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Capítulo 3

Author: Laura López
A la mañana siguiente, cuando me desperté, Iván y Yolanda ya estaban sentados en la mesa desayunando.

Iván enfrió la comida y se la dio a Yolanda.

Quizás pensaban que yo aún estaba dormida, así que se atrevían a actuar con más libertad.

—Señor Ramírez, creo que Natalia también es una buena persona —oí que decía Yolanda—. Si tienes tiempo, deberías ayudarla a cuidar a la niña, después de todo, es tu propia hija.

—¡No me importa esa mocosa! —respondió Iván con una sonrisa radiante—. Lo que me importa es el bebé en tu vientre. ¡Ese sí es el fruto de un amor puro!

—Qué pesado eres... —repuso Yolanda, sonrojándose—. Pero prometiste, que, si es un niño, te divorciarás y te casarás conmigo.

—Por supuesto, Yolanda —se apresuró a asentir Iván—. ¿Yo te mentiría?

Sin hacer ningún ruido, grabé aquella conversación en video y se lo envié de inmediato al abogado.

Me preguntaba por qué Iván últimamente se había vuelto tan atrevido. Y resultó ser que era porque Yolanda estaba esperando un bebé.

Sin embargo, lo que me enfureció aún más fue que mi hija, por la que casi di mi vida al darla a luz, no significaba nada para él.

En casa no había trono, pero aun así insistía en tener un hijo para heredarlo. Me parecía vomitivo.

Puse a la niña en el cochecito y me dispuse para salir a pasear con ella.

Cuando entré en la sala, Iván interrumpió lo que hacía y se acercó a hablarme:

—Cariño, ven a desayunar.

Miré la comida sobrante sobre la mesa y rechacé su invitación:

—No, gracias. Hace buen clima, voy a llevar a Camila a tomar el sol.

Camila todavía era muy pequeña. Cuando vio a su padre, instintivamente extendió los brazos para que la abrazara.

Pero al segundo siguiente, Yolanda gimió en voz alta:

—¡Ay, me duele mucho el vientre!

Iván cambió de expresión, sin prestar atención a Camila, que seguía extendiendo los brazos, y corrió hacia Yolanda, preguntando:

—Yolanda, ¿qué pasa? ¿Estás bien?

—No lo sé —murmuró Yolanda, aferrándose a su brazo—. Señor Ramírez, por favor, ayúdeme a volver al dormitorio a reposar.

Sin perder tiempo, Iván la levantó en brazos pasando una mano por su espalda y otra por debajo de sus piernas y la llevó directamente al dormitorio.

Mientras yo consolaba a Camila, que estaba un poco decepcionada, antes de ponerme la mascarilla, y salí con ella.

Ese día planeaba ir a cobrar el boleto de lotería.

Fui con Camila al mostrador y, después de cobrar, aún me quedaban casi un millón de dólares. Por lo que doné diez mil al Fondo de Bienestar Infantil, con la esperanza de ayudar a más niños y bendecir aún más a mi Camilita.

El resto del dinero era el capital para poder dejar a Iván y empezar una vida independiente con mi hija.

...

El abogado aún necesitaba unos días para redactar el acuerdo de divorcio. Por lo que, para no levantar las sospechas de Iván, después de cobrar la lotería, regresé a casa con Camila.

Al llegar, recibí una llamada de mi jefa. Me dijo que había una tarea cuya entrega no estaba completa y que debía enviarle el informe de inmediato.

Yolanda vio la situación y se acercó, sosteniendo el pequeño juguete de Camila mientras decía:

—Natalia, déjame cuidar a la niña un rato, y ocúpate de tu trabajo.

—No hace falta —repuse, negando con la cabeza—. Camila puede jugar sola.

Dicho esto, puse a Camila en el corralito para protegerla y rápidamente me dirigí a la computadora para buscar el archivo.

Cuando terminé y envié el archivo, apenas habían pasado cinco minutos y escuché el llanto desgarrador de Camila.

Corrí afuera de inmediato y vi que mi pequeña tenía un notorio rasguño en el brazo.

Camila era mi vida. Quien la lastimara, era como si quisiera matarme.

De repente, agarré el cabello de Yolanda y le di una fuerte bofetada:

—¿Cómo te atreves a tocar a mi hija?

Yolanda no respondió, sino que comenzó a llorar y a gritar fuertemente, atrayendo rápidamente a Iván, quien me apartó y protegió a Yolanda con su cuerpo.

—¡Natalia! ¿Qué haces?

Abracé a Camila, que seguía llorando, y la consolé:

—¿Qué hago? ¿No ves cómo está maltratando a tu hija? ¡Estas marcas se las hizo ella!

Aunque Iván no quería tanto a Camila, después de todo, era su hija, y por un momento arrugó la cara y miró a Yolanda, preguntando:

—¿Qué pasó?

Yolanda se limpió las lágrimas, con una expresión de desamparo, antes de responder:

—Señor Ramírez, de verdad no fue mi intención. Estaba jugando amablemente con Camila, pero ella no dejaba de patearme en el vientre, y cuando ya no pude más, la castigué un poco.

Casi me puse a reír de la rabia.

—Camila tiene solo un año, ¿cómo podría patearte en el vientre?

Las lágrimas de Yolanda se detuvieron en seco.

—Señor Ramírez, tiene que creerme...

Quizás pensando en el bebé que llevaba Yolanda, Iván volvió a mostrarse pasivo. La abrazó con suavidad para consolarla, sin olvidar lanzarme una mirada fría mientras decía:

—Natalia, lleva a la niña al dormitorio, mejor no salgan a hacer el ridículo.

—¿Hacer el ridículo? —inquirí, completamente decepcionada de él—. Iván, ¿no vas a hacer nada mientras ella maltrata a tu hija?

Iván me arrastró hacia el dormitorio. Sin embargo, en un arrebato, me lancé hacia Yolanda y volví a agarrarle el cabello.

Ella, sin poder reaccionar a tiempo, dejó caer su celular. Y, en ese momento, vi con claridad un mensaje que apareció en sus redes sociales.

Me quedé sorprendida, con la boca abierta.

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