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Capítulo 4

Penulis: Valeria Montes
Al escucharla, una chispa de irritación cruzó por los ojos de Carlos.

—Nadia, no hagas berrinches. Es urgente y debo ir —le respondió con impaciencia.

Aunque no podía verlo, sintió el menosprecio en su tono.

Por primera vez, Nadia abandonó su papel de esposa considerada.

—¿Acaso todos los empleados en tu empresa son inútiles? ¿Nada funciona sin ti? —insistió.

Carlos, enfadado, la soltó con brusquedad.

—¡Basta de tonterías! ¡Deja de ser irracional! Solo voy a resolver una emergencia. ¡No abuses de tu embarazo para manipularme!

Se enfadó, hasta olvidar mantener la fachada… Pronto escuchó el rugido del motor del auto, lo que le provocó un punzante dolor en el corazón.

Nadia sabía muy bien por qué Carlos se casó con ella, y que él nunca la amó, pero, aun así, ese desprecio le resultaba sofocante.

Diez minutos después, tomó una decisión y marcó un número en su celular.

—Hola, ¿estoy hablando con la Clínica Municipal? Necesito información sobre la interrupción del embarazo.

Al colgar, todo su ser emanaba un aura aterradora.

Había decidido cortar todo, así que prefería hacerlo de manera rápida y definitiva. Sería lo máximo que podía hacer por ese bebé…

***

Como esperaba, Carlos no regresó en toda la noche.

A las nueve de la mañana, Ricardo Chávez, asistente personal de Carlos fue a buscar a Nadia con un estuche de terciopelo rojo.

—Señora, el jefe le envía este regalo, es un collar de perlas.

Nadia lo tomó despreocupada. Acariciaba las perlas y podía sentir que eran impecables. Debían ser carísimas, pero lo dejó a un lado sin ninguna emoción.

—Bien —le respondió con calma.

Ricardo se sorprendió. Antes, cada vez que le entregaba regalos, ella parecía muy alegre e incluso se emocionaba. Era la primera vez que la vio con tanta calma.

—Señora, ¿se encuentra todo bien? —le preguntó curioso.

—Perfectamente —ella le respondió calmada.

Seguro fue Ricardo quien eligió ese regalo. Si ella no se equivocaba, todos los regalos anteriores eran del gusto de Ricardo. En tres años, Carlos le había dado numerosos regalos, pero siempre por intermediarios: ya fuera Ricardo, su chofer o algún mensajero ocasional. Ni una sola vez se los había entregado personalmente.

Bueno, eso ya no le importaba. Él ya la había decepcionado por completo y ella pronto se iría de su lado.

—El jefe le recuerda la comida familiar de los Soto esta noche. Regresará a recogerla por la noche —añadió Ricardo.

Nadia casi lo había olvidado por completo. Ese día se celebraría la cena mensual de la familia Soto. Tanto Sía como ella deberían regresar a casa. Además, durante esos tres años, Carlos siempre había hecho espacio en su apretada agenda para asistir a las cenas mensuales de los Soto, incluso con más entusiasmo que ella, la hija adoptiva.

En ese momento, ella bromeó diciendo que él parecía más el hijo adoptivo de los Soto. Ahora finalmente entendía que tras esa fachada estaba su deseo de ver a Sía…

Tras la decisión de abandonar el lugar, ella ya no quería asistir a la cena para soportar sus miradas cargadas de desprecio. Pero, antes de irse, le preocupaba mucho su abuela, Marina, la única que siempre la trataba con cariño en esa familia. Esa noche, llevaría las medicinas especiales que necesitaba por largos periodos. De esta manera, no le faltarían nada en corto tiempo.

—De acuerdo —le respondió a Ricardo.

—Señora, me retiro ya.

Dicho esto, él se fue.

Al atardecer, la cuidadora, Margarita, la ayudó a vestirse.

—Señora, ¿qué le parece usar ese traje verde esmeralda?

Nadia contuvo el aire por un instante antes de responder.

—Cualquier cosa menos eso, por favor.

Margarita se sorprendió, quedando aturdida.

—¿Algún problema? —le preguntó Nadia.

Su voz la atrajo de vuelta a la realidad.

—No, para nada, señora. Es tan bonita, cualquier cosa le quedaría elegante. Voy a encontrarle otro bonito traje.

Nadia aceptó en silencio y la esperó tranquilamente en el sofá.

De repente, su celular vibró. Recibió un mensaje de voz de Carlos.

—Cariño, ¿puedes tomar un taxi? Se me hizo tarde en la oficina.

Ella apretó con rabia el celular. Al final, le respondió con una sola palabra.

—Bien.

