con la ropa puesta.

Cuando desperté ya era mediodía. Me disponía a preparar la comida, cuando de pronto recordé lo que me había dicho el médico la noche anterior: «Si tiene cámaras en casa, revise las grabaciones».

¿Qué quería decir con eso? ¿Acaso la ingesta de somníferos no había sido un accidente? ¿Acaso estaba sugiriendo que era algo intencionado?

Al pensarlo, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. En casa solo estábamos Iván y yo.

¿Podría ser que Iván...?

¡Pero eso obviamente era imposible! Aunque Iván me había engañado, él no podría hacerle daño a su propia hija. ¿O sí?

Dudosa, decidí revisar aquellas grabaciones.

No pasó mucho tiempo antes de que me llenara de ira.

Las grabaciones mostraban claramente cómo Iván trituraba los somníferos y los mezclaba en el biberón de Camila.

—Yolanda, no te preocupes. Iré puntual a recogerte a la puerta de tu casa. Esa mocosa no para de llorar. La haré callar por un buen rato.

Seguro que no sabía que las cámaras aún estaban encendidas, de lo contrario, no habría sido tan descarado.

¡Nunca imaginé que pudiera ser tan cruel con Camila! ¡Con su propia hija!

Las lágrimas volvieron a nublar mi vista, pero esta vez no eran de tristeza, sino de rabia.

¡Ninguna madre debe permitir que alguien le haga daño a su hija, aunque esa persona sea el mismísimo padre de la niña!

Me limpié las lágrimas, me obligué a mantener la calma y seguí revisando las grabaciones.

Me sorprendió descubrir que, durante mi horario de trabajo, Iván, quien había dicho que trabajaba desde casa, había traído a Yolanda en varias ocasiones.

Ellos mantenían relaciones en el sofá, sin importar que Camila, a su lado, llorara hasta quedarse sin voz.

¡Resulta que Iván ya me había engañado mucho antes de que yo fuera consciente de ello!

«Muy bien, muy bien…», pensé mientras guardaba todos los videos, antes de llamar a mi abogado.

—Hola, abogado González. Me comunico con usted para pedirle por favor que me ayude a redactar un acuerdo de divorcio.

Había tomado la firme decisión de irme con Camila y dejar al desgraciado de Iván.

...

Justo después de colgar con el abogado, escuché el sonido de la puerta, tras la cual apareció Iván cargando con varias bolsas y una entusiasta sonrisa en el rostro.

Hacía mucho que no lo veía sonreír así.

Pero, al verme, su sonrisa desapareció de inmediato.

—¿Por qué no fuiste a trabajar?

—No soy tan dura como tú —respondí con una sonrisa sarcástica—. La niña tiene fiebre alta y, aun así, estás como si nada.

—No empieces con reproches —replicó Iván, poniéndose serio—. ¡Ayer estuve trabajando horas extras! Si no fuera por ti y por Camila, ¿acaso crees que estaría tan agotado todos los días?

Justo en ese momento, vi una figura delgada parada al otro lado de la puerta.

Era Yolanda.

—Hola, Natalia, disculpa por las molestias —me saludó, tendiéndome la mano con elegancia.

No le respondí ni me aparté.

En cambio, Iván se mostró impaciente, me tiró hacia un lado y con suavidad ayudó a Yolanda a sentarse en el sofá.

—Yolanda está malherida, así que se quedará en nuestra casa unos días.

—¿Así que viene a vivir en casa ajena? —pregunté, alternando mi mirada entre ambos—. Iván, eres muy bondadoso.

Él agitó la mano con impaciencia.

—Tú sabes que Yolanda está sola en esta ciudad, no es fácil para una chica. Trabaja en mi empresa, ¿cómo no voy a socorrerla? No pienses mal. Solo somos compañeros de trabajo.

—Natalia, siento mucho por molestarte a ti y al señor Ramírez —repuso Yolanda, con los ojos enrojecidos.

—Sí, es una molestia —asentí—. Como puedes ver, tenemos una niña en casa, no es conveniente que te quedes.

—¡Cállate, Natalia! —me interrumpió Iván, con brusquedad—. ¿Acaso no puedes tener un mínimo de empatía? Yolanda tiene cinco años menos qué tú. ¿Cómo puedes tratarla así y ser tan desconsiderada? —Frunció el ceño—. Tenemos un cuarto de huéspedes, ¿qué tiene de malo prestárselo? Además, esta casa la compré yo, y tengo el derecho de invitar a quien quiera. No causes problemas.

Iván hablaba con tanta seguridad, que parecía haber olvidado que, cuando lo acompañé en sus momentos más duros, yo también tenía la edad de Yolanda. En los mejores años de mi vida, elegí estar a su lado, luchando por un futuro que nunca llegó.

En ese entonces, también se preocupaba por mí y decía que me haría feliz.

Y ahora, ¿resulta que esa preocupación le pertenecía a otra mujer?

Sonreí ligeramente y detuve a Iván cuando intentaba ir al cuarto de huéspedes, diciendo:

—Tranquilo, ¿cómo no voy a estar de acuerdo? Solo digo que, ya que Yolanda está herida, debería quedarse en el dormitorio principal. Camila y yo podemos ir al cuarto de huéspedes.

Iván estaba un poco confundido, tal vez pensaba que hoy me comportaba de manera inusual, ya que antes siempre discutíamos, pero ese día estaba aceptando fácilmente sus reproches y le cedía el dormitorio principal.

—¿Natalia, estás bien?

—Claro que estoy bien —respondí, mientras recogía mis cosas con eficiencia—. Lo hago solo pensando en ambos.

Iván aceptó mi propuesta y se levantó para recoger las cosas conmigo.

¡Qué hipócrita!

Pero justo cuando él me ayudaba, Yolanda, que se había torcido el pie, de repente se levantó y se inclinó hacia mí, diciendo:

—Gracias, Natalia. Te lo agradeceré... ay...

Antes de terminar su frase, se cayó de nuevo por no poder mantenerse en pie.

Esa caída dejó a Iván tan preocupado que, sin pensarlo, pasó por encima de mí, abrazó a Yolanda y la llevó directamente al dormitorio principal.

A través de los hombros de Iván, Yolanda me mostró una sonrisa venenosa. Parecía burlarse de mi incapacidad para controlar a mi propio marido. Pero ella no sabía que, para mí, Iván no era más que un desecho.

Después de que Yolanda se mudó al dormitorio principal, Iván, de forma voluntaria, dijo que dormiría en el sofá de la sala para evitar levantar sospechas. Sin embargo, cuando me levanté por la noche para ir al baño, no lo vi en la sala, y oí sonidos comprometedores provenientes del dormitorio.

Jugar a esto delante de la esposa legítima realmente es llevar su búsqueda de emoción al extremo.

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