Margarita murmuró preocupada cuando la acompañaba a la puerta:

—Señora, ¿de verdad viajará sola? El señor debería acompañarla, en su condición…

Pero, al notar la palidez repentina de Nadia, se calló de golpe.

***

Cuando Nadia llegó a la casona de la familia Soto, ya eran las seis de la tarde. El cielo estaba teñido de rojo al atardecer, un espectáculo que Nadia ya no era capaz de admirar. Apenas bajó del taxi, una voz familiar la saludó.

—¡Nadia! ¡Qué casualidad, llegamos juntas!

Nadia giró hacia dónde venía la voz y escuchó dos pasos diferentes. Aparte de Sía, había alguien más. Mientras Sía se le acercaba, ella reconoció a esa persona.

—Anoche bebí demasiado y hoy me duele el estómago, así que Carlos fue a recogerme. Íbamos a buscarte a ti también, pero por el tráfico… Nadia, no te enfadarás con nosotros, ¿cierto?

Carlos se colocó al lado de Sía e intervino antes de que Nadia pudiera hablar.

—Nadia no es una persona tan propensa a enfadarse.

¡Qué ridículo! Ella, una ciega, podía llegar por su cuenta, pero Sía, siendo una mujer perfectamente sana, ¿necesitaba que fueran a recibirla como si fuera una princesa?

Nadia apretó con fuerza la correa de su bolso y se rio con desprecio. Luego, apartó la mano de Sía con brusquedad y siguió adelante lentamente con su bastón.

—Carlos, parece que Nadia me guarda rencor —Sía murmuró con voz de víctima—. Después de todos estos años, sigue siendo igual de rencorosa.

Carlos, molesto por la actitud despectiva de Nadia, mostró una cara de descontento.

—No le hagas caso.

Nadia entró a la casa primero. Apenas llegó a la sala, una despectiva voz la recibió.

—Pf… ¡Qué mala suerte! ¡Pensé que era Sía!

Una mujer elegante la apartó sin miramientos y siguió esperando. Al ver la persona que estaba ansiosa por ver, su cara se iluminó de inmediato.

—¡Sía! Mi hija hermosa, ¡cuánto te extrañé! Ven aquí y déjame mirarte bien —exclamó Rosa Núñez, mamá de Sía.

Nadia se tambaleó por el tirón brusco, pero logró mantener el equilibrio. Ante la patética escena, solo podía consolarse con una sonrisa amarga.

En esa familia, ella siempre había sido la no deseada. Nadie le había dado la bienvenida, solo Marina, la abuela. De hecho, cuando Sía regresó a la familia, ellos intentaron echarla a la calle. Solo la intervención de su abuela lo impidió. Por eso, el único motivo por el que aún pisaba esa casa era por Marina.

De pronto, alguien bajó las escaleras a toda prisa, empujándola al pasar.

—¡Apártate de mi camino, ciega inútil! ¡No sabes cuánto estorbas!

Era Luciano Soto, su dichoso hermano. Él corrió directo hacia Sía con una sonrisa de oreja a oreja mostrando la familiaridad.

—¡Mi hermanita! ¡Por fin llegaste! Mamá no ha dejado de hablar de ti desde esta mañana. ¡Me revientan los oídos!

Sía era el absoluto centro de atención de la familia. Y le encantaba esta atención porque la hacía sentirse superior a Nadia. Su pasatiempo favorito era arrebatarle todo a Nadia. Si a Nadia le gustaba, ella lo quería.

Como aquel álbum de ilustraciones que su mamá le había regalado en su cumpleaños cuando era niña, Sía intentó robárselo, y durante la pelea, pero las páginas se rasgaron. El resultado fue que Nadia se quedó encerrada en un cuarto oscuro durante tres días enteros. Cuando por fin se acordaron de ella, ya estaba inconsciente por la deshidratación.

Otra prueba ocurrió hacía ocho años, cuando Sía regresó a la familia. En ese entonces, Nadia tenía un perrito que crio desde cachorro. Sía quiso jugar con él, pero el perrito la mordió. Al día siguiente, lo encontraron colgado de un árbol en el jardín, muerto.

Sía se le acercó, con una sonrisa malvada que heló su sangre.

—Tu maldito perro me mordió. Merecía morir. Nadia, me robaste tantos años de una vida lujosa. De ahora en adelante, yo te arrebataré todo lo que ames.

Casos como estos eran el pan de cada día para Nadia. Los Soto siempre tomaban partido por Sía, reprochando a Nadia sin escuchar su explicación y dándole los castigos más crueles. La peor vez, sus manos casi quedaron inutilizadas por el brutal correctivo.

Poco a poco, la cosa llegaba a su extremo: Sía le arrebató a su prometido, luego sus córneas. Y ahora, parecía decidida a apropiarse también de su esposo.

